Aquellos que se acercaron al Teatro Juan Bravo para presenciar ‘La Gramática’, pudieron presenciar una especie de combate teatral entre la belleza de la lengua española y el maltrato al que la somete a diario la sociedad.
A través de la interpretación de María Adánez y José Troncoso, las líneas escritas por Ernesto Ballesteros cobraron vida y dieron forma a un universo de sarcasmo ante anacolutos, anglicismos, dequeísmos, ‘haberes’ en plural, neologismos, leísmos o laísmos comunes.
El autor y director de la obra fue el principal ausente ante el público cuando llegó el momento de los aplausos; y es que, tan complicado pareció interpretar al sujeto femenino por parte de Adánez, como complejo de escribir resultó el texto de Ballesteros.
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Como las mejores obras, ‘La gramática’ consiguió su propósito: entretener y hacer reflexionar a los espectadores, que salieron del auditorio deseando echar el freno al lenguaje.
‘La Gramática’, en clave de comedia
“Es una obra que tiene un toque de parábola distópica y una buena dosis de comedia ácida sobre los límites del lenguaje”, explicó Ernesto Caballero. Al contrario de lo que hiciera Bernard Shaw en ‘Pigmalión’, transformando a la florista Eliza Doolitle en una persona refinada verbalmente, lleva al personaje de María Adánez a realizar el viaje contrario: de la excelencia lingüística a un estado original de limitación expresiva.
La obra parte de la conversión, de la noche a la mañana, de una mujer convencional en una consumada erudita de la lengua y la gramática. Algo que, a priori podría parecer maravilloso, pero que, en realidad, se convierte en un trastorno para su vida, sus relaciones personales y sus horizontes profesionales.
Para devolverla a su estado inicial y, con ello evitarle las situaciones de inadaptación social originadas tras su inapropiado accidente, un reputado neurocientífico se propone someterla a un intensivo proceso de desprogramación lingüística.