Más allá de la imagen que un cementerio pueda tener, por lo que respecta a sus connotaciones negativas, un camposanto no deja de ser un testimonio de lo que es y ha sido una ciudad. Una parte, indiscutiblemente, muy ligada al paso del tiempo y a aquello de lo que ha acontecido en un determinado lugar y a aquellos quienes lo han protagonizado. Los personajes ilustres allí enterrados, el arte testimonial de cada época, y las miles de historias que encierran entre sus muros, pasan en numerosas ocasiones desapercibidas por aquellos quienes subestiman estas y otras muchas cuestiones.

Desde que el Cementerio del Santo Ángel de la Guarda de Segovia se inaugurara el 5 de agosto de 1821 por el obispo Isidro Pérez, comenzó a formar parte de la historia segoviana, encerrando entre sus muros la primera de sus historias. Sólo dos años después, el 17 de julio de 1823, el camposanto cerraba sus instalaciones hasta 1833, en el periodo absolutista, por su consideración de que el cementerio era una medida demasiado constitucional, hasta que un nuevo delegado de Patrimonio, consiguió volver a abrirlo.

Pero hay que remontarse en la historia para conocer el por qué de los cementerios, ya que hasta la fecha, los cuerpos sin vida de las personas recibían sepultura entre los muros de las iglesias y de sus atrios. Otro cementerio segoviano, el del Real Sitio de San Ildefonso, fue el predecesor de los pilares sobre los que se asientan las formas que conocemos de cementerios en la actualidad. El ejemplo a seguir del cementerio del pueblo vecino, nació de la petición de Carlos III de desvincular la muerte con la iglesia, en 1785, con el objetivo de preservar la salud pública. España comienza a prepararse, con aires de las Ilustración, para cambiar la muerte de escenario. A partir de este momento, se ubicarían en lugares apartados de la población, bien ventilados, sin contacto con la población, cercados, con una capilla y con un osario.

Pero la teoría no conlleva que la práctica se aplique al momento, y en Segovia habría que esperar 26 años para que el cementerio se inaugurara, como ya hemos dicho, en 1821. Una medida que no fue muy popular entre algunos sectores, tanto por la pérdida de la Iglesia de los ingresos que cobraban por enterramiento, como por las personas que no querían ser enterradas al aire libre, que no concebían su descanso eterno en un lugar no sagrado. Fue don Miguel de la Cruz y Losas, Procurador Personero de la Ciudad, una de las primeras voces que demandaron un cementerio en la ciudad. Alrededor de 1791, el funcionario denuncia esta falta de un cementerio, entre otras razones, porque muchos de los enterramientos que debían realizarse en cementerio civil del Real Sitio, no se realizaban allí, sino que se realizaban en Segovia porque muchos de los habitantes de la localidad vecina se negaban a ser enterrados allí. Además, la denuncia de que los cadáveres hacinados en las iglesias podían corromper el oxígeno de los alrededores comenzaba a coger peso en la sociedad.

“Mucho más peligro de corrupción hay en las alcobas de aquellos quienes realizan las denuncias”. Son las palabras del científico ilustrado Louis Proust, enviado por el Obispo de Segovia a realizar un informe, puntero en toda Europa, sobre el grado de oxígeno en las cercanías de las iglesias. El objetivo era demostrar que en las muestras de aire no había peligro de corrupción y el estudio demostró que no existía aire infectado y exhalaciones fétidas.

Sin embargo, pasando los años, ya en 1804 las voces de protesta comienzan a cobrar importancia y es el propio párroco de Santo Tomás, don Francisco Centeno, quién denuncia la falta de espacio para realizar los enterramientos. Asímismo, la iglesia de Santa Columba se encontraba en ruinas y al borde del colapso por lo que se vio obligada a enterrar a sus feligreses en San Juan de los Caballeros.

“siendo expuesto a un contagio la reunión de tantos en una yglesia de tan poca ventilación y de un suelo nada a propósito para la corrupción de aquellos, exige la necesidad de V.S. tomen las disposiciones necesarias para la construcción del cementerio”.

 

Era el principio del cementerio de Segovia

El emplazamiento, elegido por los regidores y el médico de la ciudad, fue escogido por estar apartado de la población, estaba en un sitio bien ventilado y porque además estaba la ermita del Santo Ángel de la Guarda, construida en el siglo XVIII.

