De Fuentidueña a Manhattan
Img/Wikipedia De Borjaanimal - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0,

‘De Fuentidueña a Manhattan’ es el título del trabajo de investigación realizado por varios profesores que analiza la cesión indefinida, en 1957,  al Museo Metropolitano de Nueva York del ábside románico de Fuentidueña, en la provincia de Segovia, y sus consecuencias.

Los autores son la profesora de la Universidad de Valladolid María José Martínez Ruiz y el catedrático emérito de la Universidad Politécnica de Madrid José Miguel Merino de Cáceres.

«Por primera vez en la historia, una gran nación ha permitido que uno de sus monumentos nacionales- todo un ábside románico, construido hace casi 800 años por artesanos piadosos de Fuentidueña- sea transportado a través del Atlántico como un préstamo gratuito y generoso al pueblo de los Estados Unidos». Así fue presentada, durante la ceremonia de inauguración en Nueva York, de la donación del ábside de la iglesia de Fuentidueña en 1957 que se recoge en la obra «De Fuentidueña a Manhattan».

Reproducimos la entrevista a profesora de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid María José Martínez, co-autora del libro, facilitada por la Universidad de Valladolid.

¿Cómo se acerca a esta historia?

La conocí cuando estaba haciendo mi tesis doctoral, que defendí en 2005 sobre la enajenación de obras de arte entre 1900 y 1936. En ella empecé a tratar el despojo de las pinturas de la ermita de San Baudelio de Berlanga de Duero, en Soria, en los años 20, que tiene mucho que ver con este asunto. Y casualmente José Miguel Merino de Cáceres fue miembro del tribunal de mi tesis, y ahí se inició esta relación profesional. Este es el segundo libro que publicamos juntos.

En esta obra cuenta este intercambio. Llevamos el ábside y trajimos unas pinturas, ambas protegidas…

En 1957, el Consejo de Ministros de Franco aprueba, en teoría, un intercambio con el Metropolitan Museum of Arte de Nueva York, que se materializó en que España recibiría seis fragmentos de pinturas que procedían de la iglesia de San Baudelio de Berlanga (Soria), que habían sido vendidas por los vecinos del pueblo de Casillas de Berlanga, propietarios del solar en el que se erigía la ermita. A cambio se cedía el ábside de la ermita de Fuentidueña, que estaba declarado monumento nacional, la única parte del edificio que se encontraba en buen estado, ya que el resto estaba en estado ruinoso y albergaba el cementerio

¿Esas pinturas eran valiosas, pero sin embargo habían salido del país?

Todo el conjunto de pinturas salió del país en los años 20 y se vendieron a un anticuario que trabajaba para un marchante internacional, Leon Leví, pero las autoridades españolas detienen la operación y se inicia una larga batalla judicial que acabó en el Tribunal Supremo. Sin embargo, la sentencia que dictó este tribunal daba la razón a los vecinos del pueblo y al marchante, lo cual fue curioso porque todo el conjunto estaba declarado Monumento Nacional, pero consideraron que las pinturas podían despegarse, por lo que lo estimaron que podía ser un bien mueble independiente del edificio. Algo sorprendente porque la belleza del monumento se debía en parte a la belleza pictórica de ellas.

Esas pinturas una vez fuera de España fueron vendidas de forma independiente a distintos marchantes y acabaron en distintas instituciones museísticas de Estados Unidos. Pero en los años 50, todavía quedaban algunas pinturas en venta, y es aquí donde entra en acción esta historia.

¿Cómo se vendió a la ciudadanía este intercambio?

En 1957, el Gobierno de Franco aprueba ese intercambio. Esto es lo que nos contó la prensa y fue muy medido lo que se contó. La sociedad española tuvo noticia del acuerdo cuando las piedras del ábside iban destino hacia Nueva York y las pinturas llegan a España. El acuerdo no se publicó ni en el BOE y se silenció hasta el momento oportuno. Se acordó con el Metropolitan qué tipo de información ofrecer a la sociedad. En España, los titulares se centraron en ensalzar la recuperación de estas pinturas valiosas mientras que en ningún momento se habló de que el ábside estaba catalogado como Monumento Nacional y se contó solamente que era un ábside románico de una iglesia en ruinas. Y fue así como esas pinturas fueron designadas al Museo del Prado y el ábside constituyó una nueva sala en «The Cloisters», en donde hoy se exponen numerosas piezas que proceden de España. Fue inaugurado en junio de 1961 con la presencia del embajador de España en Estados Unidos.

