De origen desconocido, el Papamoscas de la Catedral de Burgos es uno de los personajes más famosos de la ciudad, que diariamente atrae la atención de cientos de turistas que visitan el templo y, conocedores de su función, esperan ansiosos a ver cómo da las horas.
Este autómata, situado en la nave central de la Seo burgalesa, a 15 metros del suelo, muestra una figura humana de medio cuerpo que surge de la esfera de un reloj y, vestido con una casaca roja, hace sonar a la hora en punto su campana abriendo la boca al ritmo de los tañidos.
No se sabe a ciencia cierta desde cuándo forma parte de la Catedral de Burgos, aunque se cree que estaba allí ya a principios del siglo XVI. En su libro ‘El Papamoscas y el Brasero de la Catedral de Burgos’, Julián Pérez López, hace alusión a un documento de septiembre de 1519, donde Juan Albarellos describe el reloj del templo, y habla de un “tardón, que era un fraile leyendo en su libro”.
Las fechas coinciden con la aparición de los autómatas en Europa, a finales del siglo XV y principios del siglo XVI, tal y como señala el Catedrático de Historia del Arte René Payo. De forma que el Papamoscas burgalés no es el único autómata de la época, sino que era una figura muy característica de esta época, y el ejemplo más cercano se encuentra en la Catedral de Palencia, que dispone de su propio autómata encargado de dar las horas.
Pese a barajar estas fechas, no será hasta el siglo XVIII cuando aparezca por primera vez mencionado con el característico nombre de Papamoscas, haciendo alusión a un pájaro que siempre está con la boca abierta, al igual que la figura cuando marca las horas. Según explica René, hay registros en esta época en los que el Cabildo “se quejaba de que muchos forasteros se acercaban a ver al Papamoscas”, e incluso se llegó a pedir que se trasladara fuera, aunque por lo que se sabe siempre ha estado dentro del templo.
Uno de los aspectos que más llama la atención de esta figura es su aspecto grotesco, típico de la Edad Media, durante la cual imperaban los elementos de carácter cómico en las iglesias. Elementos que, explica René Payo, fueron muy criticados en las iglesias a partir del Concilio de Trento, e incluso llevó a la matización o desaparición de algunos de estos elementos. El Papamoscas se salvó y hoy en día es uno de los relojes más conocidos del país, y ha dado pie a leyendas, canciones populares y cuentos infantiles.
La leyenda más popular sobre su origen recae en el rey Enrique III, apodado el Doliente, que acudía diariamente al templo para rezar. En una de estas visitas vio a una joven de la que quedó prendado, llegando incluso a seguirla durante días hasta su casa. En uno de esos encuentros, ella dejó caer su pañuelo al paso del rey, y el monarca lo recogió y entregó el suyo a cambio. Sin embargo, el Doliente no se atrevió a dirigirle ni una palabra a la joven, y esta, antes de irse, lanzó un desgarrador lamento que conmocionó al rey.
Desde ese día no volvió a saber de ella, y preocupado decidió buscarla por cada rincón del templo, hasta que optó por acercarse hasta su casa. Una vez allí se topó con un vecino que le explicó que allí no vivía nadie, puesto que la familia dueña de la casa había fallecido años atrás, víctima de la peste.
El rey mandó entonces construir un reloj para la Catedral, al que debía acompañar una figura que recordara a su amada y que emitiera un sonido similar al lamento de la joven al dar las horas.
René Payo indica que es “imposible” que la obra sea de la época de Enrique III el Doliente, puesto que es de finales del siglo XIV y principios del siglo XV, momento en el que todavía no había relojes automáticos.
Un autómata de inspiración
Pese a ello, la leyenda, así como otras similares con pequeñas modificaciones, es una de las más conocidas en el folklore burgalés, y ha llegado incluso a inspirar un cuento infantil en el conocido programa ‘Los Lunnis’, que mediante personajes de animación contaron esta historia de amor trágico a los más pequeños.
La fama del Papamoscas llega más allá, y a lo largo de los años ha encandilado a oriundos y visitantes, entre ellos el famoso escritor Víctor Hugo, autor de ‘Nuestra Señora de París’ o ‘Los Miserables’. En uno de sus viajes, de niño, visitó la ciudad de Burgos y conoció la figura del Papamoscas, e incluso se habla de que pudo inspirar su personaje de Quasimodo, también llamado el jorobado de Notre Dame.
Benito Pérez Galdós también quedó prendado por esta figura, citándolo incluso en algunas de sus novelas, y afirmando que “jamás perdió el encanto inocente de ver funcionar el infantil artificio del Papamoscas”.
Este verano, con motivo de la celebración del VIII Centenario de la Catedral de Burgos, el Papamoscas saltó de pared para convertirse en la mascota oficial de la efeméride, con una recreación de dos metros de altura para promocionar entre los más pequeños el cumpleaños del templo