La exposición “El arte de jugar”, de Antonio Santos, que ya se puede visitar en Palacio Quintanar de Segovia, hasta el próximo 26 de junio, presenta una muestra significativa de la producción artística del autor de los últimos treinta años. Se tratan de más de un centenar de obras que permiten conocer la evolución de su trabajo, sus temas y obsesiones recurrentes, y también la diversidad de técnicas y soportes con los que trabaja.
Hay algo en la obra de Antonio Santos (Lupiñén, Huesca, 1955) de regreso a la infancia. Una mirada limpia, locuaz y colorista en sus cuadros, juguetes, esculturas, que muestra con naturalidad, sin artificio, un mundo que a través de sus ojos enseña a mirar de otra manera. Un universo que desde una aparente ingenuidad casi infantil pervierte lo que de previsible tiene el mundo, lo que estamos habituados (aburridos muchas veces) a ver, para mostrárnoslo desde otra perspectiva.
La exposición, que hasta el próximo 26 de junio se podrá ver en el Palacio de Quintanar, se titula “El arte de jugar”, porque la obra de Antonio Santos participa de ese gusto suyo, travieso, por el juego. El juego como propuesta, como aventura, como disfrute, y también como descubrimiento, porque en su obra hay siempre algo gozoso, un espejo donde mirarnos en la certeza de descubrirnos de algún modo infantil favorecidos.
Antonio Santos es pintor, dibujante, grabador, escultor, ilustrador de libros infantiles y de adultos… Trabaja la madera, esculpe en piedra, talla y diseña, enmarca, pinta y construye juguetes y artefactos. Un artista con algo de ese don, esa curiosidad renacentista, que ha hecho de la originalidad uno de sus valores de su obra.
La exposición también aporta esa parte de su universo creativo que tiene que ver con el mundo del coleccionismo: arte africano y popular, máscaras, juguetes, marionetas, figuras de animales que, en su estudio, conviven tan complacientemente con su obra, y que aquí establecen un diálogo fructífero con ella. Una exposición que desvela a ese Antonio Santos en el que descubrimos una pasión, una vocación, un compromiso artístico con esa tradición antigua, indispensable del juego.