Para los que tienen menos de 40, este título puede sonar fatal, pero si recuerdan la canción de la que sale el verso, y vivieron la transición democrática en España, esas palabras tendrán sentido. Eran tiempos muy inciertos, España asomaba a la democracia con una mezcla a partes iguales de ilusión y miedo, miedo no a ese futuro desconocido, sino a la resistencia manifiesta al cambio procedente de sectores de la sociedad que preferían lo malo conocido que lo bueno por conocer. Como siempre y gracias a Dios, los agoreros se equivocaron y las dos Españas se diluyeron sumergidas en la riada de libertad que nos impulsó hasta el punto en el que ahora nos encontramos.

Aquella “gente muy obediente, hasta en la cama”, aquella “gente que tan sólo pedía vivir su vida, sin más mentiras y en paz”, logró que España se consolidara como un “Estado social y democrático de Derecho”, tal como reza el artículo 1.1 de la Constitución que nos otorgamos por consenso.

Andado el tiempo, rodada la democracia, 40 años después de que Jarcha popularizara y convirtiera en himno su “libertad sin ira”, aquella gente «tan obediente» ha empezado a hartarse de esperar y ha salido a la calle a reclamar “democracia real”. No han dado un puñetazo en la mesa, como ha ocurrido en otros lugares del mundo menos civilizados y sometidos a regímenes autoritarios, sino que están ahí, en las calles y en las plazas pidiendo «por favor» que alguien haga algo, que los políticos se pongan a resolver sus problemas y que les escuchen.

Pero aparentemente, por lo que vengo escuchando en las radios y televisiones, o leyendo en la prensa sobre el fenómeno, parece que sencillamente no se les entiende. Desde el poder y desde los partidos políticos, desconcertados, se les mira con desconfianza o tratan de arrimar el ascua a su sardina.

Parece que en estos 40 años, sin que nos diéramos cuenta, se ha ido perdiendo la comunicación entre los ciudadanos y la política; los partidos han circulado por los caminos que la gente que los compone ha decidido marcar, mientras que el pueblo ha seguido con desinterés creciente su actividad, acudiendo a votar cada cierto tiempo para retomar sus vidas hasta la próxima elección. En los partidos, los militantes votan en los congresos, los no militantes no, y los aparatos resultantes de los mismos gobiernan la estructura. “Dicen los viejos que hacemos lo que nos da la gana, y no es posible que así pueda haber Gobierno que gobierne nada”, pero al final no es más que un problema de falta de participación por falta de costumbre.

Pero ¿es esto culpa de los partidos?, creo que no, creo que la gente honrada debe volver a participar, y debe hacerlo a través de las estructuras democráticas que en todo el mundo se han homologado para esa función, entrando en masa en los partidos de su preferencia para propiciar que sus reivindicaciones se hagan realidad.

“Guárdate tu miedo y tu ira, porque hay libertad, sin ira libertad, y si no la hay sin duda la habrá”, pero como decía Kennedy: «No os preguntéis qué puede hacer vuestro país por vosotros. Preguntaos qué podéis hacer vosotros por vuestro país». Si de verdad queremos cambiar las cosas no hay que pedir cuentas a los partidos, sino que hay que invadir pacíficamente sus sedes reclamando carnets.

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