El bonito paisaje a los pies del Parque Natural de las Hoces del Río Duratón, con un horizonte cubierto de blanco por la nieve, da idea de las bajas temperaturas de un día cualquiera de invierno en la provincia de Segovia. Un escenario de sobra conocido en estas fechas en una tierra como Castilla y León.
En Valdesimonte, una pedanía perteneciente a Cantalejo (Segovia), el termómetro del coche marca un grado centígrado en el exterior. Pese a ser mediodía, el número parpadea y anuncia que la temperatura va a cambiar. Lo hace y es a la baja, hasta alcanzar los 0 grados. El cielo cubre de nubes el pequeño pueblo de menos de 40 habitantes. Apenas queda rastro de la nevada de la noche por las lluvias de la mañana, pero el frío persiste.
Todo es paz y tranquilidad en Valdesimonte, donde vive Juan José Loredo Camblor que espera a la puerta de su casa en mangas de camisa, eso sí, de pana gruesa. El humo que sale de la chimenea de su hogar indica que allí se quema leña. En el salón arde un tronco de roble y unos palos de chopo. No son suficientes para combatir las frías temperaturas del exterior, pese a que lleva encendida tres horas. Juan José no entiende de pobreza energética, ese término que define la incapacidad de un hogar de satisfacer una cantidad mínima de servicios de la energía para sus necesidades básicas, como mantener su casa en condiciones de climatización adecuadas para la salud.
Frente a la temperatura recomendable para invierno, entre 18 y 20 grados, este asturiano afincado en la pedanía segoviana junto a su pareja Carmen, se las ingenia para “sobrevivir” y tener su salón a 11 grados. Junto a la leña que obtiene de los montes aledaños, gracias a los permisos y la colaboración de los vecinos, la casa cuenta, normalmente, con dos bombonas de butano. Una, para cocinar, y otra que está en una estufa en el dormitorio, donde pasa muchas horas Carmen que está en fase de recuperación tras una complicada operación cardíaca.
A plena luz del día, lo que más sorprende en la humilde morada de alquiler de Juan José es la baja temperatura pero la situación se agrava cuando anochece. No en vano, la sorpresa es mayúscula cuando relata, con aparente normalidad, que lleva sin electricidad desde julio. Tal cual. En pleno siglo XXI y aquí, en Castilla y León.
Choca que una persona pueda llegar a vivir en estas condiciones cuando no se trata de alguien perteneciente a una familia desestructurada. Loredo procede de una familia de peluqueros de Oviedo, un sector que mamó de pequeño y que continuó por su cuenta. Llegó a montar dos escuelas de peluquería y estética en Madrid, durante los años 80, además de salones de belleza y tiendas de cosmética. Pero un problema alérgico en la piel, causado por los productos cosméticos, le obligó en 2004 a olvidarse de una de sus pasiones.
Fue, entonces, cuando su vida profesional dio un giro. Se trasladó a la sierra de Madrid y montó una sidrería en Miraflores, “como buen asturiano”. Pero la aventura duró poco porque le detectaron una enfermedad del corazón a Carmen, lo que obligó a abandonar el negocio de hostelería. “Había que elegir entre el restaurante y la salud de ella. No lo dudé y buscamos un pueblo que estuviera cerca de donde viven los padres de ella y de Madrid para sus revisiones médicas”, explica.
Precisamente, fue a la vuelta del hospital en julio cuando se encontró su casa sin electricidad, después de tres meses en que no había pagado los recibos. La deuda actual es de 135 euros, que espera saldar en los próximos días pero el principal problema estriba, según él, en las trabas que está encontrando con la compañía eléctrica que le obliga a poner una instalación nueva y a pagar un nuevo enganche. “Me duele que estas empresas, con beneficios millonarios, sean tan insolidarias y no atiendan a razones ni tengan en cuentan las dificultades que atraviesan las personas”, lamenta.
