Será porque la Navidad induce a estar en familia, a pasar horas en casa y a descubrir antiguas recetas de tu madre. Será porque la tele ha programado Ratatuille recientemente. Será porque me estoy aficionando a la repostería y pienso en ella más de lo recomendable. No sé por qué será pero me estoy aficionando a las películas con aires culinarios y puedo afirmar que este género ¡me encanta!
Antes de nada y para empezar el 2011 con buen pie quiero desear a todos los lectores de Cineadictos un año lleno de conquistas, de retos superados, de carcajadas y de cine, por supuesto. Y una vez dicho esto: ¡a cocinar!
Hace un par de semanas fui al cine a ver Bon appétit. Entré al cine sin demasiadas expectativas y salí de allí con ganas cocinar, de probar un buen vino y de conocer a un chico real como Unax Ugalde que, en la película, tiene la mala suerte de conocer a una chica que no es capaz de enamorarse de él. La cocina del restaurante en el que trabajan es uno de los escenarios principales en el que Daniel, el protagonista, desarrolla toda su creatividad. Por cierto que David Pinillos, el director, opta al Goya en la categoría a mejor dirección novel. Veremos si hay suerte.
Ang Lee me puso los pelos de punta con My blueberry Nights, una historia de amor dulce, esponjosa, con sabor a arándanos y a vainilla y con una exquisita interpretación de Nora Jones y Jud Law. Tardé tiempo en quitármela de la cabeza. Durante meses sólo pensaba en encontrar un bar como aquel en el que los clientes rechazaban la mejor tarta.
En la pasada edición de San Sebastián vi Marieke marieke, un despropósito cinematográfico, del que sólo se salvan los bombones que hace y vende la protagonista, con infinidad de formas y sabores.
Disfruté como una niña viendo a Meryl Streep partiendo cebolla como una loca en la película Julie and Julia. También lo hice con las largas charlas de domingo entre Kathy Bates y Jessica Tandy en Tomates verdes fritos. Me reí con los líos entre fogones de Fuera de carta, protagonizada por Javier Cámara y lloré con el final de la brillante historia de La camarera que te deja, nunca mejor dicho, un sabor agridulce. Delicatessen, de Jean Pierre Jeunet, Deliciosa Marta, Sin Reservas o Chocolat de Lasse Hallström, también me vienen ahora a la memoria.
Y luego están los vinos, porque ya se sabe que una de las claves de la buena cocina es el maridaje. Me acuerdo entonces de Entre copas, magnífica película de Alexander Payne, o Un buen año, de Ridley Scott (ésta, algo más cuestionada). También de Un paseo por las nubes que, aunque noña, fue una de las historias de mi adolescencia o un documental muy curioso que vi hace un par de años: El pollo, el pez y el cangrejo real
Y es que creo que el cine también es un buen lugar para disfrutar con los olores, colores y texturas. Con la sal, la pimienta, el perejil y un buen vino. Como dijo Fellini: “Un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador”.