En 1998 Alberto Olmos (Segovia, 1975) publicó ‘A bordo del naufragio’, su primera novela. Con 23 años irrumpía en las letras españolas como finalista del Premio Herralde, a la vez que Roberto Bolaño se alzaba con el galardón gracias a «Los detectives salvajes». Desde entonces, el escritor segoviano no ha dejado de ahondar en su voracidad lectora y en su necesidad compulsiva de escribir, que le ha llevado a publicar siete novelas (la última de ellas ‘Ejército enemigo’, en 2011 con Mondadori) y a rechazar visceralmente a través de su afilado alter ego, Lector Malherido, la “burbuja del mundo literario” que a su juicio se ha ido construyendo en España. El próximo viernes participa en la Feria del Libro de Valladolid, donde charlará sobre su trayectoria y su último libro publicado, «Pose» (La Uña Rota, 2012).

Ha comentado que procede de un hogar donde no había libros. ¿Cuándo descubrió el placer de la lectura?

En mi caso personal tiene que ver con el sistema educativo, que te hace leer libros, y con la existencia de las bibliotecas, que te permiten acceder a la lectura. Lo bueno de la literatura es que es más accesible que las otras artes: para escribir sólo necesitas un papel y un boli, mientras que en terrenos como el cine, la fotografía o la música lo normal es empezar muy joven, en casas donde ya haya cámaras de Súper8 o instrumentos musicales. Escribir es más o menos milagroso, pero la esencia de la literatura es que a la gente le gusta practicarla sin necesidad de que haya alguien que le empuje a hacerlo.

¿Recuerda algunos autores que le engancharan especialmente?

En ‘La biblioteca del náufrago’ conté que con 14 o 15 años me compré mis primeros libros ‘serios’: ‘El extranjero’ de Camus y ‘La metamorfosis’ de Kafka, pero mi contacto más directo con la literatura fue cuando llegué a Madrid con 18 años para estudiar Periodismo, por algo tan casual como el hecho de que al matricularte te entregan por defecto el carnet de la biblioteca universitaria sin solicitarlo. Antes no había leído mucho, sólo lecturas juveniles y cosas así.

¿Se considera un lector obsesivo?

Sí, supongo. Me gustan muchísimo, y espero que no se me pase, las novedades. En eso soy como debería ser el lector de la calle, porque la industria literaria vive de que la gente no se crea esa gran verdad que es: ¿por qué si no he leído a Esquilo, Shakespeare o Dickens voy a leer a Alberto Olmos? Si fuéramos sensatos no habría literatura. Pero a mí me gustan mucho las novedades y que me cuenten cosas de ahora. Por eso salvo ‘El estatus’ todas mis novelas hablan de ayer, no porque crea que es comercial ni otras estupideces, sino porque es lo que me interesa. Por otra parte, como las novedades son tantísimas, lo compulsivo llega a ser desesperante porque no puedes leerlo todo.

¿Cuándo decidió probar fortuna como escritor?

Creo que los escritores no son gente feliz. Si fueran felices o hubieran tenido adolescencias felices no escribirían. Sólo los malos son felices. Ponerse a escribir es algo antinatural. Tú tienes 16 años o, ponte en lo peor, tienes 20 o 21 años y te dicen: ¿Qué prefieres? ¿Estar en tu casa encerrado, leyendo libros y escribiendo, o con tus amigos de viaje a Lisboa de fin de curso o tomando copas el sábado por ahí? En casos como el mío el hecho de escribir surge de estar solo. Cuando fui a Madrid estaba muy aislado y siempre escribía sobre mí mismo.

Llegó allí con 18 años. ¿Fue entonces cuando rompió su relación con Segovia?

Yo nací en la Maternidad de Segovia, pero crecí en Fuentepelayo, donde estuve hasta que vine a estudiar a Segovia, pero cuando estuve estudiando en Segovia apenas salía, o sea que tampoco tuve nada que romper. Fue en Madrid donde comencé a construir mi propia geografía, podríamos decir.

Su primer libro, escrito con 21 años, está protagonizada por un joven con problemas de adaptación en un entorno esquivo. ¿Cómo vivió la llegada a la capital?

