La crónica de la Transición que el periodista Manuel Campo Vidal construye en su libro ‘Adolfo Suárez. El presidente inesperado de la Transición’ nace a partir de una treintena de encuentros con actores y testigos de aquella época que le han confesado recuerdos ya “desclasificados”, como él mismo dice. En esta entrevista concedida a Ical, Campo Vidal dibuja a un Suárez ambicioso, estratega y valiente; capaz de seducir a todo el que se acercara a él, no sólo con su apuesta imagen, sino sobre todo con su conversación. Un Suárez que no está desde hace mucho tiempo, por ese mal que le impide saber quién es y ha sido, pero al que se le echa especialmente de menos en un tiempo en el que los ciudadanos miran con escepticismo y hasta desprecio hacia la clase política. Manuel Campo Vidal encomienda al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, la tarea de “limpiar el sistema” para conseguir revitalizar la democracia. Una democracia que justamente nacía cuando él se iniciaba en este oficio.
Éste es un libro de la conversación, de confesiones y testimonios de actores y espectadores de aquel tiempo; en definitiva, un libro del detalle, del momento.
Para realizar este libro he tenido la inmensa suerte de entrevistar a treinta personalidades con relación a la Transición y a Adolfo Suárez, incluido él mismo, con el que conversé mucho en su momento; ahora por desgracia ya no. He hablado con Felipe González, Alfonso Guerra, Rodolfo Martín Villa, José María Aznar, Santiago Carrillo, el general Sabino Fernández Campo, con Jordi Pujol; con los hermanos, sobre todo con Hipólito Suárez. Pero también con jóvenes que entonces estaban estudiando para conocer su impresión: Alberto Núñez Feijoo, María Dolores de Cospedal o Patxi López. Tras esas conversaciones te das cuenta de que 30 años después se van desclasificando recuerdos, anécdotas o documentos que te permiten escribir una crónica distinta. Una crónica que se llama así ‘Adolfo Suárez. El presidente inesperado de la Transición’.
Inesperado para casi todos excepto para él mismo.
Las excepciones, además de él, serían quien lo nombró, el rey Juan Carlos y quien inspiró su nombramiento, Torcuato Fernández Miranda. Yo era un jovencísimo periodista entonces y tengo crónicas escritas que he revisado en las hemerotecas y fue realmente sorprendente. Ricardo de la Cierva publicó al día siguiente de que fuera nombrado un tremendo artículo titulado ‘¡Qué error, qué inmenso error!’ y después se demostró ¡qué acierto, qué extraordinario acierto! Luego Suárez demostró no tener ningún rencor porque hasta llegó a nombrar a ese mismo señor, historiador, ministro de Cultura en uno de sus gobiernos años después.
Dice usted que “nadie creía en él, salvo él mismo”. ¿Qué cualidades hicieron posible que en esta coyuntura consiguiera abrir el búnker franquista e iniciar el camino de la democracia?
Él tenía una gran ambición. Venía equipado de fábrica con un gran instinto de poder, lo cual es legítimo. Luego tenía un gran conocimiento de la situación que se debía abandonar, es decir, el antiguo régimen, y a la vez poseía unas convicciones muy claras sobre dónde había que llegar: la democracia. Lo demostramos, en contra de lo que han escrito algunos, recuperando el discurso con el que se despide de su cargo como vicesecretario general del Movimiento. Un discurso que impresiona a todos en el que dice, textualmente, “queremos la democracia y la queremos en todos los ámbitos de la nación”, algo que nadie decía en aquel momento y menos con Franco vivo. Por tanto, tenía una gran habilidad; tenía principios, sabía dónde quería ir y era una persona con un extraordinario arrojo, hasta el límite de jugarse la vida en algún momento.
¿Era un gran estratega?
Era un gran estratega y un gran comunicador. Él me decía que se quedaba por las noches escribiendo papeles en su casa, diseñando dibujos, estrategias. No improvisaba. Yo interpreto que lo que hacía por la noche en su casa, en su soledad porque él también viajó acompañado por una gran soledad, lo que hacía era escribir el guión de la Transición que al día siguiente él mismo como director y primer actor pondría en marcha.
