“Si Tejero quisiera dar un golpe hoy, tendría que volar a Bruselas para encerrar al Gobierno”, bromeó un colega. Y es que esta semana se nos ha cansado el brazo de aguantar la grabadora delante de la decena de ministros que ha desfilado por el Parlamento Europeo para contar por enésima vez las prioridades de la presidencia española. Y así, mientras mirabas los brillos a Trini, las arrugas a Pepiño, el aura a Gabilondo o los pelillos del cogote a Sebastián, uno se preguntaba si nuestros ministros sonarán tan asépticos y prefabricados cuando se van de pinchos o se toman un par de copas. ¿No sería más interesante preguntar a Trini sobre cuál es su película favorita, en lugar de cómo ha gestionado la gripe A? Al fin y al cabo, ninguno de los dos son temas europeos, y al menos en la primera pregunta estamos abiertos a la sorpresa. Puede que a nuestra responsable de Salud le encante Jules y Jim, porque piensa que la pareja no es la mejor fórmula para el amor, ejército del que también formo parte.
Eso podríamos imaginar, ya que la nueva Estrategia Nacional de Salud Sexual y Reproductiva que firma su ministerio se propone el objetivo de “promover una salud sexual vivida de una manera integral, autónoma, diversa, igualitaria, placentera y respetuosa, a lo largo de la vida, en donde los derechos sexuales y reproductivos de mujeres y hombres queden garantizados”. ¿Tanta incontinencia verbal tiene algún sentido? “Integral”, digamos que solo valen los orgasmos enteros y no los medios (?). “Autónoma”, ¿un canto a la masturbación?; “diversa”, pues eso, que no hay dos sin tres…”Igualitaria”, I disagree, porque los hombres somos la parte débil…”Placentera”, en esto Woody Allen le diría que no hay orgasmo equivocado, que todos son buenos. Y “respetuoso”, bueno, al menos una palabra que tiene sentido. Aunque la parte que más respaldo es en la que se nos dice que “los derechos sexuales quedan garantizados”. Menudo error cometieron los revolucionarios franceses al olvidarse de esto en la Declaración de 1791. Habrá que ver el alcance de esta promesa, si llegará hasta el ámbito de nuestras fantasías y podré encontrarme con Giselle Bundchen cuando me meta entre las sábanas o se limitará a las noches del fin de semana.
Volviendo a las películas, puede que haya ministros más románticos, como Gabilondo, que prefiera quedarse con Casablanca, esperando que alguna mujer le mire como observaba Elsa a Victor (llena de orgullo y admiración) cuando tocaba la Marsellesa frente a la banda de nazis bandarras. Y puede que, entre todos ellos, nuestro presidente se quede con la triste historia de Edith Piaf, incapaz de sobrevivir a la sangría económica sólo con el gotero del optimismo antropológico. Él, como Piaf, continúa con eso de “Non, Je ne regrette rien”, cuando hasta Obama (obligada genuflexión incluida) lleva una semana entonando el mea culpa por los errores de su primer año.
Hace algún tiempo pasé varios fines de semana en París junto a una placita en la que una estatua recordaba a Piaf. Eran días en los que todavía para mí Europa era la madre de la ciudadanía y de las luces, y no un ejército de burócratas que tienen miedo a pensar más allá de los tratados. Meses en los que el continente era sobre todo su arte y su cultura, más que sus instituciones. Entonces paseé algunas veces por el cercano cementerio de Père-Lachaise. Y comparando las tumbas de aquel camposanto y las correrías estos días por el Parlamento, uno se entristece al comprobar que Europa no tiene más pulso en las aspiraciones de estos vivos, sino en la memoria de aquellos muertos. Por suerte siempre nos quedará París (sobre todo si se vive con los derechos que nos garantiza la Trini).