¿Cómo fueron los titulares en la presentación del ábside en Nueva York?

En la inauguración se pronunciaron frases muy llamativas, como que «por vez primera un Estado se desprendía de un monumental nacional para cedérselo a otro», como una «cesión muy generosa». En el marco internacional no es común que un país se desprenda de un monumental nacional y que lo ceda de esta forma, y sobre todo con el carácter de una «cesión indefinida». Es algo excepcional y sobre todo con un monumento nacional declarado y protegido, que el Estado tenía que velar por su conservación. Esto es lo que conocíamos.

¿Fueron muy diferentes los titulares en ambos lados del Atlántico?

Por la documentación que hemos recabado, vemos cómo se trató este hecho en la prensa española y americana y son totalmente diferentes. Mientras que en España se centró en las pinturas y se alabó la posibilidad de que el ábside de ermita de San Baudelio, edificio en ruinas en ese momento, pudiera tener un destino mejor, sin mencionar su declaración de monumento nacional. Por parte de la prensa americana, fue todo lo contrario, se celebró como un gran acontecimiento la llegada del ábside, porque además se trataba de una cesión de las autoridades españolas y era una obra muy sensible un monumental nacional, es parte de un edificio. Cuando se inauguró la sala estuvo presente el gobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller, hijo del fundador de The Cloisters, que murió un año antes y fue el que inició la operación.

De hecho, durante su inauguración en Nueva York se publicó un artículo que llevaba por título «Odisea de un ábside», muy ilustrativo de cómo se vió este hecho allí, algo excepcional e insólito.

Y descubristeis que la historia viene de atrás..

Sí, lo que hemos podido reconstruir, de principio a fin, es cómo tuvo lugar el proceso. En ese sentido, hemos podido documentar que es una operación que el Metropolitan llevaba persiguiendo desde los años 30 del siglo pasado. El magnate John D. Rockefeller, artífice de «The Cloisters» llegó de Europa con unas fotografías de monumentos que podían ser interesantes para la institución, ya que es una especie de «experimento del Dr.Frankestein del Medievo», a partir de fragmentos diversos de arquitectura medieval, porque acoge principalmente claustros franceses y españoles y vestigios originales del medievo de diversos lugares. Viajan a España, concretamente a Fuentidueña, y ven que encaja perfectamente con las dimensiones de la sala en Manhattan. Y entonces se inician las negociaciones para comprarlo y exportarlo.

¿Cuáles fueron estos obstáculos hasta 1957?

Cuando lo intentan, se encuentran con un «escollo» y es que tiene la categoría de «Monumento Nacional», declarado en 1931, con la recién proclamada II República Española, con una Ley que trataba de proteger todo el patrimonio histórico-artístico español, ya que en décadas anteriores habían salido numerosos tesoros artísticos del país. Además, en 1933 se proclama la Ley de Tesoro Artístico, por lo que con tal marco jurídico ven que lo tienen difícil. Porque podían comprar el monumento pero la legislación existente no permitía sacarlo del país. Las negociaciones entonces no prosperan, y luego llega la Guerra Civil española y todo queda en suspenso hasta finalizar la II Guerra Mundial, en donde se inician de nuevo las negociaciones. Entonces estaban construyendo el museo «The Cloister», nombrado James J. Rorimer como director de The Cloisters, que luego sería elevado a director del Metropolitan Museum of Art.

James J.Rorimer fue el artífice de esta operación, una persona inteligente, paciente o con olfato.

