‘Supernanny’ fue un programa de entretenimiento de televisión que hace unos años cosechó grandes audiencias, enganchadas a las pautas que una psicóloga daba a los padres para mejorar la educación de sus hijos y les ayudaba a corregir sus problemas de comportamiento. Pero hay casos de niños y jóvenes con trastorno grave de conducta, casi todos con diagnóstico clínico e intervención psiquiátrica, en los colegios y las aulas que requieren de mucha más atención y profesionales especializados en su abordaje.
Forman parte de los equipos y las unidades de atención al alumnado con trastorno grave de conducta, dependientes de la Consejería de Educación de la Junta, que en lo que va de curso han atendido a 480 estudiantes de Castilla y León, con edades entre los 3 y los 16 años. La trascendental labor de estos orientadores, maestros especialistas en Pedagogía Terapéutica y profesores técnicos de servicio a la comunidad busca cambiar la conducta de un alumno en su centro pero, sobre todo, el control del comportamiento para lograr el objetivo de mejora e integración escolar. Es decir, trabajan cuando hay problemas en la escuela y dejan su labor cuando hay un cambio de comportamiento en el alumno o, al menos, se logra manejar.
Una de esas unidades es la de Valladolid, que es la más antigua de Castilla y León y España, ya que cuando hace 33 años comenzó a funcionar fue pionera, tras detectar la necesidad de atender a los niños con alteraciones de comportamiento como parte de las necesidades educativas especiales. Está compuesta por tres orientadores, tres maestros especialistas en Pedagogía Terapéutica y medio profesor técnicos de servicios a la comunidad que han atendido en lo que va de curso un total de 136 alumnos con trastorno grave de conducta, según los datos facilitados por la Consejería de Educación a la Agencia Ical. El número incluye tanto a los que reciben una atención directa completa (80) y los que requieren de un asesoramiento a través de consultas puntuales.
Se trata de un servicio muy demandado y prueba de ello es que siempre hay lista de espera, ya que los recursos son limitados. En la actualidad, la unidad de Valladolid tiene siete alumnos pendientes de intervención, aunque los casos prioritarios (con riesgo grave) se atienden de manera urgente.
Las provincias de Burgos (52 intervenciones) y León (119), además de Valladolid, cuentan con equipos completos mientras que en el resto hay unidades, con una o dos personas, en función de las necesidades, al existir menos casos por ser territorios más pequeños. No en vano, hasta mayo pasado, el resto de las provincias atendieron a 47 alumnos con trastorno grave de conducta en Zamora; 39 en Salamanca; 34 en Palencia; 22 en Ávila; 16 en Soria y 15 en Segovia.
La directora del equipo de atención al alumnado con trastorno grave de conducta, Teresa de San Luis, asegura a Ical que, en ocasiones, es posible modificar el comportamiento de un menor pero en otras es imposible ya que existe un trastorno subyacente que implica unas características diagnósticas. “Ese diagnóstico existe y ahí seguirá”, sentencia. En ese tipo de casos, el equipo dependiente de la Dirección General de FP, Régimen Especial y Equidad Educativa procura que el entorno escolar sea capaz de manejar el comportamiento del alumno, hasta situarle en la media del grupo de referencia. Una media que varía en función de si el centro está en entorno urbano o rural, su tamaño y el nivel de tolerancia, entre otras. “Buscamos que el niño no sea incontrolable ni perjudicial para sí mismo y para los demás. Perseguimos incrementar el comportamiento bueno para sustituirlo por el malo. Deben aprender comportamientos nuevos y desaprendan conductas inadecuadas”, aseveró.
Para ello, los profesionales de la unidad comprueban ‘in situ’ la situación concreta del centro de referencia donde está el niño con problemas de comportamiento, por que en ocasiones con la simple modificación del entorno y del medio se logra una conducta más normalizada.
En otros casos, detectan los comportamientos alterados y se marcan una serie de objetivos. “El proceso de observación es muy importante”, sentencia De San Luis. Para ello, se trata de poner “de acuerdo” a todos los adultos (padres, profesores, orientadores de los centros y psiquiatras o técnicos de los Servicios Sociales o de los juzgados) que están alrededor de ese alumno para trabajar en la misma dirección, cada uno en su ámbito, con sus herramientas y su contexto.
