Aunque el carro de mulas que su familia había utilizado durante décadas para trasladarse todas las primaveras a tierras leonesas ya había sido sustituido por un pequeño camión Avia, José Ángel Bravo puede presumir de ser uno de los últimos niños de Cantalejo que acompañó a sus padres, a principios de la década de los 60, a vender trillos, unos aperos que siempre estarán unidos a la historia de esta localidad segoviana.
En la década de los 50, la época dorada del trillo en Cantalejo, unas 400 familias, la mitad de la población, se dedicaban a su fabricación. Todas las primaveras, unos 30.000 salían cargados en centenares de carros para ser vendidos por media España. En 1960 todavía quedaban más de dos centenares de trilleros, que veinte años después se redujeron a cinco. Cada familia, según recuerda José Ángel, tenía una ruta que repetía todos los años, algo que provocaba que, de vez en cuando, algún cantalejano no regresara por culpa de algún amorío.
No es posible fechar el comienzo de la fabricación de estos aperos de labranza, aunque es posible que se hicieran en este municipio desde su romanización, motivado por la abundante materia prima que ofrecía los pinares de este lugar. El trillo cantalejano, descendiente del trillo romano, fue durante siglos un imprescindible apero de labranza. Otras teorías señalan que fueron artesanos franceses los que introdujeron su fabricación en el siglo XVI, mientras que otros autores, según José Ángel, argumentan que los primeros fabricantes de trillos en Cantalejo fueron unos agricultores de los bajos barrios de Burdeos que llegaron con los monjes templarios, que se asentaron en el municipio en el siglo XII y construyeron la ermita de Nuestra Señora del Pinar.
Pero si antes del inicio de la siega los trilleros ya habían regresado a Cantalejo, no tardando mucho debían iniciar otro largo viaje para buscar el sílex con el que empedrar sus trillos, que en la mayoría de los casos tenía como destino final las provincias de Guadalajara y Cuenca.
En invierno, tras pasar por el pinar y cortar los mejores ejemplares, las fachadas de las casas se llenaban de tablas curvadas expuestas al sol para que se orearan. Luego se procedía al escopleado, llenar de agujeros la parte posterior del trillo, como paso previo al empedrado, tarea que solía corresponder a las mujeres. El pueblo se veía inundado por un sonoro repiqueteo rítmico de mazas y martillos percutiendo sobre los escoplos, clavando e insertando las lajas de piedra en la base de los trillos. “Entonces nos conocían como la ciudad de los ruidos”, puntualiza José Ángel.
La mecanización de la agricultura fue un duro golpe para la economía local, dado el gran peso que tenía la elaboración de trillos y aperos de labranza, especialmente de cribas. Así, la irrupción de las primeras cosechadoras marcó el principio del fin de una legendaria artesanía que hoy se mantiene sólo de forma testimonial, gracias al empeño de unos pocos que se resisten a que el oficio de muchas generaciones de antepasados se pierda en el olvido.
Para evitar que se borrara un legado que sirvió para que el nombre de Cantalejo fuera conocido por los más diversos rincones de España, hace poco más de tres años el Ayuntamiento abrió el Museo del Trillo, un espacio que también reúne todos los aperos utilizados durante siglos por los agricultores cerealistas y que están divididos según las tareas para las que eran empleados: siembra, siega, acarreo, trilla, limpia y granero.
Durante años, el Ayuntamiento, con la colaboración de muchos vecinos, fue recopilando arados romanos, carros, yugos, zoquetas, cribas, colleras, barandas, aciales, horcas, volvederas, arneros, medias fanegas, cuartillas, celemines… y hasta una máquina aventadora de Francisco Lobato, que junto a Antolín San Cristóbal fueron dos fabricantes de este tipo de máquinas en Cantalejo cuando el mercado del trillo comenzó a decaer.
El encargado de darle forma, restaurar y organizar todo este material fue el propio José Ángel, que asegura que el objetivo no es otro que “rendir un homenaje a los aperos y a la importancia que tuvieron en la economía y en la cultura de la ciudad, pero también mantener vivo el recuerdo del trabajo infatigable de los antepasados en la agricultura”.
Pero en este museo tampoco falta un rincón para otra de las señas de identidad de Cantalejo: la gacería, la jerga relacionada con los fabricantes de trillos y tratantes de ganado para entenderse entre ellos. Los escasos investigadores de la gacería no se ponen de acuerdo en el momento en que nació esta jerga, pero sí parece segura su vinculación a la fabricación de trillos y su comercialización por toda la geografía española.
La gacería aglutina vocablos de otras lenguas, así como palabras creadas por el propio ingenio. ‘Man’ significa hombre, como en inglés; y ‘cedo’ significa temprano, como en gallego. Esta jerga también contiene términos procedentes del árabe como ‘chiflo’, que significa trillo, por lo que estos artesanos eran conocidos como los ‘chifleros’. Del vasco se ha tomó ‘gumarra’, que significa carne magra, para llamar a la gallina, y la palabra gacería, que significa bobada.
José Ángel, al que se le iluminan los ojos cuando habla de sus antepasados y de la tradición artesanal de su pueblo, es uno de los pocos románticos del trillo que quedan en Cantalejo y, como no podía ser de otra forma, uno de los pocos jóvenes que pueden mantener una conversación en gacería.
Si el oficio y la jerga los aprendió de su familia, fue José de Diego, uno de los últimos grandes ‘briqueros’ de la ciudad segoviana, recientemente fallecido, el que le animó a practicar la técnica de la miniatura. En su casa atesora un museo similar al del trillo pero en miniaturas. Aunque no hay apero que se le resista, y también se atreve con cualquier utensilio que uno se pueda imaginar, el trillo es la auténtica pasión de José Ángel. Muchos le han animado para que participe en ferias de artesanía. “El pasado año me llamaron de Cuéllar y no pude ir, pero este año no descarto asistir a la Feria de Artesanía”. A sus 44 años, José Ángel, profesor en el instituto local, es la memoria viva del pasado y, aunque sea en miniatura, será el último trillero de Cantalejo.