“Nuestra Historia sigue y Don Quijote somos todos”; eso cantaba ayer Teatro del Temple antes de que el telón se cerrara, dejando atrás una entretenida manera de despedir la semana. Y quien diga lo contrario, miente. Todos hemos sido alguna vez un caballero torpe y despistado, pero ‘convencidamente’ apuesto, serio y galán, empeñado en convencer de ello a cualquier Dulcinea que se preste. Todos hemos sido en alguna ocasión un soñador desmesurado, para el que ningún gigante es imposible de derrotar y para el que cualquier aventura es digna de vivir, con o sin aptitudes para ello. Todos hemos sido alguna vez un pueblo al borde de la despoblación; con su médico, su maestra, su ventero, su ganadera, su sacerdote o excura, su tonto y su alcalde, pero sin pacientes, alumnos, clientes, feligreses y casi vecinos a los que atender. Una vida necesitada de alma, vaya.
Por eso ayer, quien vio ‘Don Quijote somos todos’ en el Teatro Juan Bravo de la Diputación con los ojos con los que se debe ver y la escuchó con los oídos con la que se debe escuchar, disfrutó, rio a menudo y aplaudió con fuerza al final. Porque por momentos se identificó con alguno de sus personajes, incluso con el pueblo entero, y, porque para entender bien la obra de Cervantes, a veces es importante observarla con la minuciosidad de un literato, otras con la inteligencia y el sarcasmo de maestros de la escena como El Brujo, como ya ha sucedido en alguna ocasión sobre el escenario del Juan Bravo, y otras, como ayer, con el humor y la perspicacia de una compañía que, para empezar, supo poner el origen en un lugar de la obra en cuya relevancia nadie supo fijarse.
Porque… ¿qué sería ahora mismo de ese lugar de La Mancha en el que nació el hidalgo si Cervantes hubiese querido acordarse de su nombre? Las postales con su foto viajarían de un lado a otro del mundo, miles de peregrinos harían cola a las puertas de la que fuera casa de Alonso de Quijano y habría mecheros, tazas, llaveros e imanes con el nombre del pueblo. ¿Alguien se había parado a pensarlo? Teatro del Temple sí. Y lo hizo acordándose de un humor sesentero que de vez en cuando viene bien rescatar y dar la bienvenida como si del mismo Mister Marshall se tratase. Y lo hizo, además, acompañándose de algo que se les da muy bien a sus actores y que el Juan Bravo ya pudo comprobar en ‘La vida es sueño’: declamar como si, realmente, tuviesen delante el texto de ‘Don Quijote de la Mancha’ y no el guion de una comedia contemporánea. Y lo hizo apostando por ubicar ese origen desconocido en el contexto donde nace y crece hoy la mancha de toda España: en la despoblación y las razones que hacen que, en muchos lugares del país, hoy en día sea más práctico quedar todos juntos para votar al alcalde, que alargar la jornada electoral de sol a sol. Y a veces lo hizo sacando de espada y escudo cuestiones de sexo y género. Y a veces hasta lo hizo cantando al unísono; alto y claro.
Así que sí, nuestra Historia sigue y Don Quijote, por una razón o por otra, somos todos. Y por muy ridículo e inverosímil que parezca, siempre hay una cueva de Montesinos en la que esconderse de los problemas o una cabeza parlante a la que recurrir para encontrar un camino fácil cuando las preguntas trazan curvas y desvelo entre los sueños.