A pesar de los cambios que ha sufrido la sociedad en las últimas décadas, la tradición del belén sigue muy arraigada en España y en Castilla y León, no sólo a través de las numerosas asociaciones que cada año ambientan parroquias, instituciones y hasta sedes de entidades bancarias con escenas del nacimiento de Jesús, sino también gracias al tesón y el esfuerzo de varias familias belenistas, algunas de las cuales llevan más de cuatro generaciones consagradas vocacionalmente a este arte. 

Pedro Fernández, vecino de Valverde del Majano -una localidad situada a 15 kilómetros de Segovia- se considera “un entusiasta belenista” desde que siendo un niño “de seis o siete años” comenzara a poner un nacimiento “con figuras de plástico y un río de papel de aluminio” en su Puente de Génave (Jaén) natal.

En la actualidad, ocupa cada año 16 metros cuadrados de un garaje de su propiedad con más de 250 figuras de barro de 21, 17 y 15 centímetros, colocadas en un diorama que tiene agua corriente, nueve módulos de edificios y una central electrónica que regula la cantidad de luz y diversos efectos de sonido: truenos, viento, animales, voces de niños jugando…

“La verdad es que es un belén de los que ya no se montan y el garaje se me queda chico”, presume este jienense nacido en 1959, que trabaja para una empresa de servicios vinculada a Caja de Segovia.

Fue precisamente contemplando cómo se montaba el “majestuoso” belén del Torreón de Lozoya cuando Fernández se decidió a “recuperar la tradición”. Del “poyete de una ventana” que utilizaba en su infancia, pasó a montar las figuras “en una mesa de televisión”, después “en la mesa del comedor” y desde hace años en su garaje, que abre sin dudar a todo aquel que quiera contemplar sus creaciones, inspiradas siempre en el estilo “clásico murciano”, que incluye “musgo, romero y plantas aromáticas”.

“Todos los años hago algo para aprender, me marco nuevos retos”, señala el belenista aficionado, satisfecho de que en Navidad “se corra la voz” y decenas de personas se asomen a su cochera. “Vienen hasta de Segovia capital, por eso hay veces que lo dejo puesto hasta finales de enero”, apostilla.

 

Un belén de Museo

Una de las más famosas de la Comunidad, y quizá de España, es la familia Angulo de Valladolid, que desde 1958 y durante varias décadas expuso en su casa del barrio de las Delicias un belén monumental, que posteriormente albergó el Museo Nacional de Escultura, el Ayuntamiento de la capital, la Feria de Valladolid y la capilla del Cristo de la Luz de la Universidad de Valladolid.

Alejando Angulo Ramos y Alejandro Angulo Novo, tío y sobrino, representantes de la tercera y cuarta generación, respectivamente, recuerdan con orgullo cómo su fama se extendió a otras capitales de la Comunidad y de España.

Así, los belenes de la familia Angulo se han expuesto con el correr de los años en Segovia, Madrid o Huelva y hasta en la mismísima catedral de Burgos, donde esta familia construyó su mayor creación: un nacimiento de más de cien metros cuadrados y con más de 500 figuras de diversos tamaños, para simular distintos planos de perspectiva.

Los nacimientos de esta familia, dedicada a la restauración y tapizado de muebles antiguos, han decorado escaparates e iglesias y adoptado diversos estilos y ambientes: tirolés, sevillano, castellano -con aperos de labranza originales- y hasta en una ocasión se inspiró en tres etapas de la vida de Cristóbal Colón, una de ellas su muerte en el desaparecido convento de San Francisco de la Plaza Mayor de Valladolid.

La tradición comenzó hace un siglo en la localidad de Curiel del Duero, cercana a Peñafiel. Allí, Luis Angulo, alfarero de profesión, montaba cada año un belén para su familia. Su hijo, Aniano, y la mujer de éste, Ascensión Ramos, recogieron el testigo de esta costumbre, que cada vez se hizo más popular entre amigos y familiares.

En 1958, Alejandro y Pedro, dos de los hijos de Aniano y Ascensión, abrieron “por primera vez” al público su belén, en una casa molinera del barrio de las Delicias. “Eran años muy duros, en los que el país estaba iniciando su despegue, y nosotros hicimos hasta invitaciones para el nacimiento. Todos los años se hacían colas de tres o cuatro horas”, recuerda con emoción Alejandro.

 

Piezas de los siglos XVII y XVIII

Con el paso del tiempo, los Angulo perfeccionaron su técnica y se atrevieron con “grandes montajes”, que contaban con agua corriente, efectos de tormenta y diversas iluminaciones. Su patrimonio de figuras se amplió de la misma forma y en la actualidad atesoran varios juegos de piezas de los siglos XVII y XVIII e infinidad de figuras de barro, procedentes en su mayoría de Murcia, y de pasta de madera, una mezcla de serrín y escayola que se emplea típicamente en Cataluña.

La “crisis” ha obligado a los Angulo a conformarse este año con montar un belén en su taller de restauración de muebles, compuesto por figuras de madera policromada de los siglos XVII y XVIII de entre 80 y 90 centímetros de altura. “Son muy complicados de montar y cuestan mucho”, reconocer sin perder la esperanza de poder recuperar uno de sus grandes proyectos para 2012.

Mucho más humilde, pero igualmente importante para sus autores, es el belén que desde hace más de 20 años monta en Ágreda (Soria) la familia de Víctor Carrasco. La tradición se inició cuando éste era pequeño y hacía las figuras “con plastilina o arcilla”, según relata su madre, María Jesús Gil, notaria de profesión.

Cada pieza y cada casa, incluidas las tejas -de arcilla, que se cocían en el horno-, las montañas, los ríos y hasta un huerto “con cardo” se hacían de forma artesanal y se colocaban con primor todas las navidades, primero “en un cuarto pequeño”, después en “una habitación más grande” y actualmente “en una cochera, donde abarca 25 metros cuadrados”, explica Gil.

Como manda la tradición en Ágreda, los vecinos recorren en un día todos los belenes de la localidad y cantan villancicos. El de la familia de Víctor ha sido siempre de paso obligado, al igual que el de la parroquia, que ocupa casi 50 metros cuadrados, el que realiza un veterano profesor o el de una vecina, que tiene la particularidad de ser de ganchillo.

El montaje, “muy laborioso”, se prolonga durante varias semanas y con frecuencia el belén permanece expuesto “hasta febrero”, para que incluso los vecinos más rezagados tengan la oportunidad de contemplarlo. “Siempre ha venido mucha gente, incluso personas que vivían fuera del pueblo y volvían a casa por Navidad”, apunta la notaria.

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