Las películas de Woody Allen siempre me sorprenden. Para bien o para mal. Escribe y dirige una al año y no todas se estrenan con la misma fortuna. Pero ahora le ha tocado una de las buenas. Midnight in Paris recupera la magia, el romanticismo y el amor por el cine que vi en La rosa púrpura del Cairo, una de mis favoritas. Y es que en París, lo mejor es hablar de amor, de artistas y de bohemios. De escritores en busca de inspiración, pintores enamorados de la Torre Eiffel y de largos paseos bajo la lluvia.
Desde que comenzó Cannes no me he separado del Twitter, porque allí es donde los críticos especializados vierten sus primeras reacciones después de ver una película, sin tiempo para prejuicios o segundas lecturas. Y allí, haciendo uso de esos escasos 140 caracteres, los críticos escribieron que habían visto al mejor Woody Allen y que Owen Wilson volvía a enamorar, al igual que París, el escenario de la película.
Que Allen ruede en París no es casualidad. Tampoco son exigencias del guión, sino del cheque que le han ofrecido para que la capital francesa aparezca en cada plano del film. Y el director ha jugado sus cartas y ha exprimido la ciudad para sacarle lo mejor. Ha jugado con su universo artístico, con los clichés, con la historia que todos tenemos en la cabeza y que, de un modo u otro, nos gustaría haber vivido. Quién no se ha imaginado alguna vez en una sala de baile, cercana al Moulin Rouge, con las bailarinas levantando su cancán y viendo a Toulouse Lautrec dibujando sus famosos carteles? Confieso que yo lo había hecho.
Owen Wilson es Gil y Rachel McAdams es Inez. Ambos han decidido hacer un viaje a París junto a los padres de ella para celebrar su reciente compromiso. Gil es un escritor imaginativo, curioso, impaciente e inseguro. Inez, por el contrario, es racional, milimetrada y caprichosa. No podría vivir lejos de Malibú, donde tiene su chalet, su piscina y su centro de masajes. Mientras ella adora el lado lujoso y arrogante de las cosas, Gil se ocupa de la cara más bohemia, más nostálgica. Es de los que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor, en especial los años 20 y por eso, una noche después de las 12 viaja inesperadamente a esa época para conocer a Scott y Zelda Fitzerald, Luis Buñuel, Ernest Hemingway, Pablo Picasso, Salvador Dalí y Cole Porter. Es entonces cuando comienza el juego. Un ir y venir por fin su presente y descubra lo que realmente quiere.
Al igual que los personajes entran y salen de la pantalla en La rosa púrpura del Cairo, aquí el protagonista sólo tiene que esperar a que un coche de época le recoja a medianoche para cambiar de década o de siglo. Viajan a las interesantes fiestas de los años 20, a la Belle Epoque o al Renacimiento. Viven las épocas que siempre habían querido vivir.
Owen Wilson está magnífico en su interpretación de ese novio inseguro y tontorrón que acepta los continuos desprecios de sus suegros y Rachel McAdmas encaja en su papel de estirada. Marion Cotillard vuelve a encandilarme con su dulzura, sus enormes ojos y su encantadora forma de mirar, bailar y caminar. Carla Bruni… en fin, diría yo que está metida con calzador, aunque juzgad vosotros mismos. Aparece en 3 escenas cogidas por los pelos y sólo destaca por su altura. Kathy Bates está arrolladora y se atreve incluso a hablar español, aunque con poca fortuna porque, aunque vi la película en versión original, no conseguí entenderla ni una palabra. Adrien Brody protagoniza una de las mejores escenas de la película: una extraña conversación entre Buñuel, Dalí y Gil en la que sale a relucir el genio que hay en cada uno de ellos. Todos, excepto Bruni, están perfectos en su papel y nos divierte encontrarles caracterizados de grandes personajes.
Woody Allen juega con la ciudad de París como icono del romanticismo. Nos muestra su amor por el arte, el cine o la música. Nos hace partícipes de un viaje en el tiempo que muchas veces me había imaginado. Se entretiene en los pequeños detalles y, cómo no, en los diálogos, pero se olvida de que se está acabando la película y hay que poner un final. Por eso, después de 90 minutos, precipita a los protagonistas a un final esperado con poca sorpresa pero que, aún así, te sienta bien y te emociona.
Midnight in Paris es una de esas películas que te muestran la cara bonita de las ciudades y de la vida en general. Todo es bello y ordenado y sabes que el final va a ser feliz. Un paseo bajo la lluvia en el París de los años 20 que me ha encantado dar de la mano de Woody Allen.