El próximo viernes 6 de julio, a las 20:00 horas, se inaugurará en las Salas del Palacio del Torreón de Lozoya la exposición dedicada al desaparecido pintor segoviano “Fernando Rodrigo (1944-2014). Alquimista del tiempo”, muestra que ha contado con la colaboración del Ayuntamiento de Segovia y del Centro Cultural Conde Duque de Madrid. La exposición da continuidad a la celebrada en esta emblemática institución cultural madrileña, incorporando a ella nuevas piezas procedentes de coleccionistas segovianos; quedan así unidas las dos ciudades más ligadas a la biografía de Fernando Rodrigo –Segovia y Madrid- en un merecido homenaje a este destacado representante de la llamada “Segunda Generación de Realistas Madrileños”.
Las inquietudes artísticas de Fernando Rodrigo se fueron manifestando durante su juventud en Segovia, un periodo en el que conocería al también malogrado artista segoviano José Manuel Contreras, con quien le unió una gran amistad. Sin embargo, será en Madrid, a finales de los sesenta, cuando comenzarán la materializarse sus primeros escarceos pictóricos en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde contó con Antonio López como profesor de colorido, y donde surgió su compromiso irrenunciable con la figuración. En la capital compartió estudio con José Manuel Contreras y Clara Gangutia, al tiempo que recibió el influjo del cosmopolita pintor panameño Pablo Runyan, cuya obra se ha definido a veces como surrealista-hiperrealista. Esa huella se dejó sentir en su primera exposición en la Casa del Siglo XV (1974) y en la muestra “Homenaje al Surrealismo”, organizada por la galería Fefa Seiquer (1975). Corresponden a este momento obras como “La Esfinge”, “El ciprés”, “Torreón” o “Prisma celeste”, en las que plasma una personal visión de Segovia, equilibrando realidad y fantasía. En 1976 y 1977 su obra pudo verse también en sendas exposiciones en el Torreón de Lozoya.
Una nueva, pero corta etapa, se abre entonces, en la que su interés se dirige hacia el mundo mineral y sus fantásticas formaciones, estratigrafías y calidades, que integra a veces con paisajes y marcos arquitectónicos, dando como resultado imágenes oníricas. Muchas de ellas se presentarían en la Galería Egam de Madrid (1977), otras, más tarde, en la Galerie Etienne de Causans de Paris (1981).
Ya no son sólo óleos lo que se exponen, sino también dibujos y, muy pronto, también pasteles, técnica en la que no tarda en adquirir una gran maestría, manifestando una inquietud por la investigación técnica que le acompañará toda su vida.
Ya en los ochenta su pintura se decanta hacia los escenarios urbanos en detrimento del mundo mineral. En 1981 se le incluye en una de las primeras muestras sobre Realismo en España, celebrada por la Universidad Complutense de Madrid. Esta es una época especialmente fructífera en obras y viajes, en la que, con un sorprendente virtuosismo, nos presenta imágenes de lo cotidiano –una pared, una columna, una escalera, una ventana- con una dignidad y calidad absolutamente extraordinarias. En 1986, varias de estas obras pueden verse en una muestra celebrada en la Casa del Siglo XV. Dos años más tarde se le dedica su primera exposición retrospectiva, hecho que constituyó una gran oportunidad para disfrutar de una parte significativa de su producción, dado que muchas de sus obras se vendían directamente en su estudio, circunstancia que limitó el conocimiento de su figura por parte del gran público.
En los años noventa, la obra de Fernando Rodrigo avanza hacia una depuración formal, prescindiendo de todo lo superfluo o anecdótico que pudiera haber tenido su pintura, concentrándose en elementos arquitectónicos muy concretos que, plasmados con total rotundidad, adquieren un carácter totémico y una impresionante expresividad, utilizando de una forma muy personal la luz. Es una época de exposiciones en Glasgow, Madrid, Argentina, México y otros países de Latinoamérica.
Esta inercia estética tiene continuidad en los primeros años del milenio, contándose los cinco primeros entre los más prolíficos de su producción. Especialmente significativa fue la exposición que celebrara en la Galería Leandro Navarro de Madrid en 2004.
Se interesa entonces por la obra del pintor flamenco barroco Cornelis Norbertus Gijsbrechts, especializada en el género del trampantojo, siendo especialmente célebres las representaciones del revés de lienzos y marcos. Fernando Rodrigo quedaría fascinado por el universo de este pintor, recreando sus preocupaciones conceptuales desde una perspectiva del siglo XXI en una decena de obras.
Esta serie daría paso a unas piezas profundamente minimalistas que abrazan un constructivismo formal, sólo atemperado por esa permanente ansia de contar historias a través de una obra pictórica. Comenzó con la serie “Poliedros” que expondría en la Galería Nolde en 2005, continuando con un grupo de pequeñas imágenes inspiradas en el mundo de las piedras, aunque de una gran estilización. Estas piezas encierran variaciones de ese mundo mineral que muchos de sus amigos conservan como talismanes, prodigiosas pinturas cargadas de magia; su “Última obra” está inmersa en este mundo.
Con el comisariado de Javier Mazorra, la muestra reúne más de medio centenar de piezas, procedentes en su mayoría de coleccionistas privados, aunque algunas han sido prestadas desde instituciones como la Fundación Lorenzana o el Ayuntamiento de Alcalá de Henares. La exposición podrá visitarse en las Salas del Palacio del Torreón de Lozoya hasta el próximo 31 de agosto.