Patrimonio Nacional quiere sacar del bosque de Riofrío a 474 ciervos y gamos en los próximos meses para equilibrar la población de ungulados del entorno del Palacio Real y detener la degradación del monte, incapaz de generar alimento para los 726 ejemplares que viven actualmente a los pies de la vertiente segoviana de la sierra de Guadarrama. Serán capturados vivos, ya que en estas 640 hectáreas nadie ha pegado un tiro que no fuera furtivo a un cérvido sano desde que en 1968 lo hiciera un adolescente llamado Francis Franco en una jornada de caza con su abuelo, Francisco Franco. Aunque los que deban abandonar este pequeño gran tesoro medioambiental de la Corona acabarán vendidos a distintos cotos privados de Castilla-La Mancha, Extremadura y Andalucía.
El ciclo se repite desde hace tiempo: tras la berrea y la ronca, una vez expirado el celo, destierro. Pero el próximo se presenta especialmente severo.
El plan cinegético 2013-2017, ajustado a la normativa que establece la Red Natura 2000, contempla que el equilibrio ecológico de este notable paraje natural cercado por 10,2 kilómetros de tapia de piedra, pero semiabierto al visitante, requiere la salida de 648 cérvidos entre este año y el próximo para mantener una población óptima de 100 gamos y 52 ciervos, casi diez veces menos de los que había hace apenas cuatro años y poco más de una cuarta parte de los que hay ahora.
El monte no admite más y para preservarlo se contempla la salida de 395 gamos y 79 ciervos en 2013, el 65 por ciento de la cabaña actual; 156 y 18 ejemplares de cada una de estas especies en 2014; y 28 y 18 por campaña en 2015, 2016 y 2017. Ese es el objetivo fijado, aunque no deja de ser una estimación porque tampoco el recuento es exacto. Y conseguirlo tampoco será sencillo, dado que la única alternativa pasa por la captura de animales en vivo.
Si Patrimonio Nacional permitiera la actividad cinegética, aparte de facilitar el equilibrio ecológico elevaría de forma notable sus ingresos en Riofrío por la salida de cérvidos. De hecho, los cotos cobran al cazador por cada pieza el doble o más de lo que estos pagan por un ejemplar vivo, “pero aquí no caza ni el rey”, subraya el ingeniero forestal responsable del bosque, Juan Fernando Carrascal, que acompañó a Ical junto a quien ostenta el cargo de guarda mayor desde hace casi 18 años, José Antonio Marinas, en una visita a este espacio real y protegido situado a apenas diez kilómetros del Acueducto. “Esto es como un parque nacional, pero chiquitito y pegado a una gran ciudad como Segovia”.
Solo hay una excepción, la caza selectiva o “de policía”. El guarda mayor es el único que está autorizado, pero se recurre a ella exclusivamente para matar ejemplares enfermos o con una mala formación de la cuerna, “los que no conviven y pueden contaminar al resto de la cabaña ganadera y crear genéticamente deformaciones en un futuro”, matiza Carrascal, por lo que esta práctica se reduce a apenas “tres o cuatro” ejemplares al año.
Sin rastro del lobo en más de dos años
El guarda ha perdido además un colaborador de excepción: el lobo, cuyo avistamiento ha sido tan valorado recientemente en la vertiente madrileña de la sierra del Guadarrama. Entra y sale de Riofrío hace mucho tiempo, pero han pasado más de dos años desde la última vez que dejó huella de su intermitente presencia. Cuando hace tres saltó la valla causó 17 bajas en una sola campaña, sin contar las crías, que las engulle sin dejar un hueso. “Ataca a los ejemplares más débiles”, valora Marinas, por lo que facilita la labor de selección y le ahorra caza selectiva.
Todo ello, unido a la baja mortalidad del paraje, “ocho o diez bajas al año por causas naturales o depredación”, y a una paridera que en la última campaña fue de 131 ejemplares, carga sobre la captura en vivo casi toda la responsabilidad del cumplimiento de los objetivos de despoblación fijados por la Red Natura 2000 y por un plan cinegético que, precisamente por las dificultades que entraña este sistema, se ha visto trastocado en los últimos años.
