“Todo el que no sepa de pluma será siempre un desgraciado”. Apenas era un chiquillo de la posguerra que ocupaba los veranos en la venta ambulante de alpargatas, ayudando a sus abuelos de pueblo en pueblo y aprendiendo la ‘gramática parda’ de la vida entre baratillos y regateos, en un universo de caldereros, traperos, ganapanes, pellejeros, carreteros, quinquilleros, mercheros, gitanos… a los que se aproximó con la curiosidad de un niño y de los que aprendió –y comprendió- sus códigos, sus leyes, su cultura y, cómo no, la solidaridad de quien comparte un oficio y un estilo de vida nómada, trashumante. Hoy aquel rapaz es el jefe superior del Cuerpo Nacional de Policía de Castilla y León, Jesús García Ramos (Madrid, 1949); una parte importante de su vida ha sido comprender y difundir ese habla y esa cultura romaní, y quien le abrió los ojos para que fuese un hombre de pluma fue un gitano en una feria, “un hombre castigado por la vida y por su etnia”, confiesa. El resto es una historia de superación en un entorno duro: terminó el bachillerato, descargó camiones de cemento y fruta para poder estudiar Magisterio, se fue a la mili y, cuando preparaba oposiciones para maestro, oyó las posibilidades que se abrían en el Cuerpo General de la Policía (Policía Secreta). Logrado el ingreso tras la correspondiente oposición, se ocupó de licenciarse en Filología Románica, con una tesina precisamente sobre el lenguaje romaní, mientras pasaba por diferentes departamentos: Comisaría General de Investigación Criminal (un antecedente de los modernos CSI), unidad anti-golpe en los 80, Seguridad Ciudadana y Servicios Especiales. Le dio tiempo a casarse, a tener un hijo y perderlo con sólo ocho meses, lo que supuso una espoleta para repensar su vida y embarcarse en el reto de ser comisario y, de alguna manera, volver a la vida errante, lo que con el tiempo le trajo, primero a Burgos, y ahora a Castilla y León como jefe superior del Cuerpo. Un periplo vital en el que el recuerdo de otra frase de ‘sabiduría vieja’, esta vez, en boca de un merchero (Jesús no quiere decir nombres para no significar a nadie) ha sido constante: “Hay que saber ser un hombre de mundo”, dijo aquel hombre, y sus enseñanzas siguen estando tan presentes que el jefe superior de Policía de Castilla y León aún se encuentra casi todos los años con el hijo de aquel feriante, que heredó el oficio familiar, y con el que echan un día para recordar su memoria, “en el idioma que me enseñó su padre”.

 

De padre forniturista (especialista en piezas de relojes) y su madre ama de casa, Jesús García aprendió a andar y a hacerse mayor en el barrio de Sáenz de Baranda, en un ambiente de familias obreras llegadas de aluvión desde todos los rincones de España empujados por la pobreza de la posguerra. “En aquel Madrid de los tranvías, al barrio y a la gente del barrio se le respetaba y te sentías protegido, practicabas la solidaridad con los tuyos y, sin saberlo, establecías unas redes de apoyos mutuos que iban más allá de la pandilla”, recuerda. Hasta los años 60 en que murieron sus abuelos compaginó esa vida de barrio con la de las ferias, donde aprendió a hablar en la propia jerga de los vendedores “porque esa forma de hablar te hacía independiente”. “Oía cómo hablaban y me parecía algo extraño, así que me acerqué como un niño curioso a preguntar; al principio fue como una especie de broma, me enseñaron su habla como si fuera uno más porque no recelaban de mí”, rememora.

 

Pudo estudiar bachiller y, con 16 años, se decidió por el Magisterio “porque era lo que estaba al alcance de una familia media española de la época”. Para poder hacerlo, con unos chicos del barrio acudía, cada vez que le llamaban, a descargar sacos de cemento a Portland Valderribas o fruta en Legazpi. “Conocíamos al encargado y cuando había más lío te llamaban y te daban 50 duros, que era un dineral”. De aquella época, además de los recuerdos, le queda un buen lumbago, aunque Jesús García no tardó en buscarse otra forma de ganar dinero, las tradicionales clases particulares a los pequeños que aliviaron un tiempo la economía familiar.

