Reflexiones de Teresa Solís, vecina de La Salceda:

Redujo el miedo, llegó la calma y ahora…¿qué?

Se redujo el miedo, llegó la calma. Desaparecieron las llamas, quedó el negro que tiñe las lomas y las laderas, el olor a quemado cuando el aire viene de aquella zona, las caras con mezcla de tristeza y alivio porque no llegará a nuestras casas.

Se fue el infierno que nos tuvo en vilo, que nos exigió contener la emoción para estar fuertes por si había que enfrentarse cara a cara, que nos hizo caminar con un mismo son, ofreciendo nuestras manos, nuestras mejores intenciones, nuestra solidaridad.

Algunos tuvimos la suerte de vivir la angustia sin perder más que lo común, el monte, ¡que no es poco!, pero otros tuvieron la mala suerte de perder su refugio, su medio de vida, sus animales, los árboles y  las dehesas donde crecieron y vieron crecer a sus hijos y ahora a sus nietos.

Todos sentíamos miedo, rabia e impotencia, nadie sabíamos cómo enfrentarnos a ello. Buena voluntad no basta para no perder ante las llamas, es necesario tener conocimientos, saber qué  hacer y cómo prepararse, saber cómo dar soporte a quienes sí pueden ponerse en primera línea. Los incendios son cada vez más frecuentes y virulentos pero poco se nos enseña a la población de qué hacer ante ellos y poco se hace para prevenirlos cuando se impide limpiar los montes donde todo está lleno de troncos cortados, maleza y piñas, grandes aliados para que el fuego se haga fuerte y corra a sus anchas destruyendo parajes de gran valor que quienes lo vemos quemar jamás llegaremos a ver nuevamente como estaban.

Es necesario tener planes de contingencia en las poblaciones de los montes, es importante que el papel de los vecinos ante el incendio que les amenaza no sea esperar a que el fuego llegue a sus casas porque nadie les ha dicho qué pueden hacer para contenerlo. No se puede pretender que la gente sufra porque sabe cómo están los montes y el peligro que conllevan no pudiendo hacer nada para evitarlo porque se enfrentan a multas  y tampoco puedan hacer nada cuando la desgracia llega.

Urge tomar cartas en el asunto, urge formar a la población, urge dotar a los municipios de recursos porque cuando la desgracia llega, llevarse las manos a la cabeza no vale de nada, alimenta el enfado, la desesperación y, por supuesto, la desafección hacía quienes tienen la responsabilidad de gestionar.

Mis mejores deseos para que quienes han perdido su sustento encuentren rápido la forma de recuperarlo, para que quienes han perdido su hogar puedan formar otro rápidamente y para que la naturaleza tenga una rápida capacidad de regeneración. Aquí y en cualquier lugar del mundo que sufra la desgracia del fuego solo queda alimentar la esperanza de que quienes nos dirigen se conciencien de la urgente necesidad de cambiar las cosas porque, como hombres que somos, tropezamos por desgracia en la misma piedra.

 

Teresa Solís.