El segoviano Javier Orejudo, a sus 48 años, inició hace cuatro meses una lucha sin cuartel contra el COVID-19 que comenzó en la segunda semana marzo y todavía le queda camino por delante. Pasado lo peor, más de un mes en la UCI del Hospital de Segovia y otras semanas más ingresado hasta que le dieron el alta el 9 de mayo, 56 días, sigue con su recuperación. Los médicos le explicaron que tardará un año en volver a hacer lo mismo que antes de enfermar.
Javier Orejudo es muy consciente de las etapas que ya ha recorrido en esta odisea y las que aún le quedan: “Recuperarme físicamente de toda la inactividad que ha tenido mi cuerpo, porque me quedé sin músculo completamente. Todavía me están tratando en Neumología del Hospital del trombo que tengo en la arteria pulmonar que no ha desaparecido y estoy anticuagulado con lo que no puedo hacer ejercicios ni de fuerza ni aeróbicos”, subraya.
En pocas palabras, tiene que evitar cualquier actividad que suponga una agitación o aumento de su respiración, así como movimientos bruscos, para evitar que el trombo se mueva. Más de dos meses después de recibir el alta hospitalaria, de cintura para abajo, sí puede andar libre pero si su respiración empieza a ser forzada, tiene que parar. «Que parar, quitarme la mascarilla y hacer 10, 20 o 50 respiraciones profundas y recuperar un ritmo normal de respiración y poder continuar andando”.
«En cambio, de cintura para arriba, sólo me dejan hacer ejercicios de movilidad y con un número determinado”, para que el trombo, hasta que desaparezca, siga en su sitio y no haya ninguna otra complicación “después de todo”. Las noticias son positivas porque se va reduciendo, cada vez es más pequeño gracias al tratamiento pero “aún no ha desaparecido del todo”.
Aún hospitalizado y durante las semanas siguientes ya en casa, diariamente se tuvo que pinchar heparina. Desde mediados de junio, comenzó a ir al control de Sintrom en el hospital. “Me estoy encontrando con mucha gente de mi edad e incluso más joven. Es verdad que piensas, con esta edad y ya con Sintrom… pero bueno me han dicho que es temporal hasta que el torrente sanguíneo absorba el trombo. Por ahora un tratamiento entre tres y seis meses”.
Las complicaciones del COVID-19 en su cuerpo le llevaron a la UCI con una neumonía bilateral por lo que tuvo que ser sedado e intubado al tener afectada toda la función pulmonar. Una batalla muy dura que se prolongó durante 34 días. “Los pulmones se han recuperado poco a poco aunque todavía no están al cien por cien, la recuperación va por buen camino”, relata Javier Orejudo, que añade que la prescripción que le han dado los médicos es “paciencia”.
Javier, trabajador de una empresa de ascensores, sigue de baja laboral. “No puedes trabajar que es lo que ocupa muchas horas de tu vida. Además no puedo hacer deporte”. En una semana normal, tendría un día ocupado para practicar patinaje en línea, dos días de pádel y otro de bailes de salón. “Todo lo tengo completamente prohibido, no puedo hacer nada para no acelerar el ritmo cardíaco”, sentencia.
En el tiempo de ocio, puede alternar pero sólo puede tomarse una cerveza con alcohol. “No soy un gran bebedor pero si te juntas con unos amigos, dos o tres cervezas te tomas y ahora no, todo lo demás tiene que ser sin alcohol, refrescos o lo que sea”.
Desde la experiencia personal
Cuatro meses haciendo frente a todo lo que el COVID-19 le ha ido desafiando física y mentalmente, le hacen ser una voz muy autorizada para advertir a las personas jóvenes de que “le puede pasar a cualquiera», y tener en cuenta que a él, los médicos le han dado “un plazo de un año” para recuperarse complemente igual que antes de estos.
