El Museo de Segovia ha seleccionado un busto de 1923 del escultor segoviano Emiliano Barral, que representa a la niña Mercedes de Cáceres, como ‘pieza del mes’ de febrero del centro cultural. El busto es de alabastro y se alza sobre una base picada, lo que acentúa el contraste con la superficie pulida de la figura. La niña tenía siete años en el momento en que fue esculpida, presenta rostro redondeado y perfil delicado, en el que llama la atención el cabello peinado a la moda de los años veinte -a lo garçon-, con flequillo que casi le llega hasta las cejas y, por detrás, cortado hasta la nuca, dejando la totalidad del cuello a la vista.
La escultura española contemporánea no es muy dada a esculpir tipos infantiles y, sin embargo, Barral realizó seis retratos de niños: su hermana Paz, Alberto dormido, su hijo Fernando, la Pequeña de Hontanares y dos bustos de niña, uno de los cuales, del que desconocemos cualquier dato biográfico, el de la Fundación Caja Segovia, estilística y cronológicamente está emparentado con el de Mercedes de Cáceres y Torres.
Mercedes era la cuarta hija del ilustre abogado Gabriel José de Cáceres, y el retrato es un gesto del escultor de los que tuvo con las personas e instituciones que en momentos puntuales le empujaron en su carrera artística. En su etapa como diputado provincial, en 1919, Gabriel José de Cáceres defendió ante la Corporación Provincial la idoneidad de conceder una beca de estudios a Emiliano Barral, ya por entonces muy destacado en el ámbito de la escultura. Nuevamente, en 1923, Cáceres propuso que la Corporación acordara hacer constar en acta su satisfacción por el triunfo de Barral y que con objeto de ayudar al escultor se acordara adquirir una obra para conservarla en los salones de la Diputación. Y en 1925, la Diputación volvió a apoyar al artista con la concesión de una beca de 3.000 pesetas para estudiar en Italia la escultura del Renacimiento.
Barral, de cantero a escultor
Emiliano Barral (Sepúlveda, 1896 – Madrid, 1936) nació en el seno de una familia de canteros, de larga tradición en el trabajo de la piedra rosada sepulvedana, lo que marcó su trayectoria vital y artística, en la que era característica la talla directa que le permitía dotar a la materia de ásperas texturas, pero también de pulidos, y que le suponía abarcar la ejecución completa de la obra.
Como hijo de canteros, se dedicó a esta profesión en los primeros años de su vida. Tras las primeras obras realizadas en Sepúlveda, puede decirse que su dedicación a la escultura, a pesar de no contar con una formación como escultor, no se hace presente hasta que marcha a Madrid, donde comienza a manifestarse entonces como un artista intuitivo.