Lejos de la apariencia que dicta los tiempos con firmeza velada. Fuera de tendencias, de entretenimientos vacíos y pasatiempos estériles. Donde pocos desean acabar por temor a lo inhóspito. Por miedo, entre tantas otras cosas, al trabajo duro. Al despertador a las cinco de la mañana. Es esa mayoría que juzga el campo como algo anacrónico, pasado de moda, que no pertenece a sus días. Pero el futuro, casi siempre, se labra teniendo muy presente lo añejo. Y sobre superar prejuicios y sobreponerse al pasado, pocos saben más que los jóvenes de la Casa Escuela Santiago Uno.

Tras medio siglo de actividad a su espalda, el centro creó junto a la Asociación Puentevida una fundación que hace poco más de un año llamó Mil Caminos. Su actividad se centra en la protección de menores sobre los que pesan medidas judiciales o que preceden de entornos de abuso. En total, la fundación acoge aproximadamente a 150 jóvenes en distintas casas de Salamanca. Además, y en comunión con la hermanada Nuevos Horizontes de Marruecos, creó en el cercano municipio de Gomecello una cooperativa llamada Puente San que gestiona medio millar de ovejas y elabora 10.000 kilos de queso al año.

El director de la Casa Escuela Santiago Uno, Jesús Garrote, es quien coordina este proyecto con el objetivo último de que los jóvenes que allí residen puedan procurarse un oficio y huir de la exclusión social que les acecha, habida cuenta, además, de que si la cosa no funciona, su destino es el Centro de Menores Zambrana, en Valladolid, donde sí tendrían restringida su libertad. La cooperativa, que es legado de la encomiable labor del padre Antonio Romo tras tres décadas recogiendo inmigrantes en Puente Ladrillo, supone una nueva oportunidad, y tal vez la última. El relevo generacional ha llegado de la mano de Garrote y su equipo.

Educación alternativa

Los educadores de Santiago Uno trabajan con un método basado en la pedagogía compensatoria, “La mayoría de la gente que procede de servicios sociales, o de protección, o que son infractores, en la escuela actual no funcionan porque, según está montada, intentan meter a todos por el mismo embudo. Podemos hablar de inteligencias múltiples o de atención a la diversidad, pero eso de realidad tiene cero. No funciona. Son adaptaciones curriculares falsas, que para los nuestros no valen. Y no porque sean ‘tontos’, porque algunos tienen un cociente intelectual por encima de la media. Por eso aplicamos una pedagogía distinta que, nosotros pensamos, que tiene que estar relacionada con la formación profesional”, resume Garrote.

Además, pone de relieve una especie de paradoja del sistema educativo reglado, según la cual, los estudiantes tienen que estar matriculados en centros escolares hasta los 16 años, pero los expulsan antes. “Si los echan con 15 años, los tenemos un tiempo en lo que llamamos la cata de oficios». Un aula con chicos expulsados del colegio en la que buscan su vocación. “Unos días hacen percusión, otros peluquería, cine, hasta más de 20 perfiles”, enumera. La idea, según comenta, es que «cuando acaben con nosotros puedan irse a una empresa externa porque el objetivo es que se integren en la sociedad”.

Sin embargo, el director de Santiago Uno tiene que lidiar con que cada vez echan antes a los niños del colegio. “Es una tragedia. No los vamos a tener seis años haciendo la cata de oficios. Para mí, un profesor tiene la obligación de motivar a los chavales para que estudien hasta cierta edad. Pero llega un punto en que no los aguantan. Y en las familias ocurre igual. Tolerancia a la frustración, los nuestros tendrán poca, pero los profesores tienen cero”, denuncia Garrote, reconociendo ser “muy crítico con esto”.

Por contra, en Santiago Uno los jóvenes tienen a su disposición un itinerario completo de formación profesional básica con actividades de cocina, servicios, mecánica, soldadura y jardinería. Además de dos grados medios, de jardinería y gestión forestal, y dos ciclos superiores, de gestión forestal e integración social. “Esto es un proyecto ecosocial que culmina con chavales que acaban siendo técnicos superiores, y a veces nosotros mismos nos nutrimos de que algunos de ellos, cuando ya tienen la titulación, acaban siendo educadores nuestros tras completar todo ese recorrido. Es bonito”, cree.