Cuando estaban construyendo «The Cloisters», Rorimer ve difícil en Europa exportar grandes estructuras arquitectónicas, pero necesitan una gran pieza para terminar el museo. Y entonces es cuando retoma el proyecto de Fuentidueña, porque Rorimer era muy audaz y paciente. Y ve que a principios de los 50 es el momento.

España había estado sumida en el aislamiento internacional, por lo que cuenta en el libro fue una de las razones que ayudaron a fraguar el intercambio…

Tras la posguerra de la II Guerra Mundial, el enemigo fascista había quedado lejos y ahora el nuevo enemigo era el comunismo y España pasa de ser mirado con recelo, porque era una dictadura en el espectro de Italia y Alemania, pero se dan cuenta de que puede convertirse en nuevo aliado frente al bloque comunista. Así pues comienzan a mirar con nuevos ojos al régimen de Franco. Además, a España también le interesaba salir del aislamiento internacional y ve que Estados Unidos puede ser un aliado, y lo fue. Gracias a ellos se firmaron los pactos de Madrid de 1953 y se empieza a abrir el mundo. En este nuevo marco, Rorimer pone nuevamente sobre la mesa el ábside y se inician las conversaciones con el régimen, que tenía intereses en estrechar lazos, pero su preocupación era cómo convencer a las voces entendidas, como las reales academias, cuyo cometido era proteger el patrimonio.

Imagino que para convencer a los expertos y críticos movería muchos hilos..

Estos movimientos se reflejaban en las cartas que se intercambiaban entre ellos. Y es resuelto gracias a un movimiento audaz de James J. Rorimer. Inicia conversaciones con sus amigos en España, del mundo del arte y de la historia, en concreto con Francisco Javier Sánchez Cantón, subdirector del Museo del Prado, y Manuel Gómez-Moreno, una de las mayores autoridades del país en Historia, Arqueología e Historia del Arte. Ambos eran académicos en las dos Academias, en la Real Academia de Bellas Artes y Real Academia de la Historia. Con Sánchez Cantón hablan y ven la posibilidad de que si no es posible la compra, podían plantearlo como un intercambio.

¿Y esto bastó para iniciar las conversaciones?

Rorimer toca una última tecla. Conoce en el Harvard Club a la hija pequeña de Manuel Gómez-Moreno, Carmen, que estudiaba Historia del Arte en esta universidad. Tenemos noticia de todo ello por la correspondencia de ella con su padre, que la publicamos en el libro, y de la de Rorimer a Gómez-Moreno. Y mueve una pieza que ayudará a doblegar la opinión del experto español, que es clave en este asunto. Le ofrece a Carmen la posibilidad de trabajar en el Museo Metropolitano y encargarse de coordinar la operación si consigue la exportación del ábside de Fuentidueña. Carmen le escribe a su padre y le pide para desatascar la situación el último impulso. Le cuenta a su padre que lo que Rorimer le ha ofrecido es más de lo que hubiera esperado en su vida. Supongo que eso influyó (ríe) en el cambio de postura.

¿Habló Rorimer directamente con Gómez-Moreno de ello?

Pocos días después, Rorimer le escribe una carta diciéndole que le acaban de nombrar director del Museo Metropolitano y que están persiguiendo ese ábside y que acaba de conocer a su hija Carmen, de la que dice que «es una joven con muchas posibilidades». En la carta, le explica cómo Carmen les podría ayudar en esta operación. La carta está recogida en el libro. Tras esto, el Gobierno cuenta con una carta de ambos académicos, de él y de Sánchez Cantón, dando su apoyo al traslado del ábside.

¿Cómo respondieron el resto de los miembros de las reales academias? Imagino que no sería fácil convencer a todos ellos…

La Real Academia de San Fernando tuvo un debate muy intenso, no creamos que dio su respaldo sin más. Lo dió pero no por unanimidad sino por mayoría y el debate fue muy complicado. Hubo académicos que mostraron su oposición, y algunos de una manera enérgica. Una de las voces críticas fue la del arquitecto César Cort i del Botí. Su oposición fue tal, que deseo formular su voto particular y lo dejó por escrito. En su voto viene a decir que todos los allí presentes saben lo que se está decidiendo y del que dijo que no era un intercambio sino una venta, porque cuando se está pagando una suma al pueblo o al obispado, formulado como ayuda para restaurar iglesias, cuando hay contraprestaciones, así lo dice, es una venta. Y no quería participar de ello. En ese momento tuvo que ser muy valiente.