‘A bordo del naufragio’ habla de eso, aunque nunca lo he vuelto a releer desde que lo envié a Anagrama. No soy partidario de releer tus propios libros, y creo que ése en concreto me asustaría de lo crudo que es. Yo creo que es más crudo que ninguno de los míos, porque luego vas creciendo como persona y como escritor, y te vuelves un poco más piadoso con los personajes e incluso con los lectores. Ese libro era muy salvaje, muy de la vida no tiene sentido y todo es una mierda. Era desolador. Para mi desgracia, mucha gente sigue pensando que es mi mejor libro, imagina qué irónico.

¿Qué supuso ser finalista del Premio Herralde con 23 años con su debut?

Nada en absoluto, aunque es algo que parece inverosímil a día de hoy. Cuando quedé finalista ni siquiera sabía que existía Jorge Herralde o la figura del editor. No tenía ni idea de nada, y en mi mundo aún no existía internet. Ni siquiera conocía a nadie que quisiera escribir, ni tenía mentores o padrinos de ningún tipo. En cierto modo ese desconocimiento absoluto me vino bien, porque en caso de haber sido consciente de que hay un montón de gente como tú que se está moviendo enviando originales, las puñaladas que hay en este mundillo o lo difícil que es que te publiquen, esa rivalidad me hubiera amargado la vida.

El brusco choque contra la realidad llegó con la segunda novela, ‘Así de loco te puedes volver’.

Tras publicar con Anagrama el primero, pagué la broma. Les envié el segundo y lo rechazaron. En el mundo literario hay una ley no escrita que dice que si quien te publica tu primer libro rechaza el siguiente, nadie quiere publicar segundas obras. Hay una sensación de que cada uno tiene su descubridor o su pionero. Lo cierto es que normalmente los escritores, salvo cuatro, están siempre al borde de dejar de publicar y casi hasta de dejar de escribir, porque no es fácil escribir para nada.

Luego llegó el silencio editorial, con siete años sin lograr llegar a las librerías pese a lo cual siguió escribiendo al ritmo de una novela por año. ¿Qué le hizo no arrojar la toalla?

El fundamento de la literatura es que exista una persona quiere escribir y contar cosas, ya sean historias fantasiosas o asuntos personales, y que haya gente que quiera leerlo. Esa comunicación entre ambas partes es la literatura, que no podría existir sin gente con vocación.

En esa ecuación, durante años le faltó encontrar ese espacio donde establecer la comunicación con el lector, algo que tuvo que ser muy frustrante…

Sí, fue muy fuerte y doloroso. Pero así es la vocación, y salvo que seas el hijo de Julián Marías, o sea Javier Marías, nadie tiene asegurado ser escritor. Es una lucha muy absurda, porque si hablamos en términos económicos lo que te reporta es prácticamente cero, y sigues adelante solamente por la vocación, por la pasión que sientes por una manifestación artística de la que pretendes ser ejecutor, para que tu trabajo sea conocido y reconocido. Rafael Reig, uno de los pocos amigos que tengo escritores, dice que justamente eso es lo que demuestra quién es escritor y quién no: quien es capaz de aguantar rechazo tras rechazo y seguir escribiendo.

Pero aparte de la vocación necesitará una autoestima a prueba de bombas.

Sí, claro. El arte es una práctica egocéntrica y exige un sacrificio descomunal, porque escribir es muchas veces renunciar a tener un trabajo como Dios manda, o vivir de tu mujer o sableando a tu familia. O en el mejor de los casos puedes ser rico gracias a una herencia. Ser escritor es una locura muy importante, porque abandonas todo en pos de la gloria literaria. Aparte de que nos guste escribir, el sueño mítico del escritor hace que pierdas totalmente la perspectiva del mundo real, de que hay que tener una casa o cosas así. Es muy curioso.

Entre 2003 y 2005 estuvo viendo en Japón, y fruto de aquella experiencia escribió ‘Trenes hacia Tokio’, que supuso su regreso al mundo editorial en 2006. ¿Por qué eligió Japón?

Fue algo casual. Ahora lo veo como mi segundo país, pero entonces fue Japón como podía haber sido Nigeria. Me sentí cómodo allí, porque los japoneses son gente muy educada y silenciosa, y el ruido es lo que más me incomoda del mundo.

