Roberto Lozano (Valladolid, 1968) ejerció como periodista antes de descubrir que lo suyo era el audiovisual y apostar fuerte por su pasión. Se cumplen 15 años desde que puso en marcha Cesna Producciones, una empresa con la cual, además de realizar contenidos de publicidad y televisión, ha producido sus muchos documentales. Los tres últimos (‘Mensajero del sur’, ‘Yelda. La noche más larga’ y ‘Dibujos de luz’) han participado fuera de concurso en Tiempo de Historia, una sección donde esta noche compite por primera vez con el largometraje ‘Los ojos de la guerra’, un film rodado en Afganistán, el Congo, Iraq y Bosnia Herzegovina acompañando a reporteros de guerra; cómo él mismo resume, “una película sobre la condición humana y sobre la guerra”.
¿Cómo surgió el proyecto de ‘Los ojos de la guerra’?
En diciembre de 2008, a partir de una idea original de Roberto Fraile, que es amigo personal mío y fue el director de fotografía de ‘Yelda’. Sugirió hacer un reportaje sobre bloggers de guerra, gente que cuenta la guerra a través de blogs. Yo le dije: ‘No, vamos a hacer una película documental’. Vimos que el proyecto tenía unas grandes posibilidades, porque es un tema que ha abordado en varias ocasiones el cine de ficción pero no tanto el de no ficción. Que yo conozca hay un único caso (‘War photographer’, que ganó el Oscar en 2001) donde se haya tratado el reporterismo de guerra in situ. En ella seguían a un fotógrafo a lo largo de varios conflictos durante dos años, y en este caso nosotros trabajamos con cinco reporteros en cuatro países diferentes y con perfiles distintos.
¿Quiénes han sido los elegidos?
David Berain y Sergio Caro en Afganistán, donde queríamos retratar una primera línea del frente; con Hernán Zin fuimos a la República Democrática del Congo, donde quisimos tratar las víctimas de la guerra, la población que sufre sus atrocidades y desgracias; con Mikel Ayestaran rodamos las elecciones de Iraq de marzo de 2010, contando cómo trabaja la prensa en zonas en conflicto, las ‘breaking news’; y con Gervasio Sánchez queríamos mirar hacia el interior de una persona que lleva trabajando muchos años en zonas de conflicto pero que ha decidido dar un paso más involucrándose con las víctimas con proyectos personales como ‘Vidas minadas’, donde relata las secuelas de las personas que pisan una mina, y lo hicimos en Bosnia Herzegovina porque fue el conflicto que él vivió más intensamente.
Además han incluido el testimonio de periodistas que han vivido de cerca las guerras y sus consecuencias como Arturo Pérez-Reverte, Rosa María Calaf, Ramón Lobo, Maite Carrasco, Javier Balauz, Alfonso Rojo y Olga Rodríguez.
Nos dimos cuenta de que incluir unas reflexiones adicionales en torno a la película, tanto de periodistas veteranos como exreporteros de guerra iba a ayudar no sólo a que los propios ‘personajes principales’ nos contasen la historia, sino a trazar reflexiones en torno a la guerra, el reporterismo y la condición humana.
¿Son esos los temas principales de la película?
A mí me gusta decir que es una película sobre la condición humana y sobre la guerra. Realmente estamos viendo la guerra a través de los periodistas, pero la guerra también es un personaje más. El hombre, desde Caín y Abel, ha tratado de dirimir todas sus diferencias a través de la violencia, y cuando esa violencia se lleva al extremo, se convierte en un conflicto armado por intereses políticos, económicos, sociales, étnicos o incluso a lo mejor hasta de amor, como pasó con Troya. La película no es un ejercicio en profundidad sobre la condición humana, porque eso sería imposible, pero nos permite asomarnos hacia el abismo del corazón humano, e invita a pensar por qué nosotros somos los únicos animales sobre la tierra que guerreamos.
¿Lo que ha encontrado en los encuentros con todos ellos era gente muy vocacional?
Lo resume muy bien Arturo Pérez Reverte en la película: ‘Cuando tienes veinte años vas a la guerra por aventura; cuando tienes treinta, por hacer tu trabajo; cuando tienes cuarenta años, por intentar ayudar en lo que se pueda; y cuando tienes cincuenta ya no tienes por qué ir porque si vas eres un idiota’. Yo creo que todo el mundo que se asoma a un conflicto, que tiene su punto de locura, de querer ‘formar parte de la historia’ que está ocurriendo en su momento. Hay que tener en cuenta que el mundo es descomunal. Realmente no nos estamos enterando de nada de lo que ocurre, porque la prensa no nos lo cuenta. Eso es una crítica que hacemos en la película, que el mundo ahora mismo está en manos de las grandes agencias de comunicación y ya no hay una información plural. La gente que hoy trabaja sobre el terreno son ‘freelances’ que se juegan la vida con muy malas condiciones económicas y sin seguros.
Supongo que a todos ellos les han afectado los recortes presupuestarios que los medios han padecido en los últimos años.