“Perder un año de tu vida a nivel laboral, como deportista aficionado y en el resto de los niveles, claro que se hace duro. Estoy bien de ánimo pero se hace duro saber que, por todo esto, no puedes hacer una vida cotidiana normal por cómo te ha dejado de molesto físicamente”, remarca.
Javier pide a todo el mundo, pero especialmente a los jóvenes, que reflexionen y se cuiden mucho por su propia salud y por los que tienen en casa, sus mayores, porque no hay una vacuna. “Si seguimos como hasta ahora, lo mismo antes de que acabe el verano, nos vuelven a tener que confinar. No hay otra solución, si hay cada vez más focos y volvemos a los niveles de casos de marzo. No será la más efectivo, pero es lo que se tendrá que hacer».
Este segoviano, que comenzó con los primeros síntomas del coronavirus en la semana del 10 al 15 de marzo, sostiene que, en estas enfermedades de muy lenta recuperación, es muy importante que las personas sean optimistas para no venirse abajo. “Qué piensen, ¡claro qué voy a salir de ésto. No voy a estar siempre así!».
Javier se levanta, desayuna, hace los ejercicios autorizados por la fisioterapeuta y se va a dar un paseo. “Ando tres o cuatro kilómetros por la mañana y cinco o seis por la tarde. Todos los días estoy andando diez kilómetros”, y es el consejo que da a personas que estén en su misma situación. “Un poco más de optimismo para afrontarlo. No sabemos qué nos deparará el futuro pero, de momento, todos los médicos con los que he ido hablando me han dicho que voy a salir adelante, que es una etapa de recuperación un poco más larga que otras que haya tenido en mi vida, pero podré acabar haciendo la vida que tenía antes”.
Sus mejores aliados
Su larga estancia en el hospital ha sido en una circunstancias completamente anormales al concepto que todo el mundo tiene de estar ingresado. “Hasta ahora, siempre tenías un familiar, alguien allegado que podía en un momento de bajón darte la mano, un abrazo o una caricia. Esto ha sido estar tú solo frente al peligro. Cuando me desperté en la UVI rodeado de tubos no sabía qué había pasado. Lo primero que pensé era si habría tenido un accidente. No supe por qué estaba allí hasta que no me lo explicaron”.
Desde el viernes 13 de marzo, todavía en casa con mucha tos y fiebre alta, antes de ir a Urgencias, no recuerda nada hasta despertar del coma inducido. “Sé que hablé con gente porque repasando las conversaciones con el móvil, he visto que hablé por whatsapp, que llamé por teléfono pero no tengo consciencia, se me había ido de la cabeza”.
En esos momentos duros, Javier Orejudo tuvo a sus ángeles de la guarda. “Hay muchos profesionales sanitarios que fueron mucho más allá de la labor sanitaria. De cogerte por el antebrazo y decirte: tranquilo, que esto va genial, va hacia delante. Te llega muy adentro”, por lo que en cuanto pudo les buscó a través de las redes sociales para tratar de agradecer y devolverles “todo lo que han dado a ti”.
Y por supuesto para ponerles cara porque “sólo les veía los ojos”. Entre estos ángeles hubo profesionales desconocidos y amigos y amigas a los que le costó identificar por todo lo que debían de llevar como equipo personal de protección, los ya famosos EPIs. Al recordar esos días, en la UCI, después en el Hospital de Día y, por último, en la cuarta planta, se emociona mucho. «Allí donde he estado, se han portado no de 10, de 11, 12, de 13, … increíble”.
Javier Orejudo insiste en que estaban pendiente de él todo el día y toda la noche. Ha visto una vez, junto a una enfermera, el vídeo que grabaron los sanitarios cuando abandonó la UCI, tras 34 días. Le costó mucho porque con esas imágenes sintió que tenía que volver a empezar. “Solo podía mover los brazos, no podía mover las piernas, sin fuerza. Girar la cabeza 90 grados me suponía un esfuerzo inhumando. Todo lo transmitía con los ojos”, nos ojos que siguen hablando de esperanza y confianza en recuperar su vida al cien por cien.