Por suerte, existen hoy maneras muy refinadas de provocar una discusión, y si uno se quiere enzarzar a insultos con el vecino ya no es necesario llamarle “hioputa”, tan sólo decir que lo del cambio climático es una enorme mentira.

Antes de que la boca le llegue hasta el teclado, diré que no es que piense que toda esta nueva oleada verde es sólo un negocio, ni seré yo el que indique a los científicos de medio planeta que la temperatura del mundo no ha subido en el último siglo. Nos estamos achicharrando, como también pienso que es bastante probable que la razón sea la contaminación que producimos. Sin embargo, como en todo debate científico, nos movemos sólo en el pedregoso campo de la probabilidad, porque ningún científico se mueve en el cálido reino de las certezas (disparen primero y pregunten después si se encuentran con uno que diga tener la verdad debajo del brazo).

El propio panel de expertos de la ONU no firmó una sentencia, sino una aseveración de probabilidad, como ellos mismos reconocieron en sus conclusiones, cuando señalaron que era “bastante probable” que la subida de las temperaturas tuviera las huellas del homo consumer. Hace sólo unos días nos enteramos de que aparcaron algunas pruebas que refutaban el consenso general, algo que los escépticos más tremendistas ya han bautizado como el Climategate (¡qué gran aportación hizo Nixon a la historia de la lengua!).

La polémica, que saltó al descubrirse un intercambio de emails entre algunos investigadores americanos, no resulta tan preocupante por los datos que quedaron fuera (algunas mediciones nada concluyentes), sino por lo que evidencian.

¿Y qué es?… preguntará mi despierto lector. Pues nada menos que algunos científicos de carrera, esa raza dispuesta a pasar largas noches en vela en pos de la verdad científica, caminando en las fronteras del conocimiento con el fin de cuestionar la realidad que vemos (¿demasiada verborrea romántica?) fueron atrapados por la espiral del silencio y prefirieron no decir esta boca es mía o, más bien, “tenemos datos que indican que las temperaturas no han crecido”. Por cierto, teoría muy interesante esa de la espiral del silencio (no hay nada que haya estudiado en la carrera que haya visto en acción con tanta frecuencia).

Échense a temblar si la duda científica ha desaparecido del debate, si la razón crítica ha dado paso al pensamiento único, y los expertos tienen miedo de discrepar en público por miedo a ser tachados de excéntricos o radicales. ¡Bienaventurados sean los asilvestrados! Puede ser que ya no les quememos en la hoguera como hace algunos siglos, pero no hemos avanzado mucho si cierran la boca por miedo a las llamas del ostracismo. ¿Es necesario recordar de nuevo que la tierra era plana cuando se pasó por el grill a los excéntricos que gritaban que se parecía más una pelota?

Y tiemblen bien sobre todo si las voces de la sabiduría se quedan con la sana discrepancia encerrada en la boca cuando hay que hablar del cambio climático, porque no hay debate que nos vaya a afectar más a todos nosotros, y las generaciones que nos pisan los talones. Sus consecuencias se extienden más allá de los desvelos medioambientales e incluso de las preocupaciones energéticas. Tiene implicaciones económicas abismales (¿acaso no cree que se beneficiarán las empresas elegidas por las cuotas establecidas en el campo de la energías renovables o de la eficiencia?¿No podrían devolver parte de las primas recibidas con una fiscalidad aumentada?); consecuencias políticas (que se lo digan al renacido Daniel Cohn-Bendit, el único superviviente verde de la caída de la izquierda en Europa); y en nuestros hábitos de consumo (Paul Mc Cartney ya nos ha pedido que cambiemos la carne por la verdura para reducir la contaminación). En resumen, nada menos que una revolución industrial que cambiara nuestra forma de vivir, de nuestra economía e incluso nuestras formas de Gobierno. La diferencia con las revoluciones anteriores es que ya no se producirá por la libre circulación de ideas, por la competencia aleatoria de fuerzas, perdón por la pedantería, sino que se está teledirigiendo desde las capitales nacionales (véase nuestra Ley de Economía Sostenible), desde la UE (léanse, si aguantan, un discurso de Barroso y subrayen las veces que dice sostenible) y ahora desde Copenhague.

¿Y saben quien está detrás de estas decisiones políticas? Pues nada menos que los informes de los científicos. Nunca en la Historia habrán tenido tanto poder, algo que a priori no debe hacernos castañear los dientes, aunque sí el hecho de que en el paso de estos informes de los laboratorios a las mesas de decisión la probabilidad científica se ha convertido en verdad política. Y en Política son más crueles que en Ciencia con aquellos que discrepan.

De nuevo mi despierto lector se preguntará para qué tanta palabrería si al final estamos de acuerdo. Para nada intento sumarme al grupo de teorías conspirativas, ni soy de aquellos que ven fantasmas en todos los rincones. La razón es la nada desdeñable necesidad de recordar que no sólo las causas del calentamiento vienen del hombre, sino que también las razones que lo explican proceden de su pensamiento. Por eso hay que mantener una sana distancia y pedir a nuestros científicos que discrepen y a nuestros políticos que mantengan vivo el debate, sin que eso les lleve a la inacción, porque también pienso que las consecuencias de no reducir las emisiones serían mayores.

Habrá que ponerse manos a la obra. Y como uno nunca fui bueno en ciencias, habrá que dedicarse a la Política. Así que como no se me ocurre la manera de echar mi currículum, ni a quién entregárselo, ya le dije al presidente Zapatero que nos podríamos cambiar los papeles: el dedicarse al periodismo y yo a ser un animal político.

Nos dijo el pasado viernes a los corresponsales en Bruselas, tras la comida informal que tuvimos con él, que había aprendido a pensar en los titulares del día siguiente, así que este impertinente le comentó al Presidente que por qué no se dedicaba al periodismo. Dijo que pensaba que no muchos periodistas querrían dedicarse entonces a la política. Afirmación generalizada de la mayoría pero no de este guerrero verde, que le sugirió un cambio de roles. ¿Por qué no? Al fin y al cabo el planeta lo merece, y también que pueda seguir comiendo carne todos los días.

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