¿Apreciaba diferencias entre el Suárez que hablaba desde el estrado y el Suárez con el que conversaba en la M-30 del Congreso?
El Suárez del tú a tú era un Suárez con menos prudencia, con frases mucho más rotundas. En público moderaba. El fondo era el mismo y las convicciones también, pero hablaba más como un hombre de Estado. En privado era mucho más rotundo, mucho más cortante y siempre generaba una extraordinaria empatía; siempre generaba cercanía tanto en privado como en público.
Empleando el mismo verbo que usted utiliza, ¿a usted también lo sedujo Suárez?
Yo creo que sedujo a todos los que nos acercamos a él. Al salir de una comida en la que estuvimos Adolfo Suárez, José Ramón Caso, Luis Mariñas y yo, le dije de broma a mi amigo Mariñas, “menos mal que no nos ha ofrecido un carné del CDS porque lo hubiéramos aceptado inmediatamente”. Era una forma de decir que tenía una gran capacidad como líder de generar cercanía. Eso también lo tenía por ejemplo Felipe González, con una capacidad extraordinaria para comunicar, generar cercanía y ganar adhesiones.
Su aspecto físico también contribuyó a diferenciarlo del franquismo. Su juventud, su apuesta imagen, ¿jugaron mucho a su favor?
No tengo duda. Suárez fue el más ‘kennediano’ de los políticos españoles. En primer lugar, por su forma de entender la televisión: Kennedy desde los debates electorales y Suárez desde el uso de una televisión que se había hecho en una cultura no democrática. Pero los dos entendieron que ese medio emergente era suyo y que era un gran instrumento de poder. Pero también ‘kennediano’ en el sentido de apuesto, de hombre atractivo y jovial. Junto a Felipe González, eran los más ‘hollywoodienses’.
¿Cuál fue su principal osadía, tuviera o no buen resultado?
Es muy difícil valorar la obra de Estado de un personaje histórico como éste, pero creo que Suárez abrió demasiados frentes a la vez. Estaba enfrentado con la Iglesia por el divorcio, con los empresarios por la autorización de las organizaciones sindicales y por temas fiscales, con el Ejército por la legalización del Partido Comunista, con la embajada americana porque no quería entrar en la OTAN, con Israel por aquel abrazo hiriente con Yasser Arafat, que no se lo perdonaron nunca. Además, estaba enfrentado con medio mundo por aquel viaje inesperado a Cuba cuando todavía soñaba con liderar la conferencia de los No Alineados y ésa no era la posición de España porque, además, geo-estratégicamente tampoco se le permitía. No es lo mismo estar en una zona del mundo no decisiva que estar en España controlando el estrecho de Gibraltar incrustado en Europa. Quizá abrió demasiados frentes a la vez y eso, sin duda, fue una osadía.
¿Ése fue el error que pagó más caro?
Seguramente sí, porque legalizó el PC pero es que había que legalizarlo, si no la democracia en España no hubiera sido reconocida por el resto de democracias europeas. Quizá hubieran podido dilatarse algunos años entre las primeras elecciones y la legalización del PC, pero hubiéramos tenido una democracia a medio camino.
Y en cuanto a la forma de legalizar al PC, ¿había alternativa?
Habría que ponerse en su piel. Él creyó que ésa era la única posible. Otros también lo creen así, incluido el propio Santiago Carrillo y, en todo caso, lo hizo. El fondo yo lo tengo claro. Suárez era una persona con una facilidad extraordinaria para adaptarse al cambio. Su velocidad de transformación y su velocidad de convicción de que había que legalizar al PC varió en meses. Los militares que lo escucharon hablar en septiembre de 1976 comprendieron con mucha dificultad lo que hizo Suárez en abril del 77. Pero él probablemente en septiembre creía que más adelante lo de los comunistas quedaría ahí guardado y en ocho meses comprendió que tenía que hacerlo en aquel momento si no, no se llegaría a unas elecciones democráticas libres.