Allí donde puso en marcha sus dos blogs, Lector Mal-herido y Hikikomori, en WordPress y Blogspot respectivamente.

Sí, en Hikikomori de hecho se armó ‘Trenes hacia Tokio’, que está compuesta de posts con su propio título y desenlace que funcionaban como cuentos. Yo siempre tuve intención de volver a publicar, y tenía en mente que algún día podría emplear esos textos para un libro.

Desde entonces no ha faltado en su cita anual en el mercado editorial, y uno de los últimos libros que ha publicado es ‘98% sexo’, una novela breve que apareció el año pasado exclusivamente en ‘ebook’. ¿Apuesta por ese formato?

Yo creo que los escritores no tenemos que preocuparnos por esos temas. Igual que apenas sabemos nada del gramaje de los libros que nos publican, el cosido de los pliegos o el presupuesto para editar un libro. En formato digital sólo tengo ‘98% sexo’ y ‘Ejército enemigo’, y de ambos las ventas son absolutamente ridículas. Actualmente no se vende nada de nada, independientemente de que su precio sea un euro o cero céntimos.

Con el libro electrónico también se ha disparado el fenómeno de la autoedición.

Otro bluf tremendo. Tú eres un autor inédito, de 28 años; mandas tu libro a todas las editoriales y te rechazan. Piensas que todo está amañado y que sólo publican a sus amigos. Entonces te autoeditas en Amazon y lo primero que haces es crearte 50 usuarios falsos, que escriben 50 comentarios con una variedad intelectual y de juicio pavorosa, diciendo: ‘Es muy buena’, ‘Muy buena es’, y poniéndote siempre cinco estrellas. Al final estás haciendo lo mismo que criticas de los editores. Yo estoy en una editorial potente (RHM) y sé lo que he vendido de ‘98% sexo’, que es un título llamativo que vale 1,5 euros y que tiene un mínimo de publicidad. Si tú escribes ‘Mis tardes de amor en Soria’ y lo subes a Amazon, ten por seguro que nadie va a encontrar tu libro con ese buscador; es imposible. A mí me encantaría que hubiera algo como lo que nos venden los medios o las películas de Hollywood, de los sueños de los artistas: un tipo de Cáceres que no sabe nada del mundo editorial y es un genio; escribe una novela, la sube dando a dos botones a Amazon y de repente vende un millón de libros. Pero lo siento, la gente no sabe que algo vale la pena porque se lo tienen que decir. Muy pocos son capaces de reconocer un texto al margen del contexto.

Ha compartido mesas redondas o coloquios con otros compañeros de Castilla y León de su generación en encuentros literarios como el Hay Festival o la Feria del Libro de Guadalajara. ¿Son una oportunidad para compartir experiencias?

Aunque no soy nada pro castellano y leonés, sí me parece interesante coincidir con la gente que está haciendo cosas interesantes aquí, como Ángel Vallecillo, Alejandro Cuevas, Rubén Abella u Óscar Esquivias. No les veo a menudo y poder juntarnos en estos encuentros puede venir bien para crear una especie de mafia castellana y leonesa (ríe). Ya que hay tantas mafias por todas partes…

Con dos ‘blogs’ activos, una cuenta en ‘Formspring’ donde respondía a sus lectores de forma directa hasta que la web cerró el servicio, sus habituales colaboraciones en prensa y su producción editorial, ¿se considera un escritor compulsivo?

A mí me gusta escribir y por eso escribo mucho. Escribir en los blogs es un favor que me hago a mí mismo y al mundo editorial, porque así me desahogo y no estoy todo el día publicando libros. Lo irónico, y la marca de nuestro tiempo, es que para ser escritor hoy basta con decirlo o ponerlo en tu biografía. Aunque no hayas escrito nada da igual; vas medrando, vas medrando, y al final te publican libros porque se creen que eres escritor cuando no es cierto. Es increíble. Pese a todo, y pese a que el sector editorial está en ruinas, el concepto de escritor sigue siendo sexy; socialmente parece que mola ser escritor, y como mola ser escritor y puedes ser escritor sin escribir, para qué vas a escribir.

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