El mundo está dividido en dos grupos de personas. Los zurdos y los diestros, los que prefieren el Bonnie o el Tigretón, los que se quedan con With or without you o los que eligen One, los que se lavan las manos antes o después de orinar, los Capuleto y los Montesco. Y, como decía Woody Allen, los que tienen el coraje para lanzarse a un río helado para salvar a una persona y los que no.
Escuchando al presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, un tipo que se levanta pedestales en cada uno de sus discursos, no nos cabe duda que él corresponde al grupo de los valientes. Cada uno de sus gestos los considera llenos de ambición, a pesar de que la mayoría en Brusela considera que es el canario en la jaula de los países, y cada uno de los acuerdos que cierra los ve como un “gran éxito”, a pesar de que sean un nuevo Pacto de Munich. El último de sus milagros por el que buscó subir a los altares fue la claudicación, junto con el resto de los líderes europeos, a los caprichos del presidente checo, Vaclav Klaus, que consiguió unas garantías sin base jurídica ni respaldo moral
Puede que Barroso piense que la valentía es mezclar la ropa blanca y la de color en la lavadora. Porque si el hábito no hace al monje, no es suficiente con llevar antifaz para ser un superhéroe. Y aunque el portugués quiera ponerse la capa para volar como supermán, él está más cerca de Robin, que todavía busca sus poderes.
El presidente de la Comisión no es un avis raris en la fauna comunitaria, en la que la fascinación por un político que realmente despierte admiración es tan rara como un ataque de castidad en una bacanal romana. Secretarios generales, como el de los conservadores, protestan por sus dificultades para llegar a final de mes, “porque me quedan solo más de 4.000 euros” (sin añadidos y dietas, no se piensen…), pero ponen los ojos en blanco intentando recordar resoluciones de la Eurocámara. Los eurodiputados, nacionales y extranjeros, echan miradas de ayuda a sus asistentes cuando tienen que responder a preguntas sobre los temas que supuestamente dominan, aunque sí son maestros en el coqueteo adolescente por sms con las ayudantes de sus delegaciones. Los comisarios se ven corregidos por sus portavoces más de una vez en público. Y lucimos en España secretarios de Estado que tensan el cuello y buscan su lado creativo del cerebro cada vez que saltan a la arena, alargando tanto la palabrería que añade nuevas palabras al diccionario.
Hay días que uno puede pensar que con los políticos pasa como con el chiste que cerraba Annie Hall, y que a pesar de todos sus delitos y faltas “necesitamos los huevos”. Sin embargo, cuando los representantes son peores que los representados esta madre de todas las excusas ya no resulta suficiente. Menos mal que, en momentos de desamparo intelectual, siempre queda el refugio de los clásicos. Y ahí tenemos al nuestro, Aznar, que ayer dejó claro que los suyos, y todos, necesitamos “un partido, un proyecto y un lider”. ¿Les suena? Les daré una pista: “Ein Volk, Ein Reich, Ein Fuhrer”.