¿Realmente, Franco murió habiendo asumido que lo siguiente sería la democracia?
Yo no sé lo que pensaba Franco, pero era un hombre inteligente y podía ver ya en la tercera parte del siglo XX que era muy difícil la supervivencia, sin él, de un régimen que estaba rodeado por democracias. Solo quedaban España y Portugal. Franco muere en el 75, pero la ‘Revolución de los claveles’ se produce en el 74. Cuando Franco muere ve que está absolutamente aislado, lo que pasa que él no va a ser el que traiga la democracia porque fue quien trajo la dictadura.
Dedica unas páginas a Carmen Díez de Rivera, la mal llamada “secretaria” de Suárez. ¿Cómo influyó en él?
Carmen Díaz de Rivera fue un personaje muy importante porque ayudó a Suárez en dos cosas: primero en el contacto con fuerzas políticas de oposición templadas, especialmente con los socialdemócratas de Dionisio Ridruejo (un exfalangista que había evolucionado hacia la socialdemocracia), donde ella militó; con el socialismo de Tierno Galván y es la que tiende el primer puente en ese encuentro con Carrillo. Ésa es una ayuda y la otra es que ella moderniza al personaje Suárez. Todos estos señores que venían del régimen anterior aunque eran jóvenes, no eran gente viajada, no habían salido al exterior, no eran gente moderna y a Suárez le quitó aquel polvo de régimen antiguo y lo modernizó en todos los sentidos. Fue un personaje muy influyente, el machismo periodístico imperante lo redujo a su condición de secretaria, como yo tengo el gusto de denunciar en el libro, pero ella fue directora de gabinete y prestó grandes servicios a Suárez.
Sobre la trama civil reproduce una conversación con Felipe González en la que dice que todavía es pronto para hablar, ¿cree que lo hará algún día?
A mí me gustaría que lo hiciera y desde luego percibí que eso es así. En la conversación dio dos veces que todavía es pronto, lo tengo grabado en vídeo incluso, y por eso lo he puesto dos veces en el libro, para que quede claro. Todo el mundo sabe que había un sector rancio del empresariado y sectores nostálgicos de Franco que algunos han relacionado con algún destacado aristócrata. Alguien pagó los autobuses que alquiló Tejero para ir al Congreso y alguien facilitó dinero, yo diría que antes y después del 23F, en torno a las personas que fueron condenadas por el golpe de Estado, incluido el propio Tejero.
Suárez era un político vocacional, ¿es una especie en peligro de extinción?
Yo creo que hay políticos vocacionales. Mariano Rajoy cuando a los 23 años, siendo ya registrador de la propiedad, pide la excedencia de su plaza en Santa Pola y se dedica a ser concejal del Ayuntamiento de Pontevedra y después presidente de la Diputación con 26 ó 27 años, es un político vocacional. Felipe González cuando deja su despacho de abogados en Sevilla para ser secretario general del Partido Socialista y tiene 34 años es un político vocacional y ahora los hay también. Alfredo Pérez Rubalcaba creo que también y tantos otros.
¿Cree que es suficiente la explicación de Rajoy –“es falso”- respecto a los papeles de Bárcenas?
En esto tengo una idea muy clara. Creo, sinceramente, que Mariano Rajoy no está en política por ganar dinero. Puedo compartir con Soraya Sáenz de Santamaría que él es un hombre de vida recta porque lo conozco lo suficiente desde hace años como para no haberlo visto nunca en ningún exceso. No obstante, creo que o encabeza la limpieza del sistema, empezando por su propio partido, y cuando digo el sistema incluyo en general al país y a otros partidos, o si no vamos a un siniestro total. La democracia necesita una revitalización y, desde luego, la recuperación de las buenas prácticas.
Esa limpieza, ¿pasa por ceses o dimisiones?
