“La mayor crisis del español reside en la poca conciencia que la sociedad española tiene sobre su valor”. Es la opinión del periodista Iñaki Gabilondo (San Sebastián, 1942) para quien los idiomas son “seres vivos” en constante modernización, y más en el caso de una lengua con cerca de 530 millones de hablantes. El jueves recibirá el XVIII Premio Nacional Miguel Delibes, que otorga la Asociación de la Prensa de Valladolid (APV), por el programa ‘La lengua que nos une’, emitido en las emisoras de Prisa Radio en octubre de 2013, durante la celebración del Congreso Internacional de la Lengua Española en Panamá. Este defensor a ultranza de la palabra, para quien “sin periodismo no hay democracia”, considera que la sociedad reprocha a los partidos políticos y a los medios de comunicación que se han alejado de la gente, y lamenta que todo lo que se construyó con la Transición – la Monarquía, clase política, el Parlamento, el Estado de las Autonomías, la Constitución, los medios de comunicación, los sindicatos, etc. – esté “en un punto de fatiga”, que haya “doblado la rodilla a la vez”.
¿Cuál es el presente y futuro del español como lengua?
La lengua es nuestro primer tesoro, de incalculable valor, aunque no estoy seguro de que seamos muy conscientes de ello en España. Su potencia cultural, social, política, psicológica y económica es gigantesca, con unas capacidades que podrían desarrollarse más. Todo esto se observa mucho más cuando al español se lo ve desde la perspectiva universal, no sólo en España, sino en América Latina y en todo el mundo. Ahí se ve que el momento actual es esplendoroso con un futuro extraordinario. Ahora mismo, deberíamos estar mucho más orgullosos de la lengua de lo que lo estamos. Lamento mucho que determinadas circunstancias políticas dan que sea en España donde más rincones de reserva encontremos con la lengua, que es un poder en crecimiento y tiene una riqueza maravillosa que está creciendo mucho en todo el mundo.
¿Cómo le afecta la crisis?
No creo que le esté afectando mucho a escala mundial, porque la crisis se vive de manera bastante diferente en unos sitios u otros. Pero algo se está acusando. Por ejemplo, el Instituto Cervantes está desesperado porque apenas tiene manera de nutrir material y libros a todas sus secciones en el mundo. En España es una pena. Pero la mayor crisis del español es la poca conciencia que la sociedad española tiene sobre su valor. Creo que no se acuerdan de que es un valor tan grande. La crisis afecta a muchos ángulos del español. Tanto como le beneficiaría la superación de la crisis, le beneficiaría que la ciudadanía tomara una conciencia del idioma que se difunde por todo el mundo. Lo dije haciendo el programa en Panamá: Tenemos que estar tan orgullosos de esta lengua que ha viajado tanto… Si mañana todos los españoles dejaran de hablar español, aún así seguiría siendo la tercera lengua más importante, algo que le hizo mucha gracia a Mario Vargas Llosa. Hemos sido la madre de una criatura que ha adquirido una dimensión sensacional.
Y para que el español se mantenga en esa cumbre, ¿es necesaria una actualización y la incorporación de términos en muchos casos procedentes de otros idiomas?
Los idiomas son seres vivos. No hay que tener mucho miedo de los problemas derivados con otras lenguas. Las academias de las lenguas españolas en España y América Latina han hecho juntos muchas cosas y la lengua española desde el punto de vista técnico y académico está muy bien defendida y no tenemos que tenerle miedo a esas transformaciones de los idiomas. Son seres vivos, no se les puede enjaular o meterles en un laboratorio para que no les dé el aire. Me daría miedo si eso pasara sin que las academias estuvieran activas; pero lo están, aunque hacen lo que pueden tratando de evitar en ocasiones algunos excesos.
¿El lenguaje sintético propiciado por las redes sociales y nuevas tecnologías supone riesgos?