 

Terminado el Magisterio, fue voluntario al Ejercito del Aire, primero en Valladolid y luego en Getafe, donde aprovechó para prepararse las oposiciones de Magisterio. “Alguien me dice que existe el Cuerpo General de Policía, lo que se conocía como la Policía Secreta o de paisano) y que se ganaba más dinero que de maestro. Además, a mí me gustaban esas series como ‘Los intocables’ y, por si fuera poco había conocido el mundo de la marginalidad por encima, conocía los personajes, había conocido a trileros, los engaños y las estafas”, relata Jesús García, quien en 1971 ingresaría en el citado cuerpo. Su primer destino fue el Gabinete de Identificación de la Comisaría General de Investigación Criminal, un antecedente de la moderna policía científica, donde se especializó en fotografía criminal y, concretamente, en una tarea que poca gente quería hacer: dar fe de las autopsias forenses. Más de cien cadáveres pasaron por su objetivo, aunque entre sus recuerdos figura, especialmente, uno: lograr identificar, a partir de una huella, al asesino de La Virtudes, una prostituta que pereció a manos de un soldado. Pese a la época, asegura no haber tenido que implicarse directamente en la represión política, aunque cuenta cómo llegaba a bromear con algunos de los detenidos a quienes tenía que fotografiar. “Marcelino Camacho (líder de las entonces ilegales CCOO) decía que a ver si cambiaban el lugar donde se les identificaba porque estaba muy anticuado”, comenta. Pero un chico de barrio, como él, no podía vivir al margen de lo que pasaba, aunque procuró siempre aplicar el sentido común: “En mi barrio había mucha gente del PCE y ellos sabían quién era yo, y yo sabía quiénes eran ellos. Nos apreciábamos e incluso me invitaban cuando Santiago Carrillo hacía fiestas en la Casa de Campo. Yo pasaba porque iba con mi pandilla y tenía su confianza y, por supuesto, nunca utilicé eso para pasar información”, cuenta este policía que, con los años, confiesa que “venía venir” la transición a la democracia. “Yo sabía que la dictadura no iba a durar mucho porque estábamos contracorriente de lo que pasaba en el mundo, por lo que el cambio ni me sorprendió y lo vi como algo natural, aunque llegué a pensar que podría haber sido de forma más violenta”, explica.

 

En el año 79, se matricula en Filología Románica en la Universidad Complutense, donde oculta hasta el último curso su condición de policía y eso que, incluso, fue delegado de curso. “Procuraba ir a clase todos los días y para ello cambiaba los turnos con compañeros”. Ésa fue una de las razones por las que dejó su segundo destino, al que llegó en 1982: la Comisaría General de Información. Era un cuerpo que se dedicaba fundamentalmente a la lucha antiterrorista, pero tras la victoria de Felipe González se creó una unidad anti-golpes de Estado a la que se adscribió a Jesús García. “El trabajo te obligaba a viajar constantemente y a mucha dedicación, por lo que se hizo incompatible con los estudios y pedí el traslado”, que llegó al año siguiente para adscribirle a la Comisaría General de Seguridad Ciudadana –donde conoció a su esposa- y, posteriormente, a Servicios Especiales, en la Comisaria del Defensor del Pueblo.

 

Su paso por la Universidad deja un expediente inmaculado con muy buenas notas y una tesina sobre el romaní y la jerga de mercheros y vendedores, que obtuvo un sobresaliente en la calificación del tribunal. “Lo elegí porque me gustaba, pero también para regresar a donde venía”, explica. Sus investigaciones fueron publicadas en 1990 y 1995, en una edición corregida y aumentada.

 

Su mujer, María Ángel, que trabajaba en la Secretaria del líder del PDP, Óscar Alzaga, cuando él formaba parte de su escolta, debió esperar a que terminara la tesina para casarse en Salamanca en 1985 y, poco después, llegaría el mazazo más importante de su vida: la muerte por meningitis de su único hijo, con 8 meses. “Cuando ocurrió pasamos unos meses muy malos, pensando muchas cosas, y salió la oportunidad de ser comisario. Se lo dije a mi mujer, porque eso significaba que podían cambiarnos de destino y volver a una vida nómada. Ella me dijo que tras la muerte del pequeño ya nada nos ataba a ningún lugar en concreto, y se sacrificó para que yo pudiera realizarme”, confiesa con admiración a su compañera. Eso supuso, otra vez, la vuelta al estudio. “Hay que seguir adelante, es decir, la vida no te ofrece nada, todo lo tienes que hacer a base de trabajo y sacrificio. Así es cómo se consiguen las cosas. Camina o revienta, tengo admiración a esa frase porque eso es la vida, trabajar y estudiar no garantica que triunfes, pero sí que puedas salir adelante. Eso es lo que me ha animado toda la vida”, reflexiona.

