Así se celebró en el Teatro Juan Bravo de la Diputación ‘Cronología de las bestias’, entre tinieblas que envolvían a texto de la obra de Lautaro Perotti y de la oscuridad que llevaba dentro cada personaje.
Algo que iba a quedar marcado también, desde el principio, en las caras y las vestimentas de sus protagonistas y, cómo no, en un gran árbol desnudo que ocupaba parte del escenario y en el sonido de los cuervos ―porque sólo podían ser cuervos― que se escuchaba de vez en cuando completando la escena.
El teatro, sin embargo, presentaba una escena completamente diferente; alegre y colorida. La presencia de Carmen Machi en el cartel había conseguido colgar una vez más el cartel de aforo completo y los segovianos esperaban expectantes la vis más negra de la actriz, que en ‘Cronología de las bestias’ se intuye desde su jersey, su pantalón y sus botines negros y queda aclarada en la falta de empatía que su personaje, ausente de la realidad desde su nombre, Olvido, muestra con el resto de su familia; una familia marcada en rojo por la desaparición de un hijo cuando tenía 12 años.
No obstante, y entre tanta incertidumbre desde las primeras escenas, en las que se puede presuponer que un asustadizo y carente de palabras ―como una auténtica bestia― Patrick Criado, es ese hijo que regresa once años después de su desaparición, el público segoviano descubrió que la mayor certeza y realidad, despojada de cualquier mentira, que iba a apuntar en su memoria y que difícilmente borraría el paso del tiempo, iba a ser que Pilar Castro es una actriz bestial.
Con sus palabras temblorosas, su insistente idea de tejer un jersey para Beltrán (Patrick Criado), con su obsesión por hacer llegar todo tipo de novedad a oídos del cura o con su inocencia para creerse, de verdad, las mentiras que otros personajes sabían creer de mentira, Pilar Castro conquistó al público del Teatro Juan Bravo, que salió del auditorio reflexionando sobre el poder asfixiante de la mentira. Y en concreto, de la mentira propia.
Sobre el escenario del teatro los gritos iban en aumento, las lágrimas empezaban a asomar, la entereza se iba deshaciendo y los portazos dejaban de servir como punto y final a las discusiones.
A través de veinte minutos de final trepidante, ‘Cronología de las bestias’ se convertía en ese legado que toda familia ha heredado sobre alguno de sus miembros. Ese agujero negro que es mejor tapar aunque el material de taponado no convenza.
Esa bola de nieve que va haciéndose más y más grande hasta que llega un punto en el que lo mejor es tirársela a alguien a la cara, aunque esté compuesta de agua y tarde o temprano se vaya a deshacer por alguna parte. Ese cuento que de tanto escuchar por las noches se convirtió en parte de la Historia de la familia. Mitos, leyendas, mentiras, que en algunas ocasiones son fundidos a negro desde el principio.