La polémica continuó con el primer paso de la construcción del cementerio. El arquitecto escogido, Zacarías Sanz, contrató albañiles gallegos para llevar a cabo la inminente obra, algo que hizo que los profesionales de la albañilería de Segovia se quejaran. La construcción era una sencilla, una tapia de mamposteria que ocupaba los actuales patios número 1 y número 6. Más adelante, ya en siglo XIX, Odriozola, arquitecto municipal, sería el encargado de ampliarlo, añadiendo además un cementerio civil para aquellos que morían alejados de la religión católica.

El 2 de agosto de 1821 se bendice el Cementerio por el obispo don Isidoro Pérez de Celis quién celebró la misa en la iglesia de El Salvador. La ceremonia comenzó a las cinco de la mañana y a ella asistieron el Cabildo, el Jefe Político, la Diputación Provincial y el Ayuntamiento. Finalizada la Eucaristía, el obispo salió el solemne procesión hacia el Campo Santo que quedó bendecido con gran concurrencia de asistentes.

La construcción del cementerio del Santo Ángel no fue del agrado de los vecinos del cercano barrio de San Lorenzo que veían peligrar los frutos de sus huertas por la presencia y cercanía de los difuntos y la caída de aguas del camposanto a sus huertas. El párroco, diputados y los vecinos de San Lorenzo enviaron una carta al Ayuntamiento en 1826 donde se exponían las razones de su malestar, aunque esta fue obviada por el Consistorio. Así, el 6 de agosto aproximadamente se realiza el primer enterramiento, el de la niña Tomasa Antón.

 

Vida e historia en el cementerio de Segovia

De la época no se conservan tumbas sobre tierra, pero si existen nichos; una solución vertical a la falta de espacio, tumbas, y mausoléos. Comenzamos con un recorrido que para muchos puede resultar tétrico, pero que en realidad, y mirado desde otro lado, es la exaltación de la persona al final de su vida, una radiografía de aquello que quedan ansias de decir cuando una persona nos ha dejado. Se desnuda el alma, se expresan sentimientos que son muy puros. La crónica de una determinada época se puede estudiar desde la vida, pero también desde la muerte.

El nicho más antiguo que nos encontramos en el cementerio de Segovia es el del canónigo García de Pardo, de 1846. De corte neoclásico, el pedestal junto a las urnas están custodiados por dos antorchas hacia abajo, que nos demuestran cómo la llama de la vida se va apagando. Sorprende la abundante simbología gracias a la cual vamos a ir identificando diferentes tipos de enterramientos. Es el ejemplo de los militares, en una ciudad que ha destacado por su academia, que son fáciles de reconocer por las bombetas y cañones que se disponen en sus lápidas. En ocasiones, como en numerosos enterramientos, también destacan símbolos como sables, calaveras alada o relojes de arena que dan a entender la fugacidad del tiempo o la vanidad de los bienes terrenales frente la democracia de la muerte.

Es esta una cultura que parece escondida entre las cuatro paredes del cementerio, pero que sin embargo se extiende por todas las partes del país, por lo que no se puede decir que todas las cosas que nos encontramos en este cementerio sean exclusivas de Segovia, aunque sí son dignas de ser comentadas como parte de la imagen que la historia nos da de la ciudad.

Vuelve a la memoria la tradición de antaño, de despedir a nuestro ser querido con su última imagen, ya de difunto. Algún ejemplo nos encontramos de este último recuerdo del fallecido datado en 1931. Muchos son los ejemplos en lo que las imágenes se confunden entre objetos personales como menaje, lámparas, copas e incluso muñecos y juguetes con el fin de sacralizarlos y de intentar trasladar el punto de vista de los vivos, al espacio de los muertos, como si necesitáramos mantenerlos vivos.

Este es el caso también de la rotonda de los párvulos, que creada en el siglo XIX, por el arquitecto municipal Odriozola, nos ofrece una manera totalmente diferente de observar el paso de la vida a la muerte. El lenguaje, la iconografía, los objetos personales nos hacen caer en la cuenta de la especial sensibilidad de estos casos. Los nichos se llenan de estos objetos e incluso de exclamaciones para dar cuenta de la pérdida o del paso a la otra vida.

