La estancia media por ingresos hospitalarios a causa de enfermedades de salud mental se multiplicó casi por cuatro en los últimos diez años en Castilla y León, al pasar de una media de 38,31 días en cada ocasión que un paciente acudía al hospital en 2011, a los 140 días ingresados del año 2021, último ejercicio del que se han publicado datos, y que contrasta con los 53 días de España. De este modo, se constata que la salud mental va a más y que la pandemia ha acelerado este tipo de procesos que, trasladados a la atención hospitalaria, obliga a pasar largas temporadas a los enfermos.

Los datos

Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2021, los hospitales de Castilla y León dieron el alta a 5.130 personas, con un reparto muy parejo por sexos: 2.672 eran hombres y 2.458, mujeres. Sin embargo, la denominada morbilidad hospitalaria se redujo en estos años, principalmente porque este número de altas es ahora menor que hace una década al pasar los pacientes más tiempo ingresados.

Tanto las estancias medias como las diferentes tasas oscilan de forma importante por provincias. Así, los ingresos tienen una duración de 705,8 días en Palencia, 315,6 en Ávila y 122,7 días en Segovia, las medias más altas de la Comunidad, con diferencia, a causa de que cuentan con hospitales psiquiátricos, según confirmó el INE a Ical. Junto a ellas, Burgos, con 71,75 días, que también cuenta con un centro de este tipo. De hecho, Palencia dispone de dos. Principalmente, el motivo de alta predominante de los enfermos de estos hospitales es el fallecimiento, cuestión que pesa mucho en la estancia media de estas provincias.

En el resto de provincias, la estancia media es de 36,9 días en León, 29,2 en Valladolid, 20,75 días en Salamanca, 18,9 en Soria y diez días en Zamora. Además de la ubicación de estos hospitales, el envejecimiento es otra de las circunstancias con fuerte peso en el aumento de la estancia media en centros hospitalarios por cuestiones de salud mental. De ahí que Castilla y León esté a la cabeza, según argumenta el INE, con 140 días, seguida de los 124 de Aragón o los 114 de Navarra.

Las personas

Kamelia Rosenova ha estado ingresada cuatro veces en los últimos dos años. Relata su caso a Ical, en el que ha recorrido centros de Soria, Valladolid y Ávila, con un mínimo de nueve días y un máximo de un mes. Es en la ciudad amurallada donde ahora trabaja y se esfuerza por superar este tramo de su vida, con la ayuda de Faema Salud Mental. “Estoy en un piso supervisado, en el que nos visitan los tutores”, narra Rosenova, quien estudia en la actualidad un grado medio de Atención a Personas en Personas de Dependencia por las mañanas y por las tardes acude a la sede de Faema, también para avanzar como auxiliar administrativo.

De su estancia en los diferentes centros, admite que “los días internados se hacen largos”, pero ayuda la celebración de talleres en el hospital y la “terapia ocupacional y actividades con enfermeras”. Sin embargo, “no todo el mundo está apto para hacer las actividades”. “Yo, en función del día, estaba mejor o peor. Nunca vas a saber cuando estarás arriba o abajo. Puedes tener días buenos, malos o regulares o no saber lo que está pasando”, sostuvo.

También aprovecha para lanzar una queja hacia la atención psiquiátrica en los propios hospitales. “Se centran en estar cinco minutos con nosotros para hacer cambios de tratamiento, pero no tenemos un apoyo psicológico. Queremos que sea mayor”, reclama esta joven de 18 años.

Al lado de Soria

El soriano Andrés Fernández prefiere no facilitar su nombre real. Es natural de Langa de Duero pero reside en una vivienda tutelada por Asovica, en Buitrago, un pueblo al lado de la capital soriana. La última vez que ingresó por cuestiones de salud mental fue antes de la pandemia, entre diciembre de 2021 y primeros de 2020, cuando estuve un mes y medio y salió sin firmar el alta voluntaria.

“Lo peor que llevas al principio es que siempre te atan. Tienes que ir al servicio y si no vienen los auxiliares o enfermeras no puedes ni ir. No me parece normal, porque si no estás violento… Esto lo hacen con todos los que ingresan en agudos”, expone. Recuerda que en su periodo ingresado acudían a visitarle amigos y su hermana, desde Madrid. “Cuando me ingresaron no me veía mal”, desliza. Primero fue en un centro de Burgos y demandó que lo trasladaran a Soria. 13 años antes había ocupado otra habitación en el Hospital Virgen del Mirón, “con agudos, psiquiatría y rehabilitación”.

Ahora, en Asovica desarrolla talleres de artesanía para realizar estuches, jabones, velas, portabocadillos para evitar el papel de aluminio y también cosen a máquina.

Con 38 años, el segoviano José Fernando González se apoya en la ayuda que le proporciona Amanecer Salud Mental Segovia. “Me encontraba mal y me llevaron allí al San Juan de Dios de Palencia”. Ahí se inició un periplo de cuatro años ingresado, del 2014 al 2018, en el que contaban con permisos para ir a casa y visitas familiares. “Los especialistas me guiaban con la familia”, recuerda.

En aquel momento, en el Hospital, tenía una habitación individual con llave, si bien los criterios de uso eran poco inflexibles y “te los podían retirar si no cumplías con las normas”. “A mi nunca me las retiraron”, ensalza, para recordar que había zonas comunes, sala de fumadores, comedor o televisión. Además, les tocaba a un grupo de tres personas limpiar las mesas y suelos tras los desayunos, la comida y la cena, cuestiones que “se hacen por terapia”.

Rememora con temor que cuando recibió el alta salió del centro “con miedo”. “Yo creo que allí se me creó una patología, un trastorno esquizotípico de la personas que derivó en esquizofrenia por las pautas que me pusieron”, asevera, más calmado. A su juicio, eso le provocó un empeoramiento de su situación. “Ahora tengo esquizofrenia. Yo iba allí por otros trastornos, por Trastorno Límite de la Personalidad y obsesiones. Después me descubrieron un cuadro mixto”, lamenta.

Ahora dedica su tiempo a desarrollar terapias en Segovia en programas de empleo. De hecho, feliz, relata que pronto hará un curso de celador a través del Ecyl. Vive en una vivienda supervisada junto a otros compañeros y cuenta con cuidadores que acuden a ella todos los días para administrar la medicación y estructurar un listado de tareas diarias. “Es de apoyo, no están detrás de ti todo el día”, expone.

Entre los talleres ocupacionales que realiza, asegura que le gusta “mucho el de los martes y jueves para artesanía, con trabajos manuales, papel reciclado o lana. “Sé hacer felicitaciones, esculturas de papel y mucho tipo de manualidades”, prosigue, para reflexionar sobre la pandemia, que le “afectó mucho psicológicamente porque al estar en casa se desarrolló más lo negativo que lo positivo: apatía, desinterés, descontrol de horarios de sueño… y eso luego lo tuve que recuperar”.