“En la visión que el viajero se forma de Segovia, rebullen en caos magnífico todos los monumentos de la ciudad. La mente se llena de palacios, capillas, arcos, capiteles, rejas, ventanas, torres, retablos… La imaginación, deslumbrada, en horas de recuerdo va de una maravilla a otra. No podemos poner pronto orden y sosiego en la admiración”. Azorín
Un alto Acueducto romano que cruza las viejas calles medievales, un Alcázar que recuerda a los castillos centroeuropeos, iglesias románicas de atractivo espiritual, la ubicación entre el verdor de la sierra y la parda llanura. Todo en la ciudad castellana es peculiar e inconfundible.
El 6 de diciembre de 1985, en París, la UNESCO incluyó a la antigua ciudad de Segovia y su acueducto romano en el listado de Ciudades Patrimonio por la belleza de su enclave, de su entorno, de sus edificios, arboledas y calles. Sin embargo, la ciudad va más allá de lo físico, pues el elemento humano, el que la ha creado y que ha sido parte de ella, no se ve y, sin embargo, es la esencia misma de la ciudad. Segovia es así porque desde ella Alfonso X estudiaba el firmamento, porque Quevedo se inspiró en sus espacios y sus gentes para escribir el Buscón don Pablos, porque en esta ciudad fue proclamada Reina de Castilla Isabel I, la Católica, y porque aquí se guarda el primer libro impreso en España, “el Sinodal de Aguilafuente”.
A Segovia la han hecho los místicos Juan de la Cruz y Teresa de Jesús, y los valientes guerreros Juan Bravo, el Comunero, o Día Sanz y Fernán García conquistadores de Madrid a los moros. Pero también a Segovia la han dado forma y sentido la palabra de María Zambrano, los paseos, tertulias y clases de Antonio Machado en el Instituto, Gómez de la Serna desvelando “El secreto del Acueducto” y Louis Proust investigando en el Real Laboratorio de Química a la sombra del Alcázar.
La ciudad fue próspera por su comercio internacional de lana y su potente industria textil, que procuró durante siglos un bienestar a los segovianos, que se refleja en la arquitectura de la ciudad y, sobre todo, en los Archivos que celosamente guardan el pasado escrito.
Las calles y las plazas de la ciudad se convierten varias veces al año en escenario de actividades artísticas. Durante la Semana Santa, el interior de los templos ofrece a los melómanos la ocasión de disfrutar de los conciertos de la Semana de Música Sacra y en primavera, Titirimundi llena los espacios de títeres y marionetas ávidos de contar historias imposibles, llenas de magia e imaginación. También, patios de palacios, fachadas notables y rincones incomparables sirven de escenario a las numerosas jornadas de MUSEG Festival Musical de Segovia, entre una infinidad de citas culturales.
El día de su declaración, el entonces alcalde, Miguel Ángel Trapero, presenció en la sede de la Unesco en París la concesión de ese título, una declaración obtenida por unanimidad, para la que se había realizado un intenso trabajo previo. Segovia se convertía en la séptima ciudad en conseguir el título.
La delimitación correspondía con el Acueducto, Monumento Histórico-Artístico desde 1884, el área incluida en la declaración de Segovia como Monumento Histórico-Artístico concedido por el Gobierno de España en 1941 y los valles del Eresma y del Clamores declarados Sitios Pintorescos en 1946.
La incorporación del Acueducto y la ciudad vieja en ese listado supuso una manera diferente de entender, de cuidar y de promocionar a Segovia. Su conservación conlleva obligaciones que marcan día a día las decisiones que se toman, con responsabilidad y compromiso. No en vano, en el título se puede leer que “la inscripción en esta lista confirma el valor universal excepcional de un sitio cultural o natural que debe ser protegido para el beneficio de la humanidad”.