Pero tampoco entiende cómo el partido en el Gobierno tumbara a finales de 2013 una proposición de ley en el Congreso para evitar que las eléctricas cortaran el suministro a las familias sin recursos por no pagar la factura, al menos en los meses de frío. Todo, en un escenario en que el precio de la electricidad ha sufrido un encarecimiento superior al 30 por ciento en los últimos tres años y con la última subida, el viernes, de la parte fija del recibo de la luz.
Ante este panorama, trata de mantener ‘templado’ su hogar con 2 o 3 bombonas al mes, puesto que la estufa de butano “consume mucho”. No cuenta con ingresos y ya lleva tres años en paro. A duras penas consigue calor pese a sus esfuerzos por contar con leña. “Voy al monte con la motosierra que me dejan, un hacha y una sierra de arco. Parezco un Robin Hood”, bromea.
Es su segundo invierno en Valdesimonte y tiene la sensación de pasar más frío que el pasado. No es de extrañar porque se enfrenta a la convalecencia de su pareja y la temperatura en casa es muy baja. El anterior invierno hizo funcionar la caldera de gasoil pero éste es imposible por no tener dinero.
“Toda mi vida emprendiendo y luchando como un cabrón para que luego te lleve a situaciones insospechadas porque creía que nunca me iba a tocar y me tocó”, afirma cabizbajo. Tanto que, ante una situación de necesidad, no ha dudado en solicitar ayuda. En septiembre, Juan José acudió al CEAS de Cantalejo y a Cruz Roja. “A mí el orgullo no me preocupa cuando hay problemas”, aunque reconoce que dar ese paso no fue fácil. Es consciente que es una víctima más de la crisis económica.
Una víctima del frío y de la pobreza energética. “¿Cómo voy a poner la calefacción si apenas tengo para comer?”, se pregunta, al tiempo que declara que ha recibido varios vales del CEAS, Cáritas y de Cruz Roja para comprar alimentos y dos bombonas. Además, debe alguna mensualidad a los caseros, a los que agradece su comprensión. El frío lo combate con esa chimenea minúscula y las numerosas mantas que hay en el salón, pero las ventanas no aíslan lo suficiente para conservar el calor. Hasta que vuelva a tener luz, el flexo, el frigorífico y la televisión estarán sin uso.
Cuando anochece y no hay luz natural, hace uso de alguna vela y de las linternas de dinamo. A la fuerza, se acuesta pronto, sobre las 9 de la noche. El transistor funciona a pilas que recarga cuando acude al Ayuntamiento o en la casa de algún vecino, al igual que la batería del móvil. “Solo tengo palabras de agradecimiento por las muestras de apoyo y ayuda que recibo de los habitantes del pueblo, pese a no tener ninguna raíz aquí”, asegura. Será la solidaridad de la que tanto se habla con la crisis.
Pero, durante la conversación con Juan José, que se prolonga durante hora y media, no hay mucho tiempo para el desánimo y trata de ver el lado positivo de las cosas. Hasta que llegue en un año su jubilación, que le permitirá recibir una pensión mínima, busca trabajo, “en lo que sea”, aunque recientemente ha realizado cursos sobre energías renovables y eficiencia.
Se hace difícil que ante las penurias que padece este hombre, pueda pensar en otros. Y lo hace, casi constantemente, sobre todo, cuando habla de las familias con niños y personas mayores que deben afrontar un invierno con las temperaturas que tiene en su casa. “Yo soy un adulto, que me valgo por mí mismo, y gozo de buena salud para cortar leña pero ….y los otros.”, sentencia.
Juan José no es de los que se sienta a esperar. Está dándole de vueltas a un proyecto para colgar en la plataforma de cambio social ‘Change.org’ su propuesta energética. Lo explica con una sencilla pregunta: “¿Por qué no puede existir un movimiento de ayuda energética al igual que hay asociaciones que dan alimentos a las personas con dificultades?”. De ahí que se solicite la creación de un banco de ayuda energética, que evite los cortes de luz en hogares de familias con deudas o en riesgo de exclusión social o que las empresas hagan sus aportaciones para pagar facturas.