En la Real Academia de la Historia, con las mismas cartas de apoyo de Sánchez Cantón y Gómez-Moreno, se aprueba el traslado. Pero hay una voz en contra, la del arquitecto Leopoldo Torres Balbás. Hemos documentado una carta interesante de éste dirigida al secretario de la Real Academia diciéndole que no podía apoyar algo semejante porque eso sería renegar de algo que había estado defendiendo durante toda su vida.

¿Hubo voces críticas fuera de estas instituciones?

Es llamativo que la Comisión Provincial de Monumentos de Segovia, que tenía encomendada proteger e informar en los monumentos de la provincia, no es informada y le llega la comunicación con el acuerdo ya tomado. Cuando se reúne, el acta de esa sesión es tremendo y deciden enviar una carta durísima a las dos reales academias para expresar su enérgica protesta y fue crítica con la decisión que tomaron. Retrata a las reales academias.

¿Qué material habéis utilizado para retratar y sacar a la luz las voces críticas?

Todo ello está documentado. Me parece interesante porque no se conocían las voces críticas. No sólo se ha apelado a la documentación de archivos públicos sino también de privados, porque hemos visto correspondencia de Peñalosa, que le llegan cartas desde Madrid y hemos visto una de su colega y académico Emilio Lafuente Ferrari con una nota en la que le dice «la decisión ya estaba tomada».

La situación fue irregular, pero quizás también hay que contextualizarla y tiene que mirarse desde un determinado momento histórico.

Tenemos que tener en cuenta que es una dictadura militar y en un marco diplomático donde el país quería ir en una dirección y trata de complacer a Estados Unidos. Y parece que esta fuera una pequeña pieza en ese juego diplomático para contentar. Y en esta situación, Rorimer fue muy hábil.

¿Qué compensación obtuvieron los implicados en este intercambio? 

Todo fue en concepto de donación. La villa de Fuentidueña recibió 250.000 pesetas (el equivalente a 1500 euros actuales), cuyo importe iba destinado a restaurar la iglesia de San Miguel de la villa de Fuentidueña y hubo otro donativo de 800.000 pesetas (4800 euros) dirigido al obispado de Segovia.

Se da la circunstancia de que el ábside sigue estando en el catalogo actual de monumentos nacionales ¿cómo se gestiona en un país diferente?

Es una situación singular. Entre las competencias de Bellas Artes está velar por él. Pero quien se encarga de mantenerlo es The Cloister. (Museum of Art de Nueva Yorik). Hace poco se hizo una restauración, ya que la climatología de Nueva York, está expuesta en condiciones ambientales diferentes a las de Segovia.

¿Habéis tenido algún problema en el acceso a los documentos en vuestra investigación?

Problemas no, pero sí es cierto que ahora hemos podido acceder a algunos documentos que se encontraban en secreto de documentos y hasta que pasarán 50 ó 70 años, depende del caso, no pudimos consultarlos antes, y sin embargo, hemos tenido acceso a ellos al finalizar esta situación. Donde menos huella hemos encontrado es en la documentación del obispado.

Lo comentáis en el libro: hay semejanzas con la icónica película Bienvenido Mr Mashall de 1953, dirigida por Luis García Berlanga.

A lo largo del proceso de investigación y documentación, cuando íbamos reuniendo todas las piezas nos recordaba mucho a la película «Bienvenido Mr Marshall». Por eso algunas de las frases del guión de Berlanga las ponemos en el hilo del relato que hacemos en el libro. De hecho, al final, el pueblo se queda tal y como estaba antes de la llegada de los americanos, y en este caso sin monumento, de un modo u otro recuerda a la película.

*Fotografía de Wikipedia

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