El hayedo de la Pedrosa, en el término municipal de Riofrio de Riaza, único en la provincia de Segovia, es un pequeño tesoro, una especie de utopía natural donde todo parece estar pensado hasta el último detalle. Desde Prodestur Segovia invitan a conocr este mágico lugar. Situado en la vertiente noroeste del macizo de Ayllón, en las laderas de la Sierra del Lobo, a 1500-1700 metros, llega hasta el Puerto de la Quesera. Tiene una extensión de 87 kilómetros cuadrados. La otra especie dominante, los robles Quercus pyreanica y Quercus pétrea, forman un tupido bosque hasta los 1600 metros. El río Riaza nace en la Fuente del Cancho, atraviesa el hayedo y el robledal en dirección noroeste, va cogiendo fuerza con la aportación de varios arroyos en su descenso por el valle, para desembocar en el Duero.

Las hayas, fagus sylvatica, son árboles caducifolios europeos propios de climas atlánticos. Por ello, los hayedos de La Pedrosa, Montejo (Madrid) y Tejera Negra (Guadalajara), del macizo de Ayllón, son únicos en el Sistema Central. Bosques relictos, formados durante la Era Terciaria, su presencia es considerada excepcional en zonas tan meridionales, proponiéndose factores microclimáticos para justificarla. Un estudio publicado en la revista Quercus (noviembre 2020), concluye que la influencia humana fue el factor responsable de su distribución y estado de conservación. Reducida de forma drástica la presión humana, estos bosques se van expandiendo y recuperando. Los hayedos de Montejo y La Tejera fueron declarados por la Unesco en 2017 Patrimonio de la Humanidad junto a otros hayedos primarios de los Cárpatos y otras regiones europeas.

Durante el siglo XVIII los bosques de la Pedrosa se vieron seriamente afectados por la sobreexplotación humana para obtener madera y carbón. En Riofrío de Riaza se desarrollaba una actividad económica artesanal que consistía en la fabricación de sillas y astiles de madera de haya, utilizando tornos de pie, técnica aprendida de un francés aposentado en el pueblo después de la Guerra de la Independencia. En algún momento se contabilizaron hasta 40 familias dedicadas al oficio.

El abandono de las cortas y de la actividad del carboneo en el hayedo ha propiciado su recuperación, lo que hizo que -en 1974- se declarara Sitio Natural de Interés Nacional y se incluyera en la red de Espacios Naturales de Castilla y León.

En la entrada del bosque podemos leer un cartel redactado por Joaquín Araujo: “Cada hectárea de arboleda ha absorbido 15tm de anhídrido carbónico y ha lanzado a la atmósfera 12tm de oxígeno. Ha cubierto el suelo con 13tm de materia orgánica, dulcificado el clima, humedecido el aire y frenado al viento. Retiene entre sus raíces 500.000 l de agua. Estos árboles que van a hacerte compañía no dejan de trabajar un instante para que tu respires comas y pienses. Estos regalos son los que hacen el mundo habitable”.

A las hayas les gusta vivir en el ambiente acogedor del bosque, en su adorada comunidad. De hecho, tienen una gran capacidad de amistad, estableciendo sistemas de ayuda mutua. Igualan fortalezas y debilidades buscando mantener un equilibrio en su rendimiento. Las micorrizas, asociación de hongos y bacterias con raíces, forman una inmensa red que conecta a todo el ecosistema forestal actuando a modo de cerebro. Existe un intercambio activo de información e instrucciones mediante señales químicas y eléctricas. Además, almacenan y administran los nutrientes y el agua. Podríamos decir que lo que pisamos sostiene lo que vemos.

Son bosques exclusivos, que admiten pocos competidores: crecen en altura por encima de éstos y sus grandes y altas copas perfectamente ensambladas filtran al máximo la luz, dificultando que puedan prosperar. Sin embargo, podemos encontrar, compartiendo su hábitat, robles, majuelos, acebos y otras especies rupícolas.

El ciclo vital de las arboledas está en íntima conexión con el calendario vital, y es que el tiempo climático se expresa a través de luz, agua, aire, tierra, pero, sobre todo, a través del bosque. Las arboledas saben administrar el tiempo, la luz, el agua y el espacio para dar continuidad a la vida en su conjunto.

Mientras transitas por el bosque sigue a las hayas viejas y sabias. Te enseñarán a perderte. Abre los ojos, acorta el paso, respira hondo, entra solo y, en silencio, escucha (Ignacio Abella).