Atrapados en el presente, entre la melancolía y el porvenir; entre lo que se extraña y lo que se anhela. Así se presentaban ante el Teatro Juan Bravo de la Diputación los intérpretes de Impromadrid. Dejando a un lado la improvisación, sin meterse en ningún jardín y prescindiendo de cualquier entrevista; breve o larga. Que para improvisar ya está la vida, sobre todo a los treinta y tantos, y la diosa fortuna que la maneja; siempre dispuesta a hacer aparecer, de la nada, una carcajada en mitad del drama o una lágrima en toda buena comedia.

De cualquier modo, antes de seguir con lo que estuvo por venir, es de justicia escribir sobre la melancolía y cómo, quienes asistieron a la cita en los jardines, algo echaron de menos la frescura de aquella tarde de mayo de 2021. También, y dispuestos a la melancolía, cómo algo añoraron a Paloma Córdoba, quien aquella vez se reveló como uno de los mejores titulares de cualquier entrevista.

Pero como Impromadrid había vuelto a Segovia a hablar del porvenir y lo había hecho poniendo a una estupenda Ana Hernández Sanchiz de diosa y relegando a Ana Morgade al terrenal, pero protagonista, papel de Julia, el público pronto dejó cualquier melancolía al lado y aplaudió el cambio. También lo rio a carcajadas en muchas, bastantes, ocasiones. Y es que Ana Morgade tiene algo que la diosa Fortuna no da a todos, ni siquiera a todos los que suben a un escenario: la capacidad de provocar en el espectador el ánimo que busca, no sólo en sus líneas del guion, sino también en sus gestos, sus palabras o el tono de su voz.

Acompañada de unos igualmente estupendos Ignacio Soriano, Borja Cortés e Ignacio López, capítulo a capítulo, todos fueron, desde la familia y el amancebamiento según la RAE hasta la religión y el trabajo, poniéndose a las órdenes de Fortuna para, con mayor o menor suerte, hacer entender -o al menos reflexionar- al público que llega un momento en la vida de toda persona, publicista o periodista, médico o profesor de Historia del Arte, en el que se hace preciso desprenderse de chaquetas que pesan e hilos que atan.  Y que a veces ese instante llega en modo de rescisión de contrato laboral, otras en forma de subida del alquiler, a veces como decisión de pareja y otras, simplemente, como una vela más en otra tarta más de cumpleaños.

Y es que a veces el presente del ‘Porvenir’, cual personaje de Munch, harto o histérico pega su grito y devuelve el entusiasmo y el optimismo a las letras de las canciones de Disney. Esas mismas letras que, avergonzados por la edad, habíamos cambiado sobre sus mismas melodías para hacer gala, sin más vergüenza que la ajena, de nuestras malas decisiones y nuestro fatal porvenir.