Fue un adelantado a su época, como también lo fueron Blaise Pascal y Leonardo Da Vinci. El segoviano Victoriano Provencio, nacido en 1848 en Fresno de Cantespino, un pueblo del nordeste de la provincia de Segovia, ideó una especie de ábaco para realizar cuentas con rapidez y exactitud.

Llegó a patentarlo, pero, como ocurrió a otros inventores precoces, no llegó en el momento mercantil oportuno para su comercialización, por lo que no logró el éxito que han podido tener después otros genios como Bill Gates.

Lo llamó ‘Aparato Logarítmico Mecánico’ y ha permanecido sin utilidad y sin difusión durante todo el siglo pasado. Pero ha sido ahora cuando ha despertado el interés de la Universidad Pública de Navarra, cuyo cuerpo docente ha decidido incluirlo como objeto de estudio en la asignatura ‘Fundamentos e instrumentos de cálculo antiguos’, abriendo así la posibilidad de seguir investigando sobre este aparato.

Se trata de un artilugio de siete cilindros forrados de papel pizarra con los que se emplean para contabilizar las centésimas, décimas, unidades, decenas, centenas, millares y decenas de millar, y que permite realizar diversas aplicaciones, entre ellas, la de calcular porcentajes.

 

Mejoras

Se trata pues de una especie de calculadora, parecida al ábaco, pero mejorado sensiblemente. Además fue empleado para realizar repartos de contribuciones. De hecho, Victoriano Provencio patentó el invento con el número 26.101 e incluso lo presentó a la Exposición Provincial de Segovia de 1901, que le sirvió para ganarse la Medalla de Plata en octubre de ese año.

El galardón no le sirvió para otra cosa que para mantener su ilusión y para decidir hacer una fuerte inversión económica en su intento por extender su comercialización. De hecho quiso comercializa su invento, pero no le sonrió la fortuna. Mandó construir tres centenares, y remitió información a los ayuntamientos de la provincia. El elevado precio del artilugio (entonces 55 pesetas), unido al necesario aprendizaje que requería la máquina debieron desanimar a la mayoría. La hacienda del inventor quedó maltrecha, pues se vio obligado a vender dos rebaños de ovejas para afrontar los gastos derivados de la fabricación, recuerdan sus descendientes.

Afortunadamente supo concienciar a su familia de la importancia del artilugio. De hecho, sus descendientes siguieron utilizándolo, e incluso dos nietas, Melia y Filo, recurrían a él en el diario trabajo que realizaron durante m

edio siglo en la gestoría ‘La Social’, dirigida por su hermano Felipe Provencio, y que hoy continúa abierta. “Nosotras sacamos bastante provecho al ‘Aparato’, sobre todo para elaborar los padrones de rústicas y urbanas que debían presentarse en Hac

ienda, hasta que llegaron las calculadoras y ahora los ordenadores”, señalan estas dos hermanas.

Desde la Universidad de Navarra reconocen que se trata de un aparato que sirve para hacer cuentas con rapidez y seguridad y en eso coincide con el ordenador. Pero sobre todo destacan que un hombre de hace más de un siglo, sin salir de Fresno de Cantespino, pudiera inventar este aparato.

Él lo debió emplear en su actividad profesional como secretario del Ayuntamiento de su localidad natal, y de la antigua Comunidad de Villa y Tierra de Fresno, en la que tuvo que realizar operaciones largas que exigían tiempo y cuidado.

 

Reconocimiento

Una vez que la Universidad de Navarra ponga en valor este aparato, puede que Victoriano Provencio logre un puesto en la historia del cálculo y las operaciones aritméticas. Se sumará así a la lista de inventores como Leonardo da Vinci (1452-1519) que, como en tantos otros campos, trabajó en el desarrollo sobre el pap

el de aparatos de cálculo, aunque no llegó a construir ningún prototipo. O también Blaise Pascal (1623-662) quien diseñó y construyó una máquina sumadora accionada por engranajes, con el fin de aliviar el trabajo de contabilidad los recaudadores de impuestos. El dispositivo conocido popularmente como la pascalina a pesar de que recibió múltiples cambios de perfeccionamientos a lo largo de la vida de su inventor, tuvo poca aceptación en su época debido al bajo costo del cálculo manual.

Todos ellos tuvieron en común el haber desarrollado un gran cerebro para inventar aparatos de precisión, pero con un fallo histórico: que no lograron sacarlos a la luz en el momento idóneo de su comercialización por adelantarse a la época en la vivían.

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