Bajo el título  ‘Descartes no es solo un apellido’, un compedio de textos transitan  el tema de la pérdida de la infancia y del amor. El cariz que adopta la compilación ahonda en la crueldad del hecho en sí, de esa pérdida, del dolor que conlleva, del sufrimiento, en definitiva, que supone decir adiós a aquello que has sido y a aquellos a través de los cuales uno es como es. La contenciosa relación de un hijo con su padre; el deseo físico y fisiológico de amar y poseer; el recuerdo nebuloso y, tal vez arbitrario, de un pasado perdido para siempre; el cuerpo como escenario de la batalla de un hombre con su vida, su entorno y sus semejantes… temas como estos son los que se dan cita en este poemario.

 

¿Qué le llevó a elegir este tema para escribir su obra?

El título es un juego de palabras. En este caso, la palabra ‘Descartes’ no hace referencia al apellido del filósofo francés del siglo XVII, sino al sustantivo “descartes”, a la salida forzada que se le dan a los naipes que el azar te pone en la mano, a las cosas que le suceden a un hombre durante la niñez y la primera madurez. No me considero un hombre excepcional si afirmo que la infancia y el amor han supuesto en mí dos experiencias en modo alguno dolorosas y a la vez iluminadoras. Mi condición de hombre en la actualidad se la debo a aquellos primeros años y aquellas primeras experiencias de amor. He aprendido a través de ellas, me he corregido y reinventado a través de lo que fui. La idea del “descarte” es para dar carpetazo a esa etapa y poder afrontar el futuro con el equipaje justo y la certidumbre de no tener cuentas pendientes con el pasado.

 

Esa idea de ‘descarte’ es lo que le inspiró a escribir el libro ¿En qué se inspiraste para su primera publicación?

El poeta por naturaleza es un ser hecho de sí mismo, egoísta, acomplejado y, por encima de todo, un denodado exhibicionista. Él es su propio lienzo, su propio ratón de laboratorio, su propio experimento… Yo no soy una excepción. Escribo sobre lo que siento y lo que creo que soy, independientemente de la percepción que los demás tengan de mí. De alguna manera construyo mi propio personaje a través de un acto de autocanibalismo. Reflexiono sobre las cosas que me pasan, me recreo en ellas, las doy forma como el alfarero trabaja el barro y, finalmente, las reinvento buscando una textura diferente, descarnada, incluso violenta en muchas ocasiones.

 

Recoger tantas vivencias habrá sido complicado. ¿Durante cuánto estuvo plasmando en papel las sensaciones que ahora quedan recogidas en ‘Descartes no es sólo un apellido’?

La mayoría de los textos están escritos en los últimos dos años, sin embargo hay excepciones. Algunos son mucho más antiguos, de hace una década. Otros, por el contrario, son extraordinariamente recientes pues decidí incluirlos unos días antes de que la editorial diera el visto bueno y mandara la obra a imprenta. De todos modos escribir un poema no es algo que me resulte cómodo y rápido. Cuando la idea me asalta lo que escribo no es más que el esqueleto de lo que más tarde será. A “eso” hay que darle su tiempo, macerarlo, dejar que el tribunal del tiempo dictamine sobre su validez. Muchos textos que en el momento de escribir me parecen sublimes al cabo de los días se convierten en un simple montón de palabras dispuestas en vertical. A la poesía le sucede con al vino o la belleza, que solo son buenos si saben envejecer.

 

Siempre los autores intentan transmitir un mensaje son sus escritos ¿Qué intenta transmitir usted con este libro?

La desnudez retórica de la que hago gala tiene una finalidad intencionada. Una de las razones que explican el carácter minoritario de la poesía es por el empeño en vivir en esa “torre de marfil” de la que hablaba Rubén Darío. A veces, más que como poetas actuamos como criptógrafos. Deshumanizamos la poesía y la convertimos en artefactos extraños de confusa utilidad. Supuestos como estos son los que me empujan a huir de la intelectualidad y mostrarme franco, accesible, incluso evidente. La poesía está en todas partes, simplemente se trata de afinar bien los ojos y tener puntería.

 

Tiene 32 años y su rostro refleja juventud. ¿Cuándo y cómo inició su carrera literaria?

Técnicamente mi carrera literaria no ha hecho nada más que empezar, pues este es el primer libro que publico. Sin embargo, llevo escribiendo casi desde que tengo uso de razón, antes incluso de empezar a leer poesía. Era una manera muy cómoda de sacar los problemas y las miserias fuera, un juego de adolescente. A lo largo de estos años he colaborado en publicaciones como ‘Revés’ o ‘Lunula’, proyectos que aunaban teatro y poesía (teatro de azoteas) y, actualmente, estoy inverso en un proyecto músico-poético junto al músico Tat Satie. La primavera pasada decidí ponerme manos a la obra y el resultado es este ‘Descartes no es solo un apellido’. Lo presenté al IV Certamen de Poesía Juan Calderón y tuve la suerte de ser premiado con el accésit del concurso y de que la editorial Ediciones Cardeñoso me ofreciera publicarlo.

 

¿Será esta publicación la primera de muchas? ¿ Tiene nuevos proyectos en mente?

Ese juego de adolescente que fue escribir se convirtió con el tiempo en una necesidad que ahora es casi un oficio de artesano. La poesía, como la malaria, no tiene cura; una vez que te “pica” date por jodido, ese virus lo llevarás siempre encima… Además, tengo la suerte de desempeñar una profesión que es, a la vez, una actividad excepcionalmente creativa e inspiradora. Trabajar en un colegio, rodeado de adolescentes y enseñando Historia, me brinda la posibilidad de un aprendizaje continuo y recíproco. Es realmente maravilloso entrar en las clases como Peter Pan en la Tierra de Nunca Jamás y salir de ellas como debió hacerlo Napoleón de Austerlitz…, tan maravilloso e inspirador que tengo intención de trasladar esas vivencias al papel y darles forma de poesía.

 

A lo largo de su trayectoria, ¿Qué autores te han influido más?

Recuerdo que cuando decidí empezar a leer poesía una motivación importante era la de economizar el tiempo y el esfuerzo. Quería leer y, de alguna manera, formarme; pero no quería que eso me llevase demasiado tiempo. Pensé que la poesía, dada su habitual brevedad, podía ajustarse a lo que buscaba. Por supuesto que con el tiempo esa concepción cambió. La poesía casi nunca me resultaba accesible, tardaba en leerla, muchos autores me aburrían y los despreciaba. Pero continué buscando y de todo lo que encontré muchas cosas me sedujeron enormemente. A día de hoy reconozco la impronta que en mí dejaron autores franceses del siglo XIX como Rimbaud, Verlaine o Isidore Ducasse. Más tarde me di de bruces con Leopoldo María Panero, del cual he heredado el gusto por la violencia lírica. Poetas actuales en lengua castellana como Karmelo Iribarren, David González, Miriam Reyes o Roger Wolfe, también me han ayudado a dar forma a lo que entiendo por poesía.

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