Por ejemplo, se puede decidir que el niño debe estar sentado más de diez minutos para aumentar su permanencia en la tarea. La directora del equipo de Valladolid deja claro que son un servicio escolar, por lo que su intervención acaba cuando hay una mejora o un control del comportamiento en el centro educativo. Eso sí, reconoce que “lo normal” es ese avance en el aula y entorno “repercute” fuera, ya sea en el ámbito familiar como en su casa y en el social. En este sentido, la primera entrevista que llevan a cabo los especialistas de la unidad es con los padres por que De San Luis destaca que hay que buscar el compromiso de las familias y su implicación para lograr el cambio. “Hay veces que estos niños no dan problemas en casa por que los adultos de la familia giran alrededor del menor, donde no hay exigencias ni límites. Si hace lo que quiere, cuando quiere y cómo quiere, no hay problemas al satisfacer al niño todas sus necesidades ni se le pone en la tesitura de hacer algo que no le gusta”, manifiesta.
Se trata de un trabajo en red que implica un asesoramiento al profesorado o un modelado en la propia clase del alumno con trastorno grave de conducta e incluso en las aulas de tratamientos, ubicadas donde se encuentra la sede de la unidad, que en el caso de Valladolid ocupa una parte del colegio público Antonio Allúe Morer del barrio de Las Delicias.
Aulas específicas
Aunque la primera intervención es en el propio centro y el aula de referencia del alumno para ver su comportamiento en el centro, a continuación, en la mayor parte de los casos, hay un abordaje con este tipo de alumnado en las propias instalaciones de la unidad, que en el caso de Valladolid están en el colegio público Antonio Allúe Morer del barrio de Las Delicias. “Traerlos aquí, acelera las intervenciones por que se trabaja específicamente su comportamiento”, añade.
Son aulas donde acuden este tipo de alumnos durante algunas horas, nunca una jornada escolar completa, repartidas en dos sesiones (de 9 a 11 horas y de 11,45 a 13,45 horas), por lo que en ocasiones se trabaja el currículo del niño para abordar el tema de fondo que es la conducta. “No es una forma de escolarización ni siquiera de escolarización combinada. Vienen para trabajar aspectos concretos, a modo de laboratorio, como ayudar a que cumplan órdenes. Existen determinadas conductas que hay que crear o suprimir en un lugar donde las variables están muy controladas”, añade.
Y es que en esas aulas, los especialistas trabajan con tres o cuatro alumnos e incluso, en algunos casos más complejos, de forma individualizada. Al principio, acuden tres veces a la semana y luego, en función de la evolución, se reducen a dos y a una sesión, hasta que deja de asistir, aunque se lleva a cabo un seguimiento. Lo habitual es que convivan niños de nueva incorporación y otros de cursos anteriores. “Hay que dejar claro que el objetivo es la generalización. De nada sirve que el chico no dé problemas en el aula de tratamiento por que su comportamiento debe ser el adecuado en su centro de referencia”, precisa a Ical Teresa de San Luis. Además, deja claro que su equipo es “integrador” y no “segregador” por lo que sus objetivos persiguen la inclusión de ese menor en su aula y en su colegio o instituto.
Excesos y déficits conductuales
El personal de la unidad de Valladolid apunta que se enfrentan a alumnos con excesos conductuales (mucha movilidad, agresiones) y déficits (falta de atención, relaciones sociales inadecuadas), que suelen estar vinculadas a diagnósticos psiquiátricos como trastornos por déficit de atención, de carácter impulsivo, espectro autista, fobias escolares, mutismos selectivos, trastornos del lenguaje que producen mucha agresividad y otras psicopatologías (comportamientos obsesivos, trastornos de ansiedad, trastornos depresivos). Además, hay casos en que los problemas de comportamiento aparecen al existir un desfase curricular que pasa desapercibido. “Al ser niños, no suelen tener un diagnóstico claro y aún no se ha visto la evolución, pero tampoco afecta a la hora de trabajar desde el punto de vista educativo”, precisa.
Un claro ejemplo es un chico con un trastorno “muy serio” que, después de muchos años en la unidad de Valladolid y una evolución “excelente”, pasará el curso próximo a la FP Básica. “Sigue requiriendo de la atención a necesidades pero no se ha perdido por el camino, algo que es fundamental”, reconoce Teresa de San Luis. En cambio, hay adolescentes que por su psicopatología grave abandonan la escolarización como por ejemplo los que sufren fobias sociales y se niegan a salir de casa. “En muchos casos, evitamos que se llegue a esa situación por que de no intervenir se puede llegar a ese aislamiento social y logramos un entorno más normalizado”, añade.