Ayer, 28 de noviembre, se celebró el Día de la Dermatitis Atópica, una enfermedad inflamatoria de la piel cuya prevalencia se ha triplicado en las tres últimas décadas en los países industrializados afectando hasta al 30% de los menores y al 10% de los adultos. En la actualidad, en España, de cada 10 niños que nacen, entre dos y tres desarrollan esta enfermedad, en cuyo origen según las últimas investigaciones científicas influiría una alteración en la estructura de la piel y por tanto en su función protectora, que provocaría que el menor no esté protegido frente a agentes externos.
“La dermatitis atópica se está haciendo famosa, no por las campañas de sensibilización sino por su gran prevalencia”, afirma la presidenta de la Asociación de Pacientes y Familiares con Dermatitis Atópica (ADEA), Mercedes G. Labrador. “Por simple estadística, hoy por hoy, es muy poco probable que en una clase no haya ningún niño con esta enfermedad. Desde ADEA queremos quitar el miedo a los padres, resolverles sus dudas y tranquilizarles sobre esta enfermedad benigna pero altamente molesta y sobre la que, hasta día de hoy, no hay cura”.
Los síntomas de la dermatitis atópica se presentan en brotes, combinando épocas de mejoría con épocas de crisis. La duración en los menores de cada brote ronda los 18 días y suelen tener de media cinco brotes al año. Estos periodos de crisis producen en los menores una alteración del sueño, provocando que no puedan descansar y generándoles irritación y ansiedad ante su situación.
El manejo adecuado de la enfermedad comienza por evitar los desencadenantes de la enfermedad más una higiene e hidratación diaria de la piel mediante la aplicación una o varias veces al día de una crema emoliente (hidratante). Para el tratamiento de los brotes se utilizan antiinflamatorios tópicos. En los casos graves, también se emplean la luz ultravioleta y los inmunosupresores por vía oral. Además, existen tratamientos para controlar a largo plazo la enfermedad, reduciendo significativamente el número de brotes, retrasando su aparición y acortando la duración de los mismos, gracias a mantener controlada la inflamación subclínica que persiste más allá de la desaparición de las lesiones.