Todos tienen que adelantar su dinero para ver luego si colocan algo en un periódico, en una tele o donde sea. Aunque parezca una ‘boutade’, cada vez interesa menos lo que ocurre en el mundo; tenemos muchísima información pero esa información que tenemos es de poca calidad. Realmente, en España no se sabe lo que está ocurriendo en Afganistán, donde nuestros soldados están luchando en un conflicto, están matando y están muriendo. Ni los periodistas ni los cineastas tenemos acceso a lo que está haciendo allí el ejército español.
¿Qué es lo más revelador que ha aprendido de sus encuentros con los reporteros?
Ha sido sin lugar a dudas una de las grandes experiencias de mi vida, o la gran experiencia vital para mí, porque lo que te encuentras allí evidentemente modifica tu ser. Cuando vas al Congo y ves que han atacado una aldea y han violado a las 80 mujeres, y a muchas de ellas les han cortado los brazos, y a algunas se las han llevado de esclavas sexuales a la selva, y tú estás hablando con esa mujer con los brazos cortados, evidentemente algo se te remueve por dentro. Eso te hace cuestionarte muchas cosas: la sociedad que tenemos aquí, la condición humana, e incluso a ti mismo, qué sentido tiene todo esto, por qué estás aquí…
¿Esas cuestiones son las que ha querido trasladar al espectador?
La película, más que responder a preguntas, lo que hace es lanzar más. La gente no va a sacar una conclusión clara de lo que es la guerra con ella. A mí me gusta generar preguntas, que la gente se pregunte, que quiera saber más. Es un intento de reivindicar que tenemos que saber más de nosotros mismos, y tenemos que intentar que no se pierda que la gente nos cuente qué es lo que está ocurriendo, porque cuando vemos en las noticias 150 víctimas en un atentado en Pakistán, eso seguramente se quede en la mera cifra, y nos hemos acostumbrado tanto a ellas que ya nos dan igual. El problema es que ya no se cuentan historias donde un reportero ha ido a un sitio, ha hablado a una familia, nos cuenta qué les ha ocurrido, cómo vivían antes de la guerra, cómo viven ahora y qué es lo que piensan. Eso es absolutamente necesario. Un reportero de guerra es un servicio público para la sociedad y lo estamos perdiendo por motivos económicos. Vamos a llegar a que sólo nos interese lo que ocurre en nuestro barrio. No sabemos lo que ocurre en el mundo, y si no sabemos lo que ocurre en el mundo no podemos pretender conocernos a nosotros mismos.
¿Por qué eligió la serie de grabados ‘Los desastres de la guerra’, de Goya, como punto de partida del documental?
Según muchos fotógrafos, Goya es el mejor reportero de guerra de la historia; suyas son las primeras imágenes que muestran con crudeza un conflicto y una interpretación tan directa de la maldad humana. Queríamos trazar una especie de unión entre lo que él vio y lo que vemos actualmente. La conclusión es que no ha cambiado absolutamente nada: nos seguimos matando unos a otros, seguimos luchando, seguimos en guerra.
¿Es su proyecto más ambicioso?, ¿una buena forma de celebrar los 15 años de Cesna?
Cuando hace quince años pusimos en marcha Cesna, nunca imaginé que hoy podría estar aquí con este tipo de proyectos. Es el proyecto más ambicioso en el que me he metido, era tremendamente complicado porque empezamos sin financiación, y mucha gente al hablarles del proyecto nos tachan de locos: Afganistán, Bosnia, el Congo e Iraq, ni más ni menos… Al final las cosas fueron saliendo y se convirtió en un proyecto vital para mí. Llevaba muchos años haciendo documental social y esto era lo máximo que podía tratar de reflejar.
¿Ha sido un sufrimiento emocional tener que dejar fuera del montaje testimonios valiosos que no funcionasen narrativamente?
Efectivamente. Teníamos tantas historias dentro de la película y tantas posibilidades que al principio estaba todo sobredimensionado. Luego Antonio Escalonilla, que es el montador, ha hecho un trabajo excepcional e impresionante. Ha sido mi yo dentro del montaje y me ha ayudado muchísimo.
¿Qué supone estrenar en el festival de su ciudad?
Amo tanto la Seminci que para mí es como mi casa, mi hogar. Es un festival que siempre me ha tratado muy bien. La gente me pregunta si estoy nervioso por entrar en la competición, pero realmente no me ha dado tiempo de estarlo. Estoy muy contento y no pienso en nada más allá de que es un lujo total estar en un festival como éste, que para mí es el festival de cine documental más importante de España y uno de los más importantes de Europa.
¿Qué recorrido espera que tenga la película tras la Seminci?
Yo creo que es una película que puede tener bastante buena acogida en festivales, sobre todo por lo inédito del tema. Y creo que va a tener una buena salida en televisión. ETB es coproductora de la película, TVE está interesada en verla, nuestra distribuidora Vértice Sales se mueve por mercados internacionales y ya han mostrado interés en verlas Al Jazeera y televisiones de Japón, Alemania e Inglaterra; en Estados Unidos será más complicado porque no está rodada en inglés… Y luego, respecto a las salas de cine, yo creo sinceramente que ésta es una película para salas. En España hay miles de periodistas, y el periodismo tratado como documental siempre atrae, así que si alguien realmente quiere apostar y ponerla en salas, puede tener su público.