La campaña de 2012 fue de las peores, según admite Carrascal. Se capturaron 230 ejemplares, 130 menos de los esperados. Y hace tres años Patrimonio Nacional no consiguió cerrar a tiempo el contrato con ninguna empresa que asumiera esta labor: “El concurso quedó desierto y para cuando se quiso sacar de nuevo ya estábamos fuera de campaña”, lamenta el responsable del bosque, quien reconoce que estas incidencias han “descabalgado” las cifras y elevado la presión sobre estas próximas temporadas.
Y por si tales complicaciones fueran pocas, a ello se suma que el ciervo, sobre todo el macho adulto, no olvida el estrés que ha pasado en los compartimentos del capturadero durante el último periodo de vacunación y saneamiento. Aquello no le resultó agradable y ahora no entra ni tentándole con pienso, “al engaño”. Así que “toca tener paciencia y seguir dándoles de comer en el mismo lugar (el corral de precaptura) a la misma hora todos los días”, explica el guarda mayor. “Así puede que vuelvan a coger confianza” y accedan de nuevo a la manga de unos 150 metros de largo y tres de ancho que conduce hasta esta construcción de madera estrenada hace tres campañas, “mucho más segura que la antigua”.
La manga del nuevo capturadero, cuyo diseño ha sido tomado de Nueva Zelanda, tiene la anchura justa de un coche para ‘empujar’ al animal hacia los compartimentos sin soltar el volante, lo que ha reducido sobremanera accidentes como el que le costó siete puntos de sutura en los testículos a un compañero de Marinas corneado por un ciervo hace algunas temporadas. “El antiguo tenía un sistema de rodillos que a veces obligaba a bajar a dos o tres personas para desatrancar a los animales”, recuerda. “Y aunque parezcan asustadizos en campo abierto, si el venado se queda en un sitio cerrado contigo va a ir a por ti como un toro”.
De la berrea y la ronca al espectáculo de lo cotidiano
Pero el cérvido no viene mostrando esa misma bravura durante el periodo de celo en las últimas campañas. La lluvia lo estimula, pero no abunda desde hace varios septiembres, y la poca nuez del macho de venado y la falta de barro en sus pezuñas delatan esa falta de intensidad de la berrea que acaba de terminar: “Si no hay agua en el suelo, nada”, lamenta Marinas.
Los emblemáticos bramidos no han resonado con la fuerza de otros años en las paredes del Palacio Real y los clásicos choques de cuernas en las luchas de machos por dominar y hacerse con harenes de hasta ocho y diez hembras apenas se han visto o escuchado. Más o menos como el gamo, que este octubre vive una débil ronca. “Si lloviera un poco quizá podría verse algo todavía, pero hace tres campañas que no se han dado las circunstancias para disfrutar de buenos combates”.
Aun así, el espectáculo natural que ofrece este idílico entorno, dentro o fuera de los periodos de berrea y ronca, podría decirse que es impagable si no fuera porque tiene precio: cuatro euros de peaje para entrar al recinto en coche, salvo los miércoles y jueves por la tarde, que es gratis, igual que cualquier día para quienes vayan a pie o en bici, las familias numerosas y desde hace unos meses también los desempleados.
El monte está cerrado casi por completo para el visitante particular, pero Patrimonio Nacional le reserva algo más de tres hectáreas repartidas en dos áreas recreativas que rodean el Palacio Real y que cuentan con merenderos, una fuente de agua potable y un mirador. Además, los tres kilómetros largos de carretera que unen las entradas a la finca con el edificio atraviesan buena parte del bosque y permiten disfrutarlo sin prisa, ya que el tráfico es mínimo y las puertas permanecen abiertas desde las 8 de la mañana hasta la puesta de sol. Camuflados por el silencio y a sorprendente escasa distancia de los reyes del bosque.
De hecho, el Museo de la Caza que alberga el inmueble que ordenara levantar Isabel de Farnesio a mediados del siglo XVIII atrae cada año casi 60.000 visitas, pero lo cierto es que los propios guardas reconocen que Riofrío, quizá eclipsado por la alargada sombra del palacio hermano y los jardines de La Granja, sigue siendo desconocido para muchos. Hay jornadas en las que apenas suma unas pocas decenas de turistas, lo que por otro lado amplifica la sensación de privilegio de quien camina sin reloj por la zona abierta del bosque real segoviano, hoy cubierto por los ocres, verdes y amarillos de un otoño que se prevé complicado para los ciervos y gamos de la Corona.