Soy un estudiante matriculado en la Universidad de la Vida. Esta cátedra tiene facultades en cualquier parte del mundo; se llaman plantas de oncología. Yo me inscribí el 2 de junio de 2022.
Me he apuntado a estos estudios porque ha entrado en mi cuerpo un opositor que se llama cáncer; aunque yo le llamo el okupa. No tengo ningún parentesco con este personaje y me he propuesto que no me «va a joder la vida«. Por eso, cuando llegué por primera vez, respingué al ver en la entrada del aula una frase que dice: “El Éxito de la Vida no está en vencer siempre, sino en no darse por vencido nunca”. No tengo claro que mis compañeros hayan sintonizado bien con esa frase de la pared, pero yo les diría que volvieran a leerla y la visualizaran de nuevo. Da qué pensar.
El primer día, abrí la puerta del aula preguntándome qué me iba a encontrar y mi sorpresa fue la decana de la universidad. Era una mujer que, con su sonrisa de oreja a oreja, me quitó todos mis temores. Dentro se me abrieron los cielos al encontrarme con un equipo de profesores y de adjuntos de un nivel 10. La decana me hizo la ficha y me dijo los cuatro temarios que iba a dar durante todo el curso. Las lecciones tienen un tiempo de desarrollo pero es mejor no preguntar cuándo se terminan. Se hace más corta la clase sin saber fechas.
Desde el inicio, el buen equipo de profesionales que me he encontrado me ha dado confianza en esta Universidad. Hay que valorar especialmente que, cuando llegas a clase, el profesional de la planta de oncología te inyecta un chute de 50% de alegría y 50% de medicina. Son personas que aparcan sus problemas personales, se suben a tu autobús y escuchan tu situación antes que nuestra propia familia. Conocen a cada alumno, nos preguntan y aconsejan, sobre todo cuando nos ven flojos. Nunca dejan de apretar para que el alumno mantenga la moral muy alta. Sé que habrá momentos en los que no sea así porque a ese bicho, llamado cáncer y que yo llamo okupa sin derecho a manutención, no hay que dejarle hasta que se vaya. Y esto tarda.
Además de esa frase de la pared y del claustro de profesores, también me han ayudado los compañeros más antiguos. Hay un libro que dice que “a un amigo no se le busca, un amigo se revela como tal”. Y aquí regalan alegría de vivir con mayúsculas y empujan a seguir adelante sin perder ripio de la lección.
El comportamiento conmigo mismo es de Matrícula de Honor. No he olvidado la alegría, la risa y el cachondeo que normalmente me traigo; palabra de enfermo de cáncer. Esta carrera te enseña a valorar lo que antes no apreciabas, a ver a los de tu alrededor de otra manera y a apartar un poco lo material. Si no sigues con una actitud positiva, metes a la familia en una espiral peor que la propia enfermedad.
Quiero terminar diciendo tres cosas: todavía no soy más que un pipiolo en la materia del cáncer de colon; el okupa no me va a quitar la alegría de seguir viendo crecer a mis nietas; y me desborda la alegría de tener a todos – familia y amigos – felices y contentos conmigo.