Eso ya él sabrá cómo tiene que hacerlo. Lo que no puede hacer es hacer nada y presentar simplemente unas excusas. Me preocupa que los biorritmos políticos de Mariano Rajoy no se correspondan con la exigencia que en este momento tiene la ciudadanía e incluso una parte muy importante de su propio partido.
¿Es suficiente el escándalo Bárcenas para que el PSOE salga del pozo?
No, cuando yo estoy pidiendo una regeneración de España pienso en todos los partidos políticos en incluso en el ámbito privado donde nos consta que también hay corrupción. España debe recuperar sus buenas prácticas o no tendrá credibilidad.
¿La figura de Suárez ha sido justamente valorada y reconocida?
Muy escasamente. Es verdad que obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, pero no puedo olvidar que fue un ciudadano alemán, el director del Círculo de Lectores, el que lo propuso aunque luego es verdad que se sumaron todos. Pero como me dijo José María Aznar, y reproduzco lo que pongo en el libro, en Madrid solo te ponen una calle cuando te mueres.
Sin embargo, ahora parece que se le echa mucho más de menos.
Sí, sobre todo porque en estas situaciones en las que estamos personajes como Suárez, como González, como Miguel Roca Junyent o como el propio Carrillo, que fueron hombres de extraordinaria talla en la Transición, son dirigentes que, cada uno en su sitio, nos vendrían muy bien en este momento.
Así como la figura de Suárez se ha revalorizado con los años, ¿cree que ha ocurrido lo contrario con la imagen del rey?
No. Yo creo que con el rey lo que ha sucedido es que él todavía está, otros ya no están. Suárez ya no está desde hace muchísimos años, Felipe también salió de la política aunque haga algunas declaraciones y con el rey lo que ha habido son informaciones nuevas que se han conocido, que han sorprendido y que han movido a algunas personas a tener una posición distinta a la que tenían hace algunos años.
¿Por qué rechazó ser cabeza de lista por Barcelona con el CDS?
Me sentí muy honrado por esa propuesta de Adolfo Suárez, pero yo no soy un político. Yo de mayor quería ser periodista. Soy un sociólogo, soy un profesional y creo que también se puede hacer política a favor de tu país sin necesidad de estar dentro del Parlamento.
Periodista además que entró por la puerta grande en este oficio en una época como la Transición.
Fue apasionante y tuve la inmensa suerte de comenzar el periodismo justo cuando el franquismo se iba agotando porque es verdad que ser periodista en los años 40, para alguien fervientemente demócrata, hubiera sido muy amargo y muy peligroso, sin duda. En los años 50, enormemente desesperante y en los años 60, siempre peligroso pero además frustrante. A veces coincides con un periodo histórico en el que pasan cosas y desde luego en aquel pasaron, y excelentes.
¿Qué echa de menos del periodismo de aquel tiempo?
La credibilidad. Nos hemos ganado entre todos estar entre las profesiones menos valoradas por la ciudadanía. Se enfadan algunos de mis colegas cuando lo digo públicamente, pero creo que nosotros debemos recuperar credibilidad porque el capital de un periodista es su credibilidad y si la perdemos, va por los periodistas y va por los medios, entonces no podemos jugar el papel que nos corresponde y que fue admirable durante la Transición.
¿Qué hemos hecho mal para perder esa credibilidad?
En el día a día hemos olvidado que las noticias hay que comprobarlas, hay que buscar una segunda fuente o una tercera. En el plano de las empresas ha habido un atrincheramiento excesivo, probablemente motivado por factores económicos, no solo ideológicos. Y en el plano de la posición ideológica de cada uno es muy triste ver cómo arranca una tertulia en radio o televisión y antes de que hablen, de algunos ya sabes lo que van a decir.
¿Qué análisis quedan pendientes de la Transición?
En el libro hemos visto que aparecen algunos documentos nuevos, como la conversación entre Suárez y Tejero obsequiada por un ujier del Congreso y después por Alfonso Guerra. Estoy seguro y tengo la intuición de que tiene que haber más. Y desde luego queda pendiente la clarificación de la trama civil.