El repique de las campanas de la Catedral de Segovia marcan las 11 de la mañana. Con un sombrero de lluvia, chubasquero, gafas colgadas al cuello y con la ayuda de su inseparable bastón, Julia Casaravilla sube la estrecha escalinata de piedra que, como si llevara a las puertas de palacio, da lugar a su tesoro y secreto más preciado, el Romeral de San Marcos. Un jardín cuidado, mimado, con apuntes hispano-musulmanes e italianos, a los pies del Alcázar y, sobre todo, con más de 260 especies diferentes, muchas de ellas poco inusuales en la Península Ibérica.

Lavandas, rosas de Damasco, iris, viburnos, bambúes japoneses, peonías, palmeras o crisantemos chinos conviven con arboles de clima frío como tejos, tilos, abedules, frutales, membrillos o granados. Lo extraño es que hay pocos romeros pese al nombre. Y lo común es preguntarse qué pintan en este espacio muchas de estas plantas. “Es una expresión. Crear belleza a través de las plantas”, murmura su propietaria.

Su acento uruguayo pervive a pesar de vivir en España desde hace más de 45 años. Enviudó en el año 2000 del reconocido paisajista Leandro Silva, quien con este jardín alcanzó su sueño. “Hizo lo que él quería, su aspiración era esta; en una huerta en la que sólo había cuatro frutales, zarzas y olivos cuando la compramos a un hortelano”, recuerda. Decía Silva que el “el jardín es la nostalgia del paraíso”, un concepto que se aprecia a la perfección en este espacio, regateado por el río Eresma como si de un futbolista se tratara y resguardado entre la iglesia templaria de la Veracruz y el monasterio de El Parral.

Y esos recuerdos, añade Julia, museóloga de 75 años, llegan de la mano de este jardín encantado, con frescor continuo, aromas y fragancias al máximo que se introducen en el olfato desde todos los rincones de este lugar casi desconocido para los habitantes de la ciudad. Se aprovecha de fuentes naturales y de un crestón que lo resguarda para dar cabida a especies que nunca habrían triunfado en el frío clima segoviano, informa Ical.

Leandro Silva sigue muy presente en el jardín a pesar de su ausencia, algo que ayuda a Julia a abrir cada día sus puertas para mostrarlo a la gente, incluidos grupos de profesionales ingleses y de escuelas especializadas que acuden allí únicamente por la fama ejemplar que tiene entre el colectivo de paisajistas. “Un paseo por estas pequeñas sendas huele a él”, resopla la propietaria.

Reputado paisajista

Su marido, también uruguayo, era alto, con barba, sombrero y algo bohemio, característica aplicable también a Julia. Él es el creador de numerosos espacios en Madrid. La principal y más reconocida, la restauración del Jardín Botánico de la capital, al que devolvió a su traza original, de hace 200 años. También los jardines de la torre Picasso, “donde se puede apreciar su lenguaje moderno e innovador en la conformación de espacios públicos”, al igual que en la Glorieta de Logroño de Burgos, donde se plantea la fuente pública como un elemento lúdico para los ciudadanos mediante surtidores de agua que surgen directamente del suelo. Vallecas nunca olvidará su aportación. Creó el Parque de las 7 Tetas, un elemento característico que consiste en una pantalla visual y acústica de colinas artificiales que permite a los vecinos no oír el ruido ni ver los coches de la A-3. Como su nombre indica, los montículos tienen forma de senos.

Pero ninguno de estos espacios se asemeja a su “jardín de autor, especial, de experimentación, aspiración de cualquier paisajista”, como rememora la de Montevideo. Se conforma de dos ejes paralelos, uno inferior y otro junto al farallón de caliza del que brota agua constantemente. De ahí nace un regato que homenajea a los jardines hispanos-musulmanes y que, tras un corto paseo, concluye en el Camino del Obispo, desde donde la imagen del Alcázar en otoño es “espléndida”.

Lo conocen bien muchos de los participantes del Hay Festival, que eligen este emplazamiento para protagonizar lecturas y visitas, principalmente de extranjeros. Incluso la escritora y premio Nobel de Literatura Doris Lessing, en la primera edición en 2006, se llenó de amor y admiración al visitarlo, según sus propias palabras; el escultor Francisco Leiro lo denominó ‘Jardín de las Delicias’ y en él ubicó algunas de sus obras; y el pintor Raúl Bravo también se inspiró aquí. Incluso, el codirector de las excavaciones de Atapuerca Juan Luis Arsuaga intuyó en una visita que la cueva podría haber sido refugio prehistórico, y los geólogos han encontrado fósiles marinos. Además, es habitual la fiesta del lirio en mayo, una flor con una importante colección en el Romeral.

Un lugar para descansar y reflexionar

Julia decide reposar un rato en uno de los bancos de madera repartidos por el pequeño laberinto y que recuerdan a jardines clásicos. Bajo los tilos y la techumbre formada por los aligustres, muestra el patio de variedades junto al invernadero, donde se conservan ejemplos traídos del vivero de Patrimonio Nacional. “¡Mira la armonía de la arboleda!”, exclama señalando las rectas líneas del espacio, que permiten ambientar una atmósfera especial en un jardín del que ya se han editado dos libros.

“Si te fijas, sobre el agua de la fuente de arte hispano-musulmán se refleja el propio Alcázar”, aconseja con buen tino. Al lado, se aprecian inscripciones latinas que se entrelazan con líneas del Corán; por el mismo lugar por el que bucean varios peces rojos, en uno de los tres estanques, y al que deben dirigir sus pasos aquellos que persigan un “lugar de contemplación”, como define Julia. Y poder disfrutar, entre otros, de una parrotia pérsica, que el propio Silva se trajo de un viaje a Pakistán, un árbol que en otoño toma unos colores rojizos raramente vistos en estas tierras.

Julia Casaravilla destaca el importante papel de su marido en el paisajismo español. Un hombre cuyo referente había sido Roberto Marx, el maestro brasileño de los “colores giratorios” en el país carioca. Su formación se complementó en la Escuela Superior de Paisajismo de Versalles, donde se creó parte del “mito”. “Me encanta el jardín, sobretodo por los recuerdos que tengo aquí. El futuro, ya se verá…”, susurra.

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