Uno de los colectivos con más riesgos de esta pandemia originada por el COVID-19 ha sido el de los discapacitados visuales. Las 4.200 personas ciegas de Castilla y León han sufrido, especialmente, el aislamiento, la soledad, el estrés, pero también el no poder contar con aplicaciones tecnológicas accesibles que les hubieran ayudado a pasar mejor la cuarentena, o, al menos en igualdad de condiciones que el resto de población.

La ansiedad que han padecido las personas ciegas ha sido mayor pues “no ves dónde puede estar el peligro” y actualmente con la desescalada han puesto barreras físicas como mamparas que representan un verdadero problema si no hay nada ni nadie que les indique que existe. A esto se une las direcciones únicas en senderos de paseo o calles transitadas y nuevas barreras arquitectónicas que antes no existían.

La situación de la pandemia ha supuesto un riesgo importante para las personas discapacitadas en general, pero para las ciegas en particular, ya que el tacto es un suplemento de la vista importante y el tocar les pone en riesgo, según destaca el presidente de ONCE Castilla y León, Ismael Pérez Blanco.

La Fundación ONCE difundió, al inicio de la pandemia, una serie de recomendaciones entre el colectivo sobre qué actividades podían hacer o no, con la debida prudencia, y les mostró trucos para evitar el contagio o contagiar. Además, estableció un sistema de apoyo para monotorizar a todos sus usuarios y prestar atención telefónica a aquellas personas que vivían solas o en entornos donde no es fácil acceder a bienes y servicios. “Hemos intentado facilitarles que puedan hacer su vida normal y echarles una mano a través de los servicios sociales”, destaca.

Además, ONCE Castilla y León realizó una labor de acompañamiento psicológico a través de sus psicólogos y trabajadores sociales, que han estado constantemente en contacto con la gente que vive sola. «Algunas creen que todo el mundo tiene entorno social, es decir, que todo el mundo tiene amigos y no es así», relata.

La atención y el cuidado ha posibilitado, según el responsable de ONCE Castilla y León, que el colectivo no se contagiara más que el resto de la población, es más, asegura que “no ha habido más contagios ni fallecimiento por el ejercicio de autoprotección y prudencia difundido”. “Los contagios han rondado el dos por ciento. Las personas ciegas conocen sus limitaciones y son más prudentes”, subraya.

Las tecnologías han sido el gran aliado para combatir la soledad y el aislamiento durante el confinamiento. Sin embargo, muchas de las aplicaciones creadas durante la pandemia no han sido accesibles para las personas ciegas.

Al respecto, Pérez Blanco reivindica que se aprueben leyes que hagan real que el acceso a la información es accesible y universal. Agrega que muchas de las aplicaciones móviles para consultar aspectos relacionados con el COVID-19 que se han desarrollado con avidez en este tiempo de crisis sanitaria, algunas creadas por las administraciones públicas, no eran accesibles para las personas ciegas.

“El sistema ha fallado al respecto del acceso a las nuevas tecnologías, una cuestión que es fácil de corregir porque si se diseña desde el origen para todos de una forma inclusiva no es más caro. Cuando no se promueve esa accesibilidad es o bien porque no se quiere o no se sabe”, argumenta.

Es por ello que exige también que si se da un nuevo rebrote de COVID-19 o de cualquier otra virus se garanticen los bienes de primera necesidad de forma universal, ya que a pesar de que Cáritas y Cruz Roja han atendido también a este colectivo, “una cosa es lo graciable y otra el derecho”.

Raquel de Miguel es trabajadora social de la ONCE en Salamanca ratifica la idea de que el colectivo ha necesitado un mayor apoyo emocional, ya que el resto de la población ha podido paliar el aislamiento realizando videollamadas con amigos o familiares, algo que para la mayoría de los usuarios de ONCE Castilla y León no ha sido posible, bien porque no era accesible o porque la elevada edad de los usuarios les impide conocer la tecnología.

“La soledad ha sido más persistente y fuerte en el ámbito que trabajamos por cuestiones de accesiblidad. Pero aquí a la falta de accesibilidad sumamos la edad”, precisa.

Durante el confinamiento, la organización castellano y leonesa puso en marcha un programa de voluntariado telefónico, “que ha sido muy demandado”, ya que ha un grupo elevado de discapacitados visuales que viven solos.

A día de hoy, según la técnico salmantina, todavía las personas ciegas de la Comunidad reciben llamadas a diario de los voluntarios y psicólogos, que se preocupan de su estado de ánimo, ya que han tenido mucho miedo al contagio y la cantidad de información que recibían les generaba más incertidumbre.

Los técnicos de la ONCE trabajan actualmente en ver cómo trabajan de cara a la desescalada, ya que una gran parte del colectivo tiene “miedo a salir por no controlar los espacios y la distancia social con las personas”. “Se van a encontrar con barreras de cristal que antes no estaban y que para los que tienen baja visión son invisibles. Tienen miedo a salir porque no saben cómo están estructuradas las calles, los sentidos de los paseos, o como están las barreras en la ciudad”, expone.

Los usuarios de la ONCE volverán a la calle a trabajar con la venta de cupones el próximo 15 de junio.

La ayuda sin pedirla

La vallisoletana, María Luiz Hernández Benito, no entra en el colectivo de personas ciegas que ha sufrido más estrés que el resto de la población por su discapacidad, ya que vive con su marido. Asegura que no se ha sentido peor porque “no vea”, pero sí aconseja a la población a no ayudar a la persona ciega sino se lo requiere. “Me han surgido las mismas inquietudes que al resto de personas. Me he adaptado a vivir aislada muy bien, a pesar de que yo salía muchísimo», relata.

En este sentido, el presidente de la ONCE Castilla y León recomienda que cuando una persona ciega con perro guía va por la calle no se acaricie ni al perro “a pesar del cariño que pueda inspirar” ni se intente ayudar al invidente si no le requiere el auxilio para cruzar una calle. “Debemos evitar tocar y si hay que darle alguna orden o alertar a la persona ciega hacerlo con la voz y no intentando acompañar cogiéndole del brazo”, recalca.

La soriana, Ana Isabel Barranco, que siempre va acompañada de su perro guía Saith, corrobora que ha tenido momentos de preocupación al no poder tener la certeza de a cuánta distancia se encontraban las personas con las que se cruzaba. “Mi perra me guía para que no me choque pero ella no cubre la distancia de seguridad de dos metros”, destaca.

Ambas señalan que, durante la pandemia, a pesar de que ellas vivían acompañadas y no han necesitado ayuda externa, conocen que el sistema social ha respondido y sus compañeros más vulnerables han sido atendidos por las asociaciones del tercer sector.