Doce comarcas de las 47 de Castilla y León ya cuentan entre sus vecinos con más de un 10 por ciento de población inmigrante. Cuatro de ellas están en la provincia de Burgos (Aranda de Duero, Briviesca, Merindades y Miranda de Ebro), otras cuatro en Segovia (Cantalejo, Cuéllar, Riaza y zona de la capital), tres en Soria (Ágreda, Almazán y la zona de la capital) y una en Ávila (Alberche), según los datos del INE.

Además, en siete municipios con más de 1.000 habitantes más del 20 por ciento de los empadronados son extranjeros. Cinco de ellos están en las comarcas con más inmigración: los abulenses de Navalperal de Pinares, con casi el 30 por ciento, y Las Navas del Marqués, con el 20,2 por ciento, ambos en Alberche (Ávila); los segovianos de Riaza, con un 32,3 por ciento de extranjeros, y de Ayllón, con un 20,1 por ciento, los dos en Riaza, y el burgalés de Briviesca, con un 22,9 por ciento.

Sin embargo, otros dos se encuentran en comarcas donde la llegada masiva de inmigrantes no es lo habitual. Se trata de la localidad salmantina de Fuentes de Oñoro, que encabeza el ranking regional con un 41,53 por ciento de vecinos de procedencia extranjera, un porcentaje que responde a su localización geográfica, junto a la frontera con Portugal, y la vallisoletana de Mayorga, donde los búlgaros son más de un 26 por ciento de la población.

Pese a esta elevada concentración de inmigrantes, no existen problemas destacables de convivencia entre españoles y foráneos en la Comunidad. Sin embargo, mientras las autoridades destacan sus esfuerzos por contribuir a la integración, muchos vecinos se quejan de que los extranjeros tratan poco con el resto de habitantes y que “sólo se relacionan entre ellos”.

 

Riaza

En la comarca de Riaza (Segovia), donde se registra la mayor concentración de residentes foráneos de toda la Comunidad, la implicación de la población autóctona ha sido clave para lograr una correcta integración de los extranjeros. La llegada de estos nuevos pobladores ha permitido mantener servicios en algunos pueblos de la comarca Nordeste, la más despoblada de la provincia. La construcción y la ganadería han sido los principales nicho de empleo, y han ocupado viviendas que se encontraban vacías. Además, algunos pueblos han evitado el cierre de sus colegios.

En el municipio de Riaza (Segovia), donde un 32,3 por ciento de sus 2.500 habitantes son extranjeros, la comunidad búlgara, formada por más de 500 personas, y marroquí (unos 150) son las más numerosas, seguidas de la rumana (un centenar) y la iberoamericana, unos 80, entre los que predominan los ecuatorianos.

El alcalde, Benjamín Cerezo, destaca que “no ha habido absolutamente ningún problema” ya que la gran mayoría de los extranjeros “llevan muchos años” y están totalmente adaptados. “Estamos tranquilos y orgullosos porque no hay ningún problema de seguridad y la relación con la mayoría de los inmigrantes es buena”, asevera Cerezo, quien apostilla que la amplia comunidad búlgara está “totalmente integrada” y que hay más dificultades con otros colectivos como los marroquíes porque hay más diferencias culturales.

Eso sí, reconoce que muchos de los extranjeros prácticamente solo se relacionan entre ellos. “Es lógico que quieran conservar su idioma y sus raíces, pero yo intento que no haya mucho gueto, hacer actividades conjuntas para que se relacionen con los españoles, tienen que involucrarse y yo creo que la gente de aquí les ayuda”, asegura.

También desde la Asociación Bulgaria de Segovia destacan que “la convivencia es buena” y que no se ha visto entorpecida por la crisis porque la mayoría de los búlgaros llegaron hace varios años a la provincia y, aunque ahora hay muchos en paro, como han estado trabajando cobran los correspondientes subsidios. Asimismo, destacan que la situación de este colectivo ha mejorado notablemente con la entrada de su país en la Unión Europea porque ya no tienen problemas “con los papeles” e incluso han podido convalidar muchos títulos educativos y ejercer su profesión.

Por su parte, conscientes de la importancia de estos nuevos habitantes y de la necesidad de conseguir una correcta integración, los responsables de la Coordinadora para el Desarrollo Integral del Nordeste de Segovia (Codinse), pusieron en marcha algunas iniciativas tendentes a una correcta convivencia. Así, según explica su gerente, María del Mar Martín, han impulsado actividades para todas las edades. Una de las de mayor éxito fue la atención en la escuela con niños que llegaban para que aprendieran español y también han hecho cursos de alfabetización para mujeres extranjeras, y cuentan con una bolsa de empleo, lo más demandado en los últimos años.

 

Fuentes de Oñoro

Adentrarse en Fuentes de Oñoro (Salamanca), el municipio castellano y leonés con mayor número de inmigrantes censados (el 41 por ciento de sus 1.375 habitantes) supone darse de bruces con una evidente mezcolanza de nacionalidades. Aunque apenas se perciba a pie de calle que portugueses y marroquíes son los extranjeros que conforman el grupo mayoritario, los comercios delatan que el municipio es una población de frontera acostumbrada a recibir cada año a millones de lusos, de ahí que muchos de los letreros estén escritos en ambas lenguas.

El día a día, sin embargo, es otra cosa. La proximidad de Vilar Formoso hace que sean muchos los lusitanos que prefieren empadronarse en España “por sus mejores condiciones sociales” aunque vivan a apenas doscientos metros, pero en otro país, según explica el Agente de Desarrollo del Ayuntamiento oñorense, Faustino Esteban.

