Castilla y León se encuentra entre las primeras comunidades en prevalencia del consumo de alcohol entre jóvenes de 14 y 18 años. David Rodríguez es un investigador leonés, profesor del departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Salamanca que ha dedicado una buena parte de su trabajo a estudiar los efectos del alcohol sobre el cerebro de los jóvenes. Acaba de publicar el libro ‘Alcohol y cerebro’ y alerta de lo preocupante de estas cifras y de los efectos “dramáticos y devastadores” del consumo de alcohol en los adolescentes.
La última Encuesta Nacional sobre el Uso de Drogas en Estudiantes de Enseñanzas Secundarias (Estudes 2008) refleja que la Castilla y León, con un 87,2 por ciento, es la tercera de España en la que más adolescentes han consumido alcohol alguna vez en la vida, después de Navarra (87,2 por ciento) y el País Vasco (87,6 por ciento). La segunda en consumo durante el último año de la encuesta, con el 82,8 por ciento, después de Navarra (83,1 por ciento) y la primera en consumo en el último mes (71,5 por ciento).
En cuanto a la prevalencia de borracheras o el denominado consumo intensivo o en atracón, Castilla y León se encuentra segunda, con un 66,8 por ciento de estudiantes que se han excedido en el consumo alguna vez en la vida. Una cifra que sólo supera Navarra con un 67 por ciento. Por su parte, los jóvenes que lo han hecho en los 12 meses previos a la encuesta fue un 58,1 por ciento en Castilla y León, un 60,5 en Aragón y un 60 por ciento en Navarra. Además, Castilla y León también es la tercera comunidad en borracheras en el mes anterior a la encuesta, con un 39,6 por ciento, precedida de Aragón (44,1 por ciento) y Cantabria (40,6 por ciento).
Rodríguez apunta que el hecho de que la Comunidad esté dentro de las que lideran este consumo está relacionado con “factores múltiples” y más sociales que territoriales, como el “desarrollo económico o el entorno social y familiar”. Del mismo modo, subraya que el alcohol se relaciona de forma muy intensa con el ocio y, en ocasiones, destaca que a los jóvenes les resulta “difícil concebir ocio sin alcohol”. Una relación que asegura que “se ha reforzado porque el mundo adulto no ofrece alternativas convincentes, ya que también bebe alcohol”.
Así, pese a que indica que “en términos absolutos el consumo no ha aumentado”, estabilizándose el número de consumidores jóvenes, afirma que “los adolescentes que beben lo hacen cada vez de forma más intensiva e intermitente, con los riesgos y consecuencias que esto conlleva”.
En cuanto a los daños sobre el cerebro, Rodríguez destaca que se relacionan “con la cantidad consumida y también con el patrón de consumo” y, en este sentido, afirma que el consumo intensivo, mucha cantidad en poco tiempo, tiene efectos «muy dramáticos y devastadores”. Además, indica que “hay otros factores que incrementan la acción tóxica del alcohol” y que tienen que ver con el hecho de que “los jóvenes tienen una baja percepción del peligro que entraña beber alcohol” y con la generalización de “una forma de consumo en atracón, seguido de períodos de abstinencia que provocan cambios negativos en la neurotransmisión cerebral y entorpecen sus funciones”.
Descoordinación motora
Dicho esto, el profesor de Bioquímica y Biología Molecular de la USAL subraya que es importante tener en cuenta que el cerebro de los adolescentes y jóvenes es especialmente sensible a la acción del alcohol, que “provoca alteraciones agudas y afecta a las funciones cognitivas y de desarrollo del órgano”. Además, apunta que no sólo daña el cerebro, sino que sus efectos pueden verse también sobre “el corazón, el páncreas o el hígado”. Del mismo modo, alerta de que el alcohol en dosis bajas “provoca cierta euforia y desinhibición social, altera la percepción sensorial y la capacidad de atención o decisión”, mientras que, en dosis medias y altas, “produce descoordinación motora, alteración de la visión, letargo e incluso el coma y la muerte”.
Rodríguez recuerda también que, además de la importancia de estos efectos y riesgos, “el alcohol puede vulnerar diferentes aspectos de la vida del individuo, su afectividad, sus relaciones sociales y familiares o el rendimiento escolar”. Por todos estos motivos, insiste en el error que supone la “tolerancia social al alcohol que existe actualmente y aconseja el impulso a “acciones que fortalezcan la salud completa de los individuos” desde “el ámbito oficial y político” y la “información, educación, reflexión y criterio” a modo personal y que ayude a “no banalizar el consumo de una sustancia que “es tóxica”.