Este nuevo idioma que están inventando las nuevas tecnologías, con un lenguaje sintético que con dos letras se escribe una palabra entera, es una amenaza. No sé el efecto que producirá pasados unos años sobre todos los idiomas. Pero no creo que haya que controlarlo, sino contraponer las posibilidades que tiene el aprendizaje del idioma, el amor por la lectura y la conversación… No vamos a evitar su avance, ni se pondrán policías, pero habría que conseguir que la gente amara los libros, el idioma. Lo malo es que pase este lenguaje sintético por las mentes de gente que no tiene interés por leer, que no le importa nada el idioma y terminar convirtiéndose en su idioma. Esa sí es una amenaza clara.
¿Qué opina del eslogan ‘sin periodismo no hay democracia’?
Eso está fuera de toda duda. Sin periodismo los ciudadanos no pueden tener oportunidad de participar con conocimiento de causa en las situaciones de la vida colectiva que les afectan. La profesión está amenazada por dos ejércitos en combate que son tremendos. Por un lado, la crisis económica, que está tumbando la publicidad y causando verdaderos apuros y, por otro, la transformación del modelo de negocio o de empresa al que las nuevas tecnologías están obligando a los medios de comunicación, sobre todo a los periódicos. Esta crisis ha llevado a un periodo de transformación muy dramático que en algunos casos está condenando a los medios a dedicar casi toda su energía a la supervivencia económica. La acción puramente informativa pasa a ser casi subordinada a la primera gran preocupación.
¿Y la democracia en España?
La democracia está en un estado de agotamiento y es necesario insuflarle nuevo oxígeno. Yo que creo en la Transición porque la vi, la valoro y se hizo un trabajo de gran importancia y de enorme mérito, pero todos los elementos que constituyeron la democracia han llegado todos juntos al mismo punto de agotamiento y a la vez. Es como si se les estuvieran acabando las pilas a la misma hora: la Monarquía, la clase política, el Parlamento, el Estado de las Autonomías, la Constitución, los medios de comunicación, los sindicatos… Parece que todo aquello que fabricó la Transición está ahora en un punto de fatiga y han doblado la rodilla a la vez. La democracia, elemento determinante para nuestra vida, es una herramienta oxidada, pero que es imprescindible. Por ello, hay que tener valentía para afrontar todas las novedades que se tendrán que plantear en todos los ámbitos.
¿Cómo insuflar ese aire nuevo?
Para insuflar ese aire hay que tomar la decisión, como se tomó la de hacer una Constitución. Parecía una cosa imposible y todos se sentaron juntos. Es como si viéramos ahora a Aznar y Otegi juntos en una misma mesa. Hacer un gran esfuerzo colectivo por darle un ‘shock’ de modernización a España. Sería necesario que las fuerzas políticas estuvieran convencidas e hicieran un gran acuerdo de aceleración para transformar sus reglas y modernizar instituciones y reflexionar sobre el Estado de las Autonomías. No creo que salgamos de ésta mejorando una centésima y mañana otra. Hay que hacer una tarea un poco compartida y no mirar cada uno su esquina, porque España tiene problemas de cimientos que necesitan ser apuntalados. Yo soy optimista y creo que ocurrirá y nunca se saben los elementos desencadenantes. A lo mejor un partido cambia y el siguiente le sigue. O de repente se produce un cambio en la Jefatura del Estado y de ahí comienza una nueva etapa. Yo no lo sé ni haré recomendaciones, pero percibo el agotamiento del modelo, pero no porque ya no valga, sino por que los que lo hicieron han llegado a la playa y han inclinado la rodilla.
Según el CIS, el periodismo es una de las profesiones peor valoradas junto a la política. ¿Cuál es el camino para que recuperen la confianza?
El camino está rumbo al hombre. La sociedad reprocha a los partidos políticos y a los medios de comunicación que se han alejado de la gente y que se han metido en un particular lío suyo en su quinto pino.
¿Y por dónde pasa el futuro de la profesión cuando cualquiera con un teléfono móvil puede llegar al ciudadano?
