Desde el 1 de julio las Salas del Palacio del Torreón de Lozoya acogen la exposición «Semblantes. Colección Granados» por la que  ya han pasado más de 14.000 visitantes. Se trata de una oportunidad única para contemplar y disfrutar una significativa parte de los ricos fondos que alberga una de las colecciones privadas más importantes de nuestro país en lo referido a pintura y escultura barrocas, aunque cuenta igualmente con destacadas piezas medievales, renacentistas e incluso del siglo XIX.

La exposición permanecerá en las Salas del Palacio del Torreón de Lozoya hasta el 7 de noviembre en horario de de 18:00 a 21:00 horas de martes a viernes; sábados y festivos de 12:00 a 14:00 horas y de 18:00 a 21:00 horas, lunes cerrado. La muestra cuenta con un servicio de visitas guiadas a las 20:00 horas, así como para grupos concertados.

Tal ha sido el caso de una obra de Claudio Coello, «El premio lácteo de San Bernardo», que ha figurado en la exposición «Pintura de los Reinos. Identidades compartidas en el mundo hispánico» que se visitó simultáneamente en el Palacio Real de Madrid y en el Museo del Prado (entre octubre de 2010 y enero de 2011) y que ha tenido continuidad en el Palacio de Cultura Banamex-Palacio de Iturbide, en la ciudad de México (desde el 9 de marzo). El éxito de la muestra en esta última sede determinó su prórroga dos meses más de lo previsto, de modo que la exposición cerró sus puertas el pasado el 31 de agosto, impidiendo que esta importante pintura haya podido verse en Segovia hasta ahora, como estaba inicialmente previsto.

La obra que podrá verse en el Torreón de Lozoya a partir del martes 20 de septiembre, representa un conocido episodio de la vida de San Bernardo que tuvo lugar en la iglesia de Saint-Vorles en Chatillon-sur-Seine (Borgoña). En este templo, el santo se encontraba rezando ante una escultura que representaba a la Virgen con el Niño cuando la imagen cobró vida y sacó uno de sus pechos para derramar leche sobre el Santo (a esta circunstancia se atribuye que el hábito de los monjes cistercienses fuera de color blanco). La escena se desarrolla en la pintura de Coello al interior de un espacio arquitectónico, insinuado por dos grandes columnas y una escalinata, envuelto el hecho sobrenatural en una luminosa atmósfera de nubes doradas que, en unión de los tonos azulados y rojizos, nos habla de la influencia que sobre el artista ejerció la pintura veneciana.

Claudio Coello (1642-1693) es, sin duda, el artista más sobresaliente de finales del XVII en España, ejemplificando como nadie el barroquismo del nuestro Siglo de Oro avanzado, con un estilo caracterizado por su amplio sentido escenográfico, resuelto con una delicada maestría en la ejecución, siempre vibrante y sutil en el tratamiento del color, destacando en géneros como la pintura religiosa, el retrato o la decoración mural, méritos que le valieron alcanzar el más alto nombramiento a que podía aspirar un pintor en aquel momento: Pintor de Cámara del Rey Carlos II.

El lienzo corresponde al periodo de madurez del pintor, en la década de 1670, cuando se hacen más evidentes la monumentalidad de las figuras y la teatralidad de los ambientes, «en el que sabe representar magníficamente -comentan los comisarios de la exposición en el catálogo de la muestra- la visión mística del Santo. Esto lo logra al combinar con maestría la realidad de la figura de éste, con un rostro concreto, recogido de la realidad del Madrid del XVII, con la irrealidad del escenario celeste que se abre ante sus ojos. Ese escenario teatral de cuidada escenografía, que nos transporta al hecho milagroso, nos habla del último y mejor barroco madrileño encarnado como nadie en la figura de Coello».

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