La ciudad que fue capital de la Hispania Ulterior Bética, compitiendo con la misma Roma en edificios dedicados al recreo de sus moradores, cuna de grandes filósofos, oradores y poetas; la que durante la dominación árabe fue probablemente la mayor ciudad de Europa, rivalizando con Constantinopla en tamaño y adelantándola en cultura, y cuyo carácter sagrado sólo era superado por La Meca; aquella en cuya universidad se educaban los hijos de las cortes católicas del norte y en cuya biblioteca se atesoraba toda la ciencia, el arte y la cultura de la antigüedad en más de 400.000 volúmenes; la que hoy presume de ser una de las ciudades más hermosas y mejor conservadas de España, patrimonio de la humanidad como la nuestra, y competidora en la carrera por la capitalidad cultural europea en 2016; la que conocemos como Córdoba, sí, esa, se ha caído de la lista.
Córdoba ha perdido cualquier posibilidad de arrebatarnos la capitalidad cultural, porque todo ese patrimonio artístico, literario, histórico y científico, que sus actuales habitantes han heredado, no ha servido para nada. Juan de Mena, Luis de Góngora y Argote, Séneca, Averroes, Maimónides, Julio Romero de Torres, Joaquín Cortés y hasta el propio Antonio Gala, han caído en el olvido. Los cordobeses han perdido la cabeza y los que creíamos que podían ser unos serios competidores de Segovia para nuestra deseada capitalidad europea, el 22 de mayo se han revelado como unos ignorantes, incapaces de valorar el altísimo mérito de quienes hasta ese día ocupaban la casa consistorial.
Eso lo deduzco yo de las palabras de otro ilustre hijo de la ciudad, D. Andrés Ocaña, alcalde de la que Góngora llamaba “flor de España”, quien al conocer el resultado de los comicios del pasado 22 de mayo exclamó: “El pueblo se ha equivocado”. ¿Quién soy yo para contradecir al primer edil de los cordobeses?
Pero ¿quién es el pueblo?, pues parece que para algunos el pueblo está compuesto por aquellas personas que en un determinado lugar acepten sin rechistar la ideología que una minoría de sujetos, que se autodefinen domo demócratas y tolerantes, nos quieran imponer.
En Segovia Jesús Postigo ha ganado las elecciones municipales, en tanto que el independiente Arahuetes, bajo la marca del puño y la rosa, ha quedado en segunda posición. En una sociedad avanzada, madura y civilizada, en una ciudad de rica historia, en esta parcela patrimonio de la humanidad en la que habitamos, no debería ser difícil alcanzar un acuerdo por el bien de todos; debería ser lo natural, dado que todos nos hemos presentado a las elecciones con afán de servicio y para mejorar la vida de nuestros conciudadanos, pero hete aquí que un correligionario del respetable D. Andrés Ocaña, el no menos respetable D. Luis Peñalosa, líder de la minoría, si el sentido común no lo impide, va a imponer su ley para evitar que los segovianos, como los cordobeses, nos equivoquemos. Es muy dueño.
Poco podremos hacer si esta situación, como se sospecha, se materializa, salvo observar atentamente a nuestra hermana y competidora Córdoba y ver si no hubiera sido mejor equivocarnos como ellos. Deseo con toda mi alma que Segovia salga ganando, y que el próximo junio pueda recibir el merecido premio de la capitalidad cultural europea. Por los que según Ocaña nos hemos equivocado, no va a quedar, ya lo ha anunciado Jesús Postigo, si al final no gobierna y lidera la oposición, lo hará tendiendo la mano, remando a favor de la ciudad, dialogando y proponiendo acuerdos por el bien de todos.