Hubo un tiempo en el cual se creyó que como cualquiera puede ofrecer información ya no iba a hacer falta el periodismo, pero duró poco. Hace un par de años que eso se olvidó porque se descubrió que, precisamente por la inmensa cantidad y tromba de información que ahora llega, se va a necesitar más que nunca la actividad profesional y que puede marcar los territorios de lo solvente. Me gusta mucho la frase que dice que en las inundaciones lo primero que escasea es el agua potable, y en las inundaciones informativas, la escasez que se va a percibir cada vez es la de información fiable, es decir, el agua potable. Y la gente la va a reclamar y a buscar al que se la dé y al que le conceda fiabilidad. Para ello necesitará saber quién es esa persona, porque eso de que la información puede llegar desde cualquier sitio y que eso significa modernidad, no es así. Si al pollo que comes le pides saber dónde se ha criado, qué ha comido y su estado sanitario, no tiene sentido que a lo que afecta al conocimiento no se le pida también su trazabilidad para otorgar confianza. Pueden cambiar las empresas, pero la sociedad reclamará las referencias de periodismo fiable en defensa propia.
¿Y esta tromba de información a través de redes sociales desvirtúa la profesión?
Estamos viviendo un momento de gran cambio. Ahora casi no se puede ni hablar porque estamos en el centro de una inmensa turbulencia. Hay un mundo que termina y otro que nace y estamos en el medio de ambos. Todo está en efervescencia. Y ya veremos cómo se instala todo en su sitio cuando se remanse esta gigantesca sopa entre redes sociales y medios de comunicación. Cuando pasen unos años todo esto tendrá una respuesta clara.
¿Cómo analiza la relevancia de los medios digitales y la rapidez con la que ahora se trabaja y se difunde la información?
Esto le ha dado un golpe muy serio al periodismo, sobre todo al escrito, porque la radio siempre ha vivido de la difusión permanente. Ha afectado al viejo mecanismo de una cita que tengo contigo por la mañana en los quioscos y con cosas que elaboré hace nueve horas. Eso ahora queda muy desbordado por este juego de velocidad en un sólo ‘clic’. Es una realidad transformadora. De ese periodismo digital hay como en el otro: cosas buenas, malas y horribles. No estoy de acuerdo en que lo digital es el periodismo cochambroso.
Y en este sentido, ¿queda algo desdibujado el papel de la radio al competir a través de internet con otros medios que ahora también son inmediatos?
Al contrario, porque la radio también interviene en plataformas digitales. Vive en ese territorio. Está jugando el partido en casa, en su mundo, aunque con un rival muy peligroso y temible. En la radio siempre hubo participación y seguimiento constante de las cosas. La radio puede estar afectada, pero no tanto como la prensa, porque nosotros no hemos tenido que cambiar de idioma y el periódico tiene que aprenderlo. Estamos apreciando que cada vez somos más oídos en los aparatos digitales.
¿Se impone el espectáculo al rigor al elaborar una información, incluso a la hora de ponerlo en antena?
Está relacionado con la cultura del espectáculo en la que vivimos y en la angustia financiera. Por ello, se buscan los caminos más cortos para llegar directamente a la atención. El entretenimiento y búsqueda de noticias de color se ha impuesto con claridad. Cuando yo estaba en televisión me hacía gracia que en el momento que venían las distribuciones de agencias internacionales, si había alguna noticia de un gatito que se había quedado colgado de una rama y los bomberos de Massachusetts lo habían salvado con una escalera, pues ya sabía que eso saldría en todos los telediarios del mundo. El entretenimiento está, sencillamente, sustituyendo a la información. Es así.
¿Nos lleva la actualidad a un periodismo de trincheras y a un periodismo ideológico que a veces tiene que ver menos con la realidad y más las opiniones de esa realidad?
Puede que sí. En España la proporción opinión-información está elaborada de una manera patológica. Hay mucha menos información que opinión porque la información es más cara y más difícil de elaborar, no es por otra cosa Y luego hay mala, mediana y gran opinión y gente que tiene opinión según que información haya. El juego del ‘trincherismo’ forma parte también del espectáculo televisivo, donde la bronca parece que viene bien.