Garrote, a su vez, también advierte el grave problema de paro juvenil, que en España alcanza el 40 por ciento, y que supone una losa irrenunciable para “chavales de 18 años, extutelados, sin familia detrás”. A lo que suma “las ayudas a cambio de nada”, porque “no puede ser que cobre más alguien sin trabajar que los que están aquí se pastor o de quesero”. Mientras, en la cooperativa Puente San invierten fondos europeos en contratar a jóvenes para pastorear, sembrar en las huertas o vender en el mercado de San Bernardo. Y todo, “buscando recuperar oficios perdidos y devolver a la gente al campo”.

La escuela de pastores

El dinero de las subvenciones, además del que genera la cooperativa con el reto de producir 10.000 quesos al año, apenas llega para formalizar dos contratos. Y eso, contando con que la nave, las plazas solares que alimentan la instalación, o el tractor con el que labran, han sido donados. “Si regalándolo no te salen los números, imagínate haciéndolo tú solo. Por eso somos empresas tuteladas, pero con gente que trabaja en un oficio productivo y real y que cobra por ello”, relata el director.

La cooperación también sirve como escuela a 15 chavales que están aprendiendo el oficio del pastoreo. Chicos como Mohamed y Patrick, que están “muy contentos” de tener una dedicación y, a pesar de su timidez, reconocen a Ical que sí se ven en el futuro llevando un rebaño. Viven en una casa de acogida para gente sin techo en el barrio de Chamberí. Y Jesús Garrote defiende con pasión su derecho a demostrar sus capacidades. “La ley de arraigo es una vergüenza. No permiten trabajar a los inmigrantes durante tres años. ¿Y cómo viven?. Y que no hablen de efecto llamada porque van a venir de todas formas mientras no se solucionen los problemas en origen”, afirma.

Combate sin tapujos los clichés. “¿Que quitan trabajo?.  Si estamos en una pandemia con tres millones de parados y no encuentran 100.000 personas para recoger la fruta. El problema no son los inmigrantes. La gente que viene, a menudo, tiene mejores capacidades que los que estamos aquí acomodados. Y aquí no hacemos caridad. Ellos pueden haber tenido una vida dura y haber recibido abusos, pero ahora tienen que convertirlo en resiliencia y tirar hacia adelante”, advierte.

Además de la escuela de pastores, la Fundación Mil Caminos coordina dos proyectos de cooperación al desarrollo. En Marruecos, donde cada año recuperan una escuela y fabrican una casa para gente pobre, y en la ciudad paraguaya de Capiatá, donde movilizan contenedores de ropa donada por salmantinos, que están valorados en 11.000 euros cada uno, y sirven para dar de comer a miles de niños, además de para trabajar durante medio año en formaciones de costura. Sin olvidar una ‘escuela viajera’, con dos furgonetas litera, que ahora está parada por la pandemia y, por supuesto, la gestión del ropero de Salamanca.

Una labor, la de la Fundación Mil Caminos, que tendrá su punto álgido este mes de mayo con la celebración de un congreso internacional de pastoreo e inclusión social. Tendrá lugar entre el 14 y el 16 de mayo con ponencias y actividades en el Palacio de Congresos y Exposiciones, la Hospedería Fonseca y la propia cooperativa en Gomecello. Tras una jornada y media con ponencias y charlas en Salamanca, los participantes se trasladarán al cercano municipio para disfrutar, entre otras actividades, de una ponencia a cargo del reconocido comunicador Manuel Campo Vidal, así como de una estimulante noche al estilo pastor con música en directo y eventos lúdicos.