De este siglo, del XIX, se conservan aún 1547 esquelas que nos dan una fiel imagen de la época, gracias a un deán de la Catedral de Segovia, Tomás Baeza González, del cual también se conserva su nicho y que legó a la ciudad de Segovia.

Pero son muchos más los ilustres segovianos enterrados en el camposanto como las de Mariano Quintanilla, Andrés Reguera Guajardo, Fernando Abril Martorel o Nicomedes García. Los colores irrumpen en las tonalidades grises de las lápidas y nichos cuando nos encontramos con la de los Zuloaga, maestros ceramistas que como no podía ser de otra manera, llevaron en su último momento lo que mejor sabían hacer. Combinadas con una de sus exquisitas cerámicas una de las lápidas muestra una calavera con las tibias cruzadas.

Además de estos nombre conocidos son muy interesantes las historias que encierran, innumerables para redactar pero si merecedoras, algunas, de ser señaladas. Es el caso del homenaje del Consistorio de Segovia, al ciudadano que pereció en aguas de un lago por salvar la vida de un niño que estaba ahogándose; o del bilbaino de nacimiento que, a su muerte en 1911, legó toda su fortuna, un millón trescientas mil pesetas, a comunidades religiosas, hecho por el que el mismo Papa Pío X y todos los prelados de España, le dedicaron sus elogios. También es destacable el escaparate social que resultaban algunos nichos, una manera de perpetuarse en el tiempo como es el caso de un fallecido de 1913, en cuyo nicho puede leerse su trayectoria profesional.

Pasamos en el recorrido a visitar la parte más monumental y vistosa de esta primera fase del cementerio de Segovia que alberga los mausoleos de importantes personalidades y que nos ofrecen una bellísima vista del camposanto. Por momentos, parece que la imagen de la muerte se desvanece para contemplar, embelesados la belleza patrimonial de esta zona. Destaca una Piedad de Moro, en piedra presidiendo la lápida de una familia de la ciudad que descansa cerca del homenaje a los caídos en el Guerra Civil. “Los que mueren por la patria les recoge la inmortalidad” se puede rezar.

 

 

Y en esta zona otra de las más reconocidas familia de la ciudad, Árias Dávila, la familia del Obispo Juan Árias Dávila, mecenas de las artes y las letras, considerado introductor de la imprenta en España junto a Juan Parix, que imprimió en Segovia el Sinodal de Aguilafuente y que los recuerda con una enorme cruz que se erige hacia el cielo.

Pero si algunas resaltan sin duda alguna, son aquellas que corresponden con el fin de esta visita por la tierra de los que descansan en paz. Como si estuviesen unidas unas con otras, nos encontramos con un conjunto sorprendente que exaltan el conjunto arquitectónico del cementerio en una traca final que parecen remontarnos el neoclásico. Desde el obelisco cuyos cuatro puntos cardinales apuntan a Dios, pasando por la urna sobre pedestal y los ángeles custodios, uno de los símbolos más representativos en las sepulturas, llegamos a una de las joyas del cementerio de Segovia. El panteón de Ezequiel González y familia. Un conjunto de columnas soportan una cúpula que guarda bajo ella la imagen del ángel protector de la familia, una imagen de grandeza que contrasta con otra de las más soprendentes tumbas. La escultura dedicada por sus padres a una joven fallecida. La identidad no está clara y no se sabe si responde a la misma o a una representación de la soledad, aquella que dejó a sus padres con su marcha.

 

Silencio. Tranquilidad. El tiempo parece pararse al realizar una vista rápida a través del cementerio junto a esta fémina de piedra sentada y de lineas rectas. Rodeados por esas pequeñas casas destinadas al descanso eterno, se nos pasan muchas cosas por la cabeza. Interiores y personales sobre el tabú de la muerte y la representación y sentido que cada uno le quiera dar. Lo que nos queda claro es una cosa. Siempre son las mismas situaciones, las límites, las que nos hacen desnudar nuestros sentimientos y expresar sin tapujos en la boca lo que queremos decir.

Paradoja o no paradoja un cementerio no deja de ser un ejemplo de vida, un ejemplo de historia.

(Las fotos han sido alteradas para evitar publicar los nombres de los fallecidos con el fin de no herir la sensibilidad de familiares o conocidos)

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