Don Antonio Machado falleció el día 22 de febrero de 1939 en torno a las cuatro de la tarde, en Collioure. En este pequeño pueblo, al sur de Francia, don Antonio se dispuso a pasar el último puerto de su vida, el puerto de la muerte. Como si de una profecía se tratara el poeta había expresado en una entrevista en Barcelona con Pla y Beltrán, «tengo la certeza de que el extranjero significa mi muerte».
La poesía, entendida como la creación de la belleza, es en Machado, la palabra suspendida en el tiempo, el susurro vital en el amor, la certeza de la existencia y la palabra desesperanzada de la nada en constante lucha con la esperanza de la supervivencia del espíritu.
La muerte entendida como meditación de la vida, está presente en la obra de Machado. Consciente de su propia existencia, entiende la vida en continuo devenir, en un proceso dinámico que queda reflejado en su famoso y cantado verso “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Metáforas como “la mañana pura”, “el nuevo día” o “alba pura”, son empleadas por Machado para anunciar una renovación venidera después de la muerte y en definitiva una supervivencia del alma. Cuando un ser querido se muere, algo de nosotros también muere porque en su alma se lleva todo aquello que vivimos y compartimos con él. En este sentido, cuando muere su esposa Leonor, Machado escribe a Unamuno las siguientes palabras «Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere. Tal vez por eso vino Dios al mundo. Pensando esto me consuela algo. Tengo a veces esperanza…». Esperanza y desesperanza en continua lucha, una batalla que emprende Machado cual Quijote “en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas”.
El 28 de enero de 1939 a las cinco y media de la tarde llegan a la estación de Collioure Antonio Machado, su madre doña Ana Ruiz, su hermano y Matea Monedero su mujer y acompañado por Corpus Barga, amigo de la familia. En el Hotel Bougnol Quintana, pasaría los últimos 26 días de su existencia. Machado no puede más, se encuentra dolorido de cuerpo y de alma. En el último paseo que dio con su hermano José por el mar, le dice mirando a unas pequeñas casas de pescadores «Quién pudiera vivir ahí tras una de sus ventanas, libre ya de toda preocupación”. En su modo de vivir viviendo, llevaba también el miedo, la pobreza, la nostalgia, el fracaso o la soledad, factores todos ellos que, unidos a su enfermedad, precipitarían su prematura muerte. “Adiós madre” fueron sus últimas palabras. Dejaba entonces como testamento poético una obra literaria llena de matices, compleja e impregnada del espíritu de cada uno de los lugares por los que había pasado: Baeza, Sevilla, Soria, Segovia, Valencia o Barcelona son algunas de las ciudades donde don Antonio dejó una huella imborrable y que hoy le recuerdan, 75 años después de su muerte. Murió el 22 de febrero de 1939 y desde París, Jean Cassou pidió que fuera trasladado a la capital francesa para ofrecerle un entierro con gran pompa, pero la familia se negó. El féretro fue llevado a hombros por seis milicianos al cementerio. Su madre, doña Ana Ruiz, falleció tres días después.
En su tumba, ofrecida por una María Deboher, amiga la dueña del hotel, puede leerse: “Ici repose A. Machado Mort en exil le 22 février 1939”. El alma voló hacia aquella “mañana pura”, hacia “el nuevo día”, mientras su cuerpo retornaba a la tierra. Moría un Miércoles de Ceniza y desde esta muerte, lejos del hogar, nos recuerda el poeta “Vive esperanza: ¡Quién sabe lo que se traga la tierra!”.
A los días, su hermano José encontró en el bolsillo del viejo abrigo, un poema recordando a Guiomar y el último verso escrito por el gran poeta antes de morir “Estos días azules y este sol de la infancia”. En las puertas de la muerte, Machado evoca la infancia. “Infancia” y “muerte”, como “alfa” y “omega”, el principio y fin del intenso camino andado. Su hermano José diría de él que “su grandeza espiritual se sobrepuso a tantas fatigas espirituales y corporales con la resignación de un verdadero santo”.
Setenta y cinco años después de su muerte, la palabra de Antonio Machado está más viva que nunca y por este, motivo desde el Grupo Municipal Popular, queremos sumarnos a cuántos actos se celebren con motivo de esta efeméride y recordar humildemente la importancia que para la ciudad de Segovia tiene el hecho que este profesor y poeta llegase a ella en 1919. Desde entonces participó activamente en la vida segoviana: Universidad Popular o la Sociedad Filarmónica de Segovia entre otras actividades e instituciones. Celebrar la palabra de Machado es en definitiva comprender a Juan Ramón Jiménez cuándo dijo de don Antonio “Acaso él fue, más que un nacido, un resucitado”.