Desde que se popularizara en Francia e Italia en los siglos XVII y XVIII, el ‘Juego de la Oca’ se ha identificado con la propia vida del ser humano, llena de pruebas y dificultades, recompensas y atajos, como los que pueblan las 63 casillas del tablero. Los investigadores y especialistas en la tradición también han ido más allá, al asociar el juego de mesa con los templarios, los saberes arcanos, el tarot y las fuentes esotéricas o el propio Camino de Santiago, en el que se dan cita, en su vertiente más mágica, los anteriores elementos.
“En el ‘Juego de la Oca’, como en la vida y en el Camino de Santiago hay un peregrinaje, un recorrido que se hace, o se hacía, una vez en la vida y que llevaba a la gente a reconvertir su existencia, a cambiar de hábitos y entrar en un mundo nuevo”, relata el etnógrafo zamorano, afincado en Urueña (Valladolid), Joaquín Díaz, para quien “siempre se ha unido el Camino, que tiene muchos lugares que se refieren a las ocas, con el juego”, aunque no haya una razón “clara” para ello.
Sin embargo, el arquitecto e investigador lucense Carlos Sánchez-Montaña, especialista en la arquitectura romana de la época de César Augusto y en el trabajo de Agripa y Vitrubio, sí está “convencido” de la claridad de esa conexión, que entronca el ‘Juego de la oca’ con el Camino de Santiago… o, según sus teorías, más bien con la ruta que lo precedió y de la que hoy apenas queda constancia en la sabiduría popular: el camino de las estrellas, de la Vía Lactea, del dios romano Jano, del celta Lugh o del sumerio Anu, en definitiva, del conocimiento y la iluminación.
“Según mi interpretación, el tablero es una carta geográfica, lo que hoy podemos entender como una guía de viaje, que permite realizar el antiguo ‘Callis Ianus’, el Sendero de Jano”, explica a la agencia Ical Sánchez-Montaña, convencido de que esta ruta, que unía Oriente y Occidente, Asia Menor y Finisterre, ya se conocía en la cultura sumeria hace 6.000 años, y posteriormente “en la egipcia y en la celta”.
Una vez que Roma controla prácticamente el mundo conocido, hacia el siglo I. a. C, César Augusto y su hombre de confianza, Marco Vipsanio Agripa, “ponen en valor” la antigua ruta, una línea recta que une Éfeso con el cabo de Touriñán, el extremo más occidental de la Península Ibérica, pasando por Roma.
De Éfeso a Touriñán
Así, el general Agripa, “a través de un conocimiento cartográfico, matemático y arquitectónico del territorio”, basado “en las normas de Vitrubio”, diseña “el decumanus más grande del imperio”, cuya calzada todavía se conserva en puntos de “Cataluña, Galicia, Navarra o Castilla y León, en esta última concretamente en la provincia de León”, señala el arquitecto lucense.
En la antigua Hispania, el ‘Callis Ianus’ comenzaba en el Cabo de Creus –el punto más oriental de la Península Ibérica- y terminaba en el ‘Ara Solis’, el altar del sol, de Touriñán, tras pasar por la ciudad sagrada de Augusto, Lucus Augusti, la actual Lugo. En total, y según la matemática de Vitrubio aplicada por Sánchez-Montaña, la ruta estaba compuesta por “63 etapas de 15 millas cada una”, que se corresponden “con las 63 casillas del ‘Juego de la oca’”.
“Hay muchos estudiosos que han intentado establecer una relación entre el tablero y el Camino Francés a Santiago y la métrica no coincide. Hay dificultades para establecer las etapas. Sin embargo, en la ruta del cabo de Creus a Touriñán las etapas salen clavadas”, recalca el arquitecto, para luego apuntar que en la actualidad, los peregrinos que “tienen conocimiento” del antiguo camino, “van a Touriñán a quemar sus mochilas”.
Ante la progresiva “cristianización” y “transformación” del sendero pagano en el Camino de Santiago, “con el apoyo por parte de los francos, las órdenes de Cluny y el Císter y Roma”, los que lo conocen deciden conservarlo codificado “en el juego”. Carlos Sánchez-Montaña identifica a estos conservadores con “el gremio de constructores”. “Ellos siempre estuvieron relacionados con el Camino de Santiago, son los que construyeron los albergues, las iglesias, los monasterios… Y en la antigüedad también era así. Por eso, si alguien estaba preocupado porque se perdiera algo que le era propio tenía que ser el gremio de constructores”, razona el arquitecto.
Pruebas en Castilla y León
Para que los peregrinos llegaran sanos y salvos a su destino, los autores del tablero incluyeron en él una serie de pruebas o peligros, identificados, según Sánchez-Montaña, con lugares reales difíciles de atravesar, algunos de ellos ubicados en Castilla y León.
La prueba del pozo, “el punto medio de toda la ruta”, se sitúa, según el arquitecto, muy cerca de Leciñana del Camino y el Dolmen de la Mina, en Álava, pero “muy próxima a Castilla León”. El laberinto podría ubicarse “en las cercanías de Cardaño de Abajo (Palencia), ya que esas rutas entre montañas son un verdadero laberinto de valles y gargantas en los que era fácil perderse”.
La ruta romana, y del ‘Juego de la oca’, en Castilla León sigue por “Quintanilla de las Torres, Cervera de Pisuerga, Crémenes, Villamanín y Villablino, y entra después en el sur de Asturias y en Galicia”, señala Carlos Sánchez-Montaña, quien asocia la prueba de la cárcel con Los Ancares, entre El Bierzo (León) y Lugo, “donde los peregrinos podían penar sus culpas trabajando en las minas”.