Escribo este retazo captado en una conversación de café, a cuento de las protestas de los usuarios sobre el transporte habidas estos últimos días en Segovia. Lo cierto es que, escuchadas con atención, se observa que las razones no son nuevas y que en la base tanto del conflicto con ADIF, como con La Sepulvedana, subyacen motivos de índole estructural que afectan a Segovia desde hace décadas y que siguen sin corregirse.

Ayer en Radio Segovia un usuario enojado clamaba por el más que seguro cobro del aparcamiento del TAV; otro remarcaba la mala calidad del servicio de La Sepulvedana y el Presidente de las Asociaciones de Vecinos, Juan Bautista Muyor definía la situación de la estación del TAV: una terminal del futuro, porque con certera ironía, decía que hasta dentro de veinte años o más, no estará siquiera cerca del casco urbano y mientras tanto el transporte público que debe encaminar a los viajeros hasta sus puertas da cobertura a menos de la mitad del ámbito geográfico de los usuarios. Los tres apuntaban con el dedo tanto a los responsables políticos y administrativos como a los propios partidos. Para colmo, los primeros apuntes del estudio sobre un futuro tranvía hasta La Granja, señalan que no sería económicamente rentable.

Las protestas del transporte no son baldías. Querámoslo o no nuestra orientación natural hacia Madrid no se ha cambiado en los últimos 25 años ni tiene visos de hacerlo en un futuro. Sería muy ilustrativo saber cuántas personas trabajan en Madrid y viven en Segovia y el impacto real que suponen para nuestra economía.

ADIF ha errado desde el principio, planteando horarios y frecuencias cicateros que ha tenido que mover y remover varias veces sin llegar a acertar. A pesar de los condicionantes que la gestión del TAV conlleva, lo cierto es que el servicio debería haber partido del planteamiento contrario: una amplia oferta durante todo el día, como si Segovia fuera una estación más del Metro. Tiempo hubiera habido después de evaluar y reordenar los servicios menos rentables a la vista de los datos.

Las quejas a La Sepulvedana no son de hoy ni de ayer, ni ha conseguido que olvidemos la jugada a Horizonte Cultural, tibiamente consentida por casi todos, que supuso un serio golpe del que todavía la sociedad y especialmente los usuarios no nos hemos recuperado porque causó una importante pérdida en calidad de vida y facilidades de acceso a la capital de reino, y que difícilmente se podrá recobrar. Ya que no quiso recoger el testigo de Horizonte y su filosofía de servicio, es imprescindible que La Sepulvedana reoriente sus políticas empresariales y se replantee la línea Madrid-Segovia para situarla como un referente y ejemplo de calidad de servicio y satisfacción de los usuarios y no como el de un monopolio mal entendido.

Pero de este conglomerado no sólo hay que echar las culpas a los responsables, políticos y demás instituciones. Como colectivo, los segovianos, tenemos tendencia a ser gruñones, pero conformistas, es decir, protestamos para nosotros mismos y apechugamos con el muerto. A diferencia de otros, cuando hay algo que no nos convence, no somos capaces de decirlo, reclamar o exigir su mejora, cambio o anulación, aunque en el ámbito personal más inmediato mostremos indignación. Tendemos, además, a dejar enmohecer los asuntos, hasta que de puro ruinoso se desmoronan solos, -ejemplos hay unos cuantos en diferentes etapas del proceso-, y a aceptar con esa equívoca resignación castellana, mezcla de tontería y enfado, que nos den gato por liebre y encima comernos el guiso, que decía mi abuelo.

Es este espíritu gaseosa la rémora más importante de la sociedad segoviana porque no transmitimos presión suficiente a quienes tendrían que actuar y, por tanto, no actúan o lo hacen tibiamente. Del mismo modo, no conseguimos ser capaces de interiorizar y hacer verdaderamente nuestros aquellos asuntos que son cruciales para nuestra ciudad, nuestro desarrollo y nuestro futuro inmediato: Teatro Cervantes; Palacio de Congresos, Segovia 2016, por citar sólo tres. El impulso popular en Segovia apenas existe y nuestra actividad institucional se mueve según arrecian las escasas protestas.

Los ejemplos de cómo no hacer marketing empresarial, la tibieza de nuestros representantes y similares, y nuestro espíritu gaseosa, no deben enmascarar la responsabilidad ineludible que la sociedad segoviana, cada persona y en su conjunto, tiene y tenemos, para concienciarnos, exigir y conseguir empujar con fuerza para llevar a cabo y convertir en realidad lo que de verdad queremos.

Sólo la fe mueve montañas. Empecemos a creer -y a crecer- en Segovia.

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