Los portugueses asentados hoy en día en el municipio, explica Esteban, se mezclan con la población local hasta el punto de convertirse en uno más y pasar desapercibidos. No se sabe a ciencia cierta quiénes hacen su vida a diario en Fuentes de Oñoro aunque las estadísticas revelan que son varias las familias portuguesas que se decantaron por suelo español para vivir y educar a sus hijos.

En eso coinciden con los marroquíes, pero es, junto a la falta de iniciativa para constituir una asociación de representantes, él único aspecto en común. El agente de Desarrollo subraya que la convivencia es buena en el pueblo aunque no oculta que a los africanos les cuesta más integrarse. “Sus hijos están escolarizados en el pueblo y, en muchos casos, son los que ejercen de traductores para que sus padres puedan hacerse entender pero el asunto de la integración es otra cosa”. Los comerciantes de la zona suscriben palabra por palabra esa afirmación.

Dedicados en su mayoría a la venta ambulante, los marroquíes desaparecen a menudo de la localidad durante largas temporadas para intentar vender sus productos en los mercadillos que se instalan en las poblaciones de alrededor. Quizá por ese motivo, los dos bazares que regentan en Fuentes permanecen cerrados casi todos los días, convertidos únicamente en el lugar de almacenaje de los productos. Es difícil saber cuántas personas de ese país viven realmente en el municipio, aunque, según el agente de Desarrollo Local, superan por poco la treintena pese a que la estadística arroje otros datos.

 

Mayorga

El caso de Mayorga (Valladolid) es uno de los más peculiares de Castilla y León por la elevada concentración de inmigrantes de un país. Según el censo de 2010, los nacidos en Bulgaria representaban más de un 26 por ciento de sus 2.000 vecinos y apenas había personas de otros países. Nadie sabe muy bien por qué se ha producido esta masiva emigración a un pueblo situado en una de las comarcas más despobladas de la Comunidad, Tierra de Campos, aunque quizás se explique por el boca a boca.

De hecho, la mayoría de los búlgaros de Mayorga proceden del norte del país y muchos son de la misma región. El alcalde, Alberto Magdaleno, explica que los primeros inmigrantes empezaron a llegar hace más de diez años y que, “aunque la integración siempre es mejorable, no ha habido ningún problema de convivencia”. “Ellos han asumido puestos de trabajo que no quería nadie, son 500 personas más que contribuyen al pueblo”, asevera el regidor con rotundidad.

Magdaleno explica que la mayoría de los inmigrantes trabaja en la agricultura, la ganadería y la construcción, pero algunos también regentan negocios propios como una tienda de alimentación búlgara, donde se pueden encontrar todo tipo de productos lácteos, embutidos, dulces y bebidas de países del Este, y un par de bares.

En su caso, apuesta por “trabajar para que esa integración sea completa” y destaca que ésta es “cosa de dos partes, los que llegan y los que ya están”. Eso sí, apostilla que el hecho de que la práctica totalidad de los inmigrantes sean búlgaros lo hace más fácil porque “son europeos”. “No se les trata a inmigrantes porque no lo son, son ciudadanos europeos que se trasladan a otro país”, resalta, para añadir que en Mayorga “siempre” tendrán “los brazos abiertos” para todas las personas que quieran ir allí a trabajar para que no se convierta en “una zona deshabitada”.

Pese a estas buenas intenciones del alcalde, muchos vecinos españoles reconocen que “no hay problemas”, pero se quejan de que los búlgaros “no se integran absolutamente nada”. “Los niños todavía, pero los jóvenes y los mayores sólo se relacionan entre ellos”, comenta Mercedes, dueña de una peluquería, quien considera que “ellos mismos se han creado un gueto” y que los mayorganos sí les han “intentando integrar”.

También Conchi, quien trabaja en una droguería, indica que “hasta ahora no ha habido ningún problema” aunque indica que “ellos viven en su mundo”. “Son muy educados y muy amables, pero sólo se relacionan entre ellos, no tienen amigos de aquí y no salen de fiesta, siempre están juntos”, afirma Elena, trabajadora del Centro Cívico.

Aunque siempre hay excepciones, como Victoria Arsova, encargada del Hogar de los jubilados. “Hay gente que todavía no se integra, pero yo me siento casi española, es más, la última vez que fui a Bulgaria me sentí como si fuera una extranjera en mi propio país y mi hijo, al que traje con 5 años y ahora tiene 13, se siente más español que búlgaro como casi todos nuestros hijos”, comenta, aunque asegura que lucha por no perder su cultura y costumbres.

Después de que su hermano viniera a trabajar a España en la construcción en 2001, Victoria y su madre, Flora, le siguieron ante la falta de oportunidades en su país. “Aquí gano cinco o seis veces más de lo que ganaba en Bulgaria”, explica mientras pone vinos y charla animadamente con sus clientes, tan habituales que antes de que le pidan ya les pone su consumición.

Victoria comenta que llegó a España con un trabajo como niñera en Cerecinos de Campos, que su madre, que cuidaba a una pareja de ancianos en la localidad, le había buscado. Menos de tres meses después, volvió a su país y se trajo a su marido y su hijo. Desde entonces no le ha faltado trabajo, los dos últimos años como encargada del Hogar del Jubilado, donde se muestra encantada.

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