San Frutos nació en Segovia en el año 642, durante la época visigoda, y se estima que su muerte se produjo en 715, cuando la provincia ya estaba bajo dominación musulmana. El recibimiento de la herencia paterna hizo al Santo y a sus hermanos, Valentín y Engracia, reflexionar acerca de la caridad y el servicio a Dios. Por eso, decidieron dejar sus bienes a los más necesitados y abandonar su hogar para vivir como eremitas en el entorno de las hoces del río Duratón.

En ese paraje tan emblemático, los tres hermanos construyeron una ermita cada uno. En la actualidad solo se conserva la Ermita dedicada a San Frutos, un templo que data del siglo XII y que fue construido sobre la ermita visigótica fundada por el Santo en el siglo VII.

En esta zona fue donde tuvieron lugar los cuatro milagros que se le atribuyen a San Frutos. El primero de ellos, la transformación de unos tomos prestados en bestias de carga para la edificación de un santuario.

El segundo, la apertura de una grieta con su báculo para proteger a los cristianos que habían acudido a su ermita para salvarse de los sarracenos (actualmente en la hendidura, conocida como cuchillada de San Frutos, hay un puente que permite cruzarla).

El tercero, la demostración de la presencia de Cristo en la Eucaristía a un sarraceno al ocultar una hostia consagrada en la comida de un burro y que el animal se arrodillarse ante ella.

El cuarto y último milagro, producido post mortem, salvar de la muerte a una mujer que fue lanzada por su marido desde una de las hoces al sospechar de su infidelidad.

En toda la provincia de Segovia son muchas las referencias, tradiciones y edificaciones dedicadas a San Frutos. Cada 25 de octubre, la Ermita, situada a 65 kilómetros de la capital segoviana, se convierte en un lugar de peregrinación al que muchas personas acuden, atraídas por la historia del Santo.