¿Quién no ha sufrido el síndrome de me-tienen-que-elegir-antes-que-al-manta-de-la clase? Dícese del mal que, en el colegio, uno sufre cuando se forman los equipos de fútbol y los “galácticos” de la clase se reparten el ganado futbolero en el patio. Este síndrome fue el que sufrieron el pasado jueves gente como nuestro ministro Moratinos, Tony Blair, el ex primer ministro italiano Massimo D’Alema, el sueco Carl Bildt, o incluso el propio Felipe González. La razón: los líderes de la UE eligieron a su primer presidente permanente y a su ministro de Exteriores. Pero, para sorpresa de todos y gusto de casi nadie, los “premiados” fueron precisamente los-mantas-de-la-clase: el primer ministro belga Herman Van Rompuy y la responsable de Comercio en la Comisión Europea, Catherine Ashton.

La prensa, los comentaristas, e incluso los políticos, han lamentado la apuesta por unas figuras que el 98% de los europeos no sabe quienes son, con currículos no demasiado brillantes para puestos tan complicados. Para entender el por qué de esta decisión, primero es necesario ver cómo se tomó, así que contaré la historia que pasó hace algún tiempo (cinco días exactamente), en una galaxia (podría ser) lejana…

Los veintisiete Jefes de Estado y de Gobierno habían quedado para cenar en Bruselas, y la discusión prometía alargarse. Tanto que la presidencia sueca había encargado el café y los croissants para el desayuno. Para Zapatero la cena era más bien una merienda, porque a las seis de la tarde no hay español que se meta entre pecho y espalda una comida de tres platos. Por eso, para ir haciendo hambre, el presidente del Gobierno se juntó con el sanedrín de socialistas europeos para decidir a quién proponían como jefe de la diplomacia europea. Zapatero tenía mucho que decir: es la referencia de los gobiernos socialistas en Europa, fue nombrado por sus compañeros para acercar posturas, y uno de sus ministros (Moratinos) entraba en las quinielas.

Zapatero llegó a la reunión con los jefes de gobiernos progresistas y, por el miedo escénico que tiene a la prensa internacional, pasó de largo de las decenas de plumillas que esperábamos en la entrada. Así que este impertinente le pegó un chillo para saber si iba a poner el nombre de nuestro jefe de Exteriores sobre la mesa. Un rotundo “no”, y una mirada directa, fue su respuesta, lo que dio paso luego a un animado debate con los colegas italianos para saber si el “no” se refería a que rechazaba las preguntas o si respondía sobre la candidatura de Moratinos. Llegamos a la conclusión de que era lo segundo.

Los socialistas salieron del encuentro con un nombre antes de juntarse con el resto de socios europeos: Catherine Ashton, lo que dejó a la mayoría con la boca abierta y a mi con el premio, la botella y el coco, ya que fui el único, al menos en España, que incluyó a esta baronesa como favorita, y ya escribí un par de días antes que era la verdadera candidata “tapada” de Gordon Brown.

Con este conejo fuera de la chistera (no fueron pocos los periodistas que intentaron saber a qué animal se parece la nueva ministra de Exteriores), el pacto para Van Rompuy quedaba libre por la retirada de la candidatura de Blair, e incluso el federalismo de este belga no rechinaba tanto en los oídos británicos. Así se lo dije a mis compañeros en Madrid, que sacaron la noticia en Internet. Alegría y jolgorio en La Razón que, según me contaron, sacó la noticia adelantándose a las agencias y 30 minutos antes que el resto de digitales.

Pero más que los aciertos o las carreras, a uno le interesaba saber por qué España no había empujado por Moratinos cuando tenía tantas posibilidades sobre el papel. “Es extremadamente necesario en el Gobierno”, respondió Zapatero tras preguntárselo en la rueda de prensa. Para algunos, Moratinos es un buen diplomático, pero no un buen político, y son ambas cualidades las que se requieren para el puesto. Pero visto quién será la nueva zar de la política exterior europea, desde luego que el español hubiera merecido ser elegido antes que la-manta-de-la-clase. Y no es que las mujeres tengan menos posibilidades (en el patio de mi colegio había varias chicas que pateaban nuestras imberbes caras), pero que el único criterio que cumpla la elegida es el género no parece la mejor opción para culminar los diez años de trabajos para reforzar la cara exterior europea. Qué diferente hubiera sido una presidencia en manos de Felipe González, y un ministro de Exteriores tan firme y eficaz como el sueco Carl Bildt. Pero “el cielo está muy bajo en Bruselas”, como repite Gónzalez para rechazar el puesto, por eso es mejor elegir enanos para las sillas europeas.

DEJA UNA RESPUESTA