Ndong, presidente  

La cooperativa Puente San está presidida por Eduardo Ndong, ingeniero agrícola de origen guineano que llegó a España becado por los Padres Escolapios tras completar el bachillerato en su país. Con evidente agradecimiento, Ndong destaca la labor de los misioneros en África “porque allí donde han estado se han asegurado de que haya educación a su estilo, y algo de sanidad”. Su relato desemboca en la Casa Escuela Santiago Uno. “Se me dio la opción de vivir ahí y acepté. Muchos pueden pensar que es complicado, pero para mí fue un acierto. Allí conoces muchas historias que te dan fuerza para lograr los objetivos que quieres conseguir”, reflexiona.

El presidente de la cooperativa aterrizó en Salamanca en 2011 y se licenció en Ingeniería Agrícola por la Universidad de Salamanca cuatro años después. “Me iba a dedicar a investigación e hice un máster en Agrotecnológía, pero me empezó a interesar más el tema de los chicos y sus realidades, porque me parecían más urgentes. Así que hice otro máster en profesorado para poder dar clases y comencé a trabajar en la Lorenzo Milani”, cuenta. Desde hace un año, su labor es “gestionar para que esto funcione correctamente, tanto a nivel técnico, como a nivel burocrático”.

Alejandro, el pastor

Nació en Ucrania y llegó a Ponferrada con seis años después de ser adoptado. En sexto de Primaria, Alejandro Tola aterrizó en Salamanca y, como “no era muy bueno estudiando”, dejó el instituto. Más bien le echaron. Se enroló en una FP de soldadura, pero la falta de acción práctica le desmotivo. Acabó expulsado y, poco después, ingresado en Santiago Uno con 17 años. Allí aprendió a lidiar con su trastorno de apego y a ejecutar actividades organizadas de periodicidad diaria. Un aspecto fundamental para alcanzar cierta estabilidad emocional y operativa.

“Yo he sacado muchas cosas de ahí. La ESO, títulos de poda de olivos, apicultura, ahora en las ovejas”, cuenta Alejandro sobre su experiencia en la Casa Escuela. Y más, teniendo en cuenta su carácter, que no ha dejado de jugarle malas pasadas. “Me pierdo mucho por el camino. Estuve peor un par de años, pero ahora con las ovejas me he vuelto a encontrar”. Ahora sabe llevar un rebaño, esquilar los animales, ordeñarlos o atarlos. Incluso conoce al dedillo los pasos que se deben seguir cuando nace un cordero. Tanto es así que el pastor, muy receloso, le deja al cargo del rebaño cuando es necesario. Alejandro ha encontrado su camino. “Soy muy manitas, me gusta mucho el trabajo físico y estar haciendo cosas”, concluye.

Olivier, maestro quesero

La labor de dirección y de pastoreo de Eduardo y Alejandro se complementa perfectamente con la función de Olivier López. Otro ‘producto’ de Santiago Uno. Guineano de procedencia e ingeniero agrícola de profesión. Bueno, ahora maestro quesero. Y con su toque especial. Tras estudiar en los Escolapios de Guinea Ecuatorial, aterrizó en Salamanca en 2012, un año más tarde que Ndong. “En Santiago Uno hemos estado formándonos y aprendiendo mucho”, comenta contra lo que puedan pensar. Cuando el año pasado el padre Antonio Romo les propuso hacerse cargo de la explotación, aceptaron “sin dudarlo”.

Ahora, Olivier es el encargado de llevar la voz cantante en la elaboración de los quesos y tiene a su cargo a tres jóvenes en riesgo de exclusión social que avanzan a pasos agigantados. “Tengo chicos que se están profesionalizando y ya son lo suficientemente independientes para responder. Son tres chicos, dos de Ghana y uno de Marruecos, que son completamente autónomos. Llevamos un año y confío plenamente en ellos”, dice, mientras reconoce estar “muy satisfecho por seguir descubriendo cosas nuevas”. Desde luego, el resultado del queso es inmejorable. “Cuando alguien prueba el queso y dice que está bueno, me alegro mucho por dentro y pienso que no lo estoy haciendo mal”. Pues así es.