No es Paloma, es La Paloma, es una institución, una sonrisa constante y el reflejo del trabajo. Hoy no es solo el último día de un negocio. Es el cierre de una etapa que ha estado presente en la vida de San Cristóbal durante más de 35 años. Y también es el comienzo de otra nueva, para Paloma, para su familia y para la nueva familia que, el próximo 12 de enero, volverá a subir la persiana del estanco del municipio.
San Cristóbal se despide de La Paloma, de un negocio familiar que siempre tuvo la puerta abierta. De la mujer que, durante décadas, ha tratado a cada vecino como algo más que un cliente, como parte de su día a día. Hoy la familia Plaza Moreno, y de manera muy especial, Paloma, baja la persiana de un negocio histórico. Un comercio que no solo ha resistido al paso del tiempo, sino que ha sido parte de la historia, que ha hecho Historia.
Todo comenzó el 13 de noviembre de 1989, cuando Paloma abrió una pequeña tienda en la Plaza Mayor sin imaginar que estaba poniendo en marcha algo mucho más grande que un proyecto laboral. Lo que nació como una forma de crear su propio puesto de trabajo se transformó, con los años, en una red de apoyo, una institución cotidiana y un lugar imprescindible en la vida de San Cristóbal.
En aquellos primeros años, cuando el pueblo era todavía pequeño y muchas necesidades obligaban a desplazarse hasta Segovia, su tienda fue una auténtica novedad. Allí se encontraba de todo: pijamas, calzado, papelería, maquillaje, adornos, regalos, utensilios de hogar… Todo lo necesario para no tener que “bajar a la ciudad”. Dos años después llegarían la lotería y el estanco, ampliando un servicio que siempre tuvo el mismo objetivo: estar donde hacía falta.
Paloma supo leer las necesidades sociales del pueblo y adaptarse a ellas. En 1995, el negocio se trasladó a la carretera principal, desde donde continuó creciendo y diversificándose: droguería, lotería, productos para animales, alimentación y, en la última década, panadería, estanco y administración de lotería. Más que una tienda, se consolidó como un punto de encuentro diario.
Ese mostrador fue también el sustento de una familia. Una historia de constancia, de horarios interminables, de no cerrar ningún día de la semana. De estar siempre. Una de esas historias que no suelen ocupar titulares, pero que sostienen pueblos enteros.
Hubo momentos inolvidables, como cuando en el año 2000 la tienda repartió el Gordo de la Lotería de Navidad, seguido de otros premios importantes. Pero más allá de la suerte, lo que permanece es una manera de hacer las cosas basada en el cuidado, la calidad y, sobre todo, la calidez.
En los últimos años, su hija Irene compartió la responsabilidad al frente del negocio, manteniendo intacto el espíritu con el que Paloma empezó: cercanía, servicio y humanidad.
Hoy ambas bajan la persiana de un establecimiento que no se apaga. Que seguirá vivo en otras manos, en otra familia, y que continuará dando servicio a San Cristóbal.
Porque algunas historias no terminan: simplemente cambian de capítulo.
¡Gracias, Paloma!