 

En 1991 empieza a trabajar como comisario, primero en la oficina del 091, donde siente y padece los zarpazos de ETA en atentados como el de Irene Villa, Caballería o Virgen del Puerto, y, posteriormente, en Fuencarral, uno de los distritos que albergaba en su interior los mayores poblados chabolistas de venta de droga de Madrid. A ‘Don Jesús’ se le empieza a conocer más que por él mismo, por los relatos de los abuelos y padres que hablaban de un niño payo, que puso mucho empeño en conocer a los gitanos y que era persona de respeto, seria y de palabra. Tal es así que en una ronda cualquiera por la calle Preciados de Madrid ve a unos trileros andaluces y entra en su juego para demostrarles que él también conoce todos los trucos del trile. Cuando se siente rodeado, desvela su identidad y la historia termina en un café charlando con aquel ‘Don Jesús’, de quien habían oído hablar a sus padres. Esa gramática parda fue tremendamente útil, como cuando tuvo que detener al hijo de un patriarca gitano que se negaba a que su vástago entrara en un coche patrulla. Por la tarde, él mismo volvió a la chabola con su coche particular y se llevó al hijo a “tomar una caña”, eso sí, desviándose a la comisaría donde prestó declaración. El patriarca estuvo eternamente agradecido al gesto. Jesús García no puede ocultar una mirada de nostalgia a todo aquello y a su infancia. “La venta ambulante era gente honrada, podía haber algún ladronzuelo de gallinas, pero era gente que se gastaba la vida de esta manera: haciendo cosas con sus manos, cambiándolas, vendiéndolas… pero la droga lo estropeó todo y ha cambiado las costumbres. Hubo gitanos y mercheros que se metieron en ello, pero lo han pagado muy caro: muchos de sus hijos han muerto y ellos están en la cárcel”, se lamenta, aunque asegura que la situación, afortunadamente, está cambiando.

 

En 1994, se le asigna la Comisaría provincial de Burgos y diez años después es nombrado jefe superior de Policía de Castilla y León, una Comunidad que no le era ajena: había vivido en Valladolid, se casó en Salamanca y sus abuelos maternos eran de las provincias de Burgos y Soria. Su llegada a Castilla y León venía a cumplir con un cierto destino de niño trashumante que, según dice, ha pretendido dar respuesta a un impulso vital: “Siempre estoy buscando no conformarme. Si el niño hubiera vivido, no sé lo que hubiera pasado, pero no tenemos nada que perder”, asegura este policía que espera en apenas tres años y medio tener tiempo para desarrollar esa mirada curiosa que marcó su infancia: quiere dedicarse a la Filología, revisar su libro sobre romaní y, sobre todo, escribir una novela. Experiencia no ha de faltarle.

 

Jesús García Ramos reconoce que aplica a su propia vida su particular I+D+i+i, que resume en Imaginación, Deseo, Ilusión e Ímpetu: “Para prosperar hay que imaginar lo que quieres ser, tener una idea clara y desearlo con todas tus fuerzas, ilusionarte con lo que haces y tener iniciativa e ímpetu para llevarlo a cabo”. Ésta es la clave de una vida que llevó a un chaval que jugueteaba entre el carromato de sus abuelos de pueblo en pueblo a lo más alto en el escalafón policial (desde 2006 es comisario principal), sabedor de que “en la vida, la única máxima es que nadie ni nada te condicione”. “Debes saber lo que quieres y ser tu mismo; puedes nacer en un barrio marginal, pobre… pero eso no significa que tú debas ser marginal, pobre… debes buscarte la vida, superarte y saber donde tienes que ir… debes tener voluntad propia y alguien que te oriente, pero debes intentarlo, sabiendo que todo exige sacrificio y que todo cuesta porque nadie te regala nada”, relata a modo de consejo un policía de pisar la calle, con una vida de tesón y curiosidad que le deja con las alforjas cargadas de una sabiduría que no se estudia en los libros y que, como aquel Max Estrella de ‘Luces de Bohemia’, puede resumir en una simple frase: “Yo también chanelo el sermo vulgaris”.

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