El paquete turístico que le ofrecieron a Woody Allen cuando fue a Barcelona debió ser muy diferente al que eligió Alejandro González Iñárritu. Lo digo porque, siendo la misma ciudad, no creo que pueda haber visiones más opuestas que la de Vicky Cristina Barcelona y Biutiful.

Con la de Woody Allen me pareció estar delante de un panfleto turístico del tipo “venga a Barcelona, se lo pasará… de cine”. Ese paseo por el parque Güell, la sesión fotográfica de Pe por las calles más serpenteadas y mágicas del centro barcelonés, etc. Todo parecía en equilibrio.

El otro día vi Biutiful. Un retrato oscuro, gris, negro más bien, sobre la cara B de Barcelona, las calles en las que nadie se ocupa de nadie. Las calles en las que todo vale y nadie, ni siquiera los niños, está a salvo de la violencia más explicita. Es curioso cómo cambia una ciudad dependiendo de la barita mágica que la toque.

Cuando salí del cine estaba consternada, abatida. Hacía mucho tiempo que no veía algo tan claro, tan aplastante. Javier Bardem me emocionó tanto que no podía quitarme su imagen de la cabeza. Creo que la de Biutiful es su actuación más brillante, la más mimada, la más sentida. Decir Biutiful es decir Bardem.

Pienso en los temas más habituales de una película dramática y se me ocurren unos cuantos: enfermedad, ruptura sentimental, violencia infantil, drogas, inmigración o pobreza. Y resulta que todo esto y algunas cosas más están presentes en el primer libreto que Iñárritu ha escrito sin la ayuda de Guillermo Arriaga, su guionista habitual.

Uxbal, el protagonista, es un hombre que lucha por sacar adelante a sus dos hijos, fruto de la relación con su ex mujer, que padece una enfermedad mental. Parece que todo lo que toca se convierte en desgracia, pero él se resiste a perder la paciencia. Tropieza a cada momento, pero se vuelve a levantar, y cuando está de pie, zas!, otro traspiés.

Biutiful es de esas películas que te deja un mal sabor de boca, porque te plantea muchas preguntas que no te apetece responder. No suelo sentir eso en el cine muy a menudo, por eso me gusta. Me gusta que el director enseñe la cara B de las ciudades, de las sociedades, de las personas. Me toque con su dedo y me grite. DESPIERTA!!

 

 

 

 

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