Víctor Torres es un joven segoviano que ha hecho la aventura del Mayab, una experiencia única que queda reflejada en este artículo a través de sus ojos y sus palabras.
Comienza su relato advirtiendo que México se le hacía un destino lejano antes de esta aventura.
El inicio de la aventura del Mayab
«Antes del comienzo, lo más lejos que había estado de mi casa y de Segovia era un viaje que hice a Tenerife, en 4º de la ESO.
A pesar de ello, siempre había tenido un rugiente deseo en mi interior de salir de España, de ir más allá, de conocer y descubrir mundo fuera de mis libros y pantallas, de mis juegos y sueños.
Así que, me embarqué en la expedición que me cambiaría para siempre aunque, al final, ¿no estamos haciéndolo todo el rato?
Aunque la ayuda de la empresa Drylock me aseguró una calma financiera con la que pude sacar el dinero de mi cabeza, la ansiedad y la incertidumbre abrieron la puerta al miedo antes de iniciar y, mientras iba estando más cerca de mi destino. El vértigo era cada vez mayor.
Hasta que el tiempo, en su instintiva sabiduría, hizo su trabajo, y llegó el 22 de julio.
Un largo vuelo, una escala igual de larga y, con el aterrizaje, ya empecé a darme cuenta de que allí estaba, había llegado a México.
Tratando de aguantar mis ganas y agarrándome a mi voluntad, no compré nada en el abusivo aeropuerto; agarré la mochila, la otra mochila, me enganché la riñonera, me puse el sombrero de aventura y fui a nuestro punto de encuentro.
Sería imposible describir todo lo vivido, sentido y experimentado en este viaje, pero sí contaré ese primer momento.
Una nueva familia
En las últimas horas de incertidumbre, reconocí a quienes iban a ser increíblemente relevantes para mí el próximo mes, por su amarilla camiseta, pues en la ruta todos los ruteros llevábamos una camiseta igual, del color del sol, y juntos fuimos a la playa.
Unas horas después, acompañado de una nueva sensación que se iba cocinando a fuego lento en mi interior, llegué al Ayuntamiento de Cancún, donde los amarillos, – ahora acompañados por verdes, azules, naranjas y rosas – rondaban la centena.
No olvidaré la sonrisa que me dio ver esa escena y comprender, sin saberlo, que estaba conociendo a mi nueva familia.
Hablamos con timidez y alegría y, finalmente, nos fuimos a dormir al primer polideportivo, donde pudimos observar lo que nos esperaba: esterilla, ingeniería con mosquiteras y fe en que los mosquitos no se cebasen con nosotros.
El descubrimiento
Al día siguiente, el primero de Ruta, 24 de Julio de 2023, fuimos a Chichen Itzá, y comenzamos a introducirnos en las raíces del apasionante mundo que era un eje clave de la expedición: el de los mayas.
No dejó de sorprenderme, unido a cierta calidez, el que a lo largo de la Ruta me acompañaban recuerdos de películas como El Dorado y su juego de pelota, sólo que ahora estaba tallado en piedra, ante mis ojos; o de un videojuego concreto, en el que pude ser Chaac, su dios de la lluvia o Kuculcán, el dios al que levantaron la pirámide maya más conocida.
Descubrimos sobre su cultura: sobre su conexión con la naturaleza; sobre cómo fue la primera gran civilización que conoció su entorno tanto como para poder habitar en la selva; sobre sus enormes conocimientos astronómicos y el modo en que los plasmaban en sus templos y esculturas, tan llenas de historia, tan… inconmensurables.
Pues en el equinoccio, por ejemplo, las sombras generadas en las escaleras de esta pirámide hacen parecer que una serpiente — Kuculcán — desciende por ellas.
Emociones a flor de piel
Hay mucho más, pero si algo hizo de este viaje una experiencia tan todoterreno, eso fue que todo este conocimiento sólo fue una parte de él.
Otra parte, que lo llenó completamente todo, fueron los propios ruteros y el resto del equipo.
Porque despertar allí nunca se hacía solo, ni ducharse, ni ir a comer o al baño, ni compartir las reflexiones, ni expresar las emociones.
Esta falta de espacio personal generó un gran vértigo en mi durante varios días, hasta que comprendí que aquel era un lugar seguro: uno en el que mostrarte tal cual fueses en cada momento; uno en el que no eras el único con malestar, ni emocional ni físico; también uno en el que jamás eras el único lleno de curiosidad, con ganas de sonreír, compartir su alegría y lo mejor de ti.
El mundo maya y el profundo conocimiento sobre la colonización han hecho mucho más grande mi visión, así como más tolerante mi mirada; y… el mundo rutero me ha hecho más humano y abierto a que hay muchas otras realidades, cada vez que tenía una conversación con mis compañeros, amigos, muchos de ellos familia de alma.
La intensidad fluye por mis venas, y llevo un tiempo sabiéndolo, pero la forma en que esta experiencia la ha nutrido es totalmente novedosa. Cuando subíamos por las pirámides de Calakmul juntos hasta ver un mar verde que respiraba; cuando conocía a alguien nuevo; cuando escuchábamos una charla y las curiosas preguntas fluían a raudales durante horas…
Me llevo una experiencia vital que nunca olvidaré, además de cientos de anécdotas que, como muchos decían, podré contar a mis nietos — aunque ni siquiera sé si quiero tener hijos—.
Me llevo una potente resiliencia, una capacidad de salir adelante en las peores ocasiones y una visión renovada acerca de mirar a la enfermedad, tan presente allí, como compañera de viaje.
Viaje de aprendizaje, en todos los sentidos
Me llevo la gratitud de todos los que me han acompañado por el camino: antes, durante y después de la travesía; y, sobre todo, cientos y miles de aprendizajes, de pequeños momentos de claridad acerca de mi vida aquí, de personas y de una sensación que, habiendo sido alimentada, quizá no se vaya nunca; me llevo la capacidad de ver que, pese a todo lo negativo que haya podido suceder, el crecimiento lo desbanca por completo.
Por último, quería dedicar unas palabras a quienes estén descubriendo Ruta Inti ahora o la conozca y les de miedo ir: seas como seas, no veo la forma en que este viaje (que cada año es a un lugar diferente) vaya a dejarte indiferente: por todo lo que he dicho y por lo muchísimo que me dejo en el tintero.
Os animo a que, si os habéis imaginado cualquiera de las aventuras que solemos limitarnos a ver o leer, os introduzcáis a este mundo, a esta Ruta; pues no lo lamentaréis, el equipo se encargará de ello y vuestros compañeros os cogerán de la mano en los peores momentos.
Acabaré diciendo una palabra que creo define